Junto a sus cepas centenarias, en lo alto del pago de La Jara, Antony Terryn visualiza a la veintena de muchachos que integran la cuadrilla de vendimiadores. Les admira, pero también les tantea y si es necesario, les corrige. Y todo ello, por el amor y la seducción que estas viñas le profesaron desde el primer día que las vio. "Supe que quería abrir una bodega aquí desde que conocía la historia de Toro, desde que vi este paisaje, probé el vino..., todo por casualidad cuando sujeté la primera copa en Madrid".

Está radicado en una zona que le ha visto abrir su bodega, Dominio del Bendito, cuando tenía 29 años. Y ha crecido en ella como "vigneron", como le gusta que le denominen, ese término que la lengua francesa define al viticultor, enólogo, técnico y bodeguero: "Cuando vendí mi primer vino, lo puse en la etiqueta. Fui pionero en España. Ahora muchos otros lo hacen porque es nombre de moda, llama la atención".

Su vida esconde una bonita historia que acabó en Toro: "Durante tiempo busqué un gran viñedo que me permitiera elaborar vinos de gran carácter. Miré en Chile, Portugal, Estados Unidos, Francia, Colombia y otros lugares de España. Pero he encontrado por fin mi sueño en la vieja Europa, un lugar bonito, desértico y antiguo: Toro". Allí fundó Dominio del Bendito en 2004, "fruto" de su pasión. Hoy cuenta con 15 hectáreas propias y otras 15 que gestiona directamente, siempre ecológico, con cepas en vaso y de secano, sin ningún regadío. "No entendería otro formato. Son viñas centenarias que ya se trabajaban así hace mucho tiempo. Hacer otra cosa sería faltar a Toro", exclama, motivo por el que no está de acuerdo con los que quieren elaborar cualquier vino bajo la DO.

Un flechazo

"Lo mío fue un flechazo. Porque Toro había sido el vino más grande del Imperio. No había otro vino con tantos privilegios. Cuando bebes este vino, el resto parece aguachirri. Esto es un paraíso", comenta. Esto está motivado por el tipo de suelo arenoso. "Hay pocas zonas en el mundo con esta posibilidad: Canarias, Australia y Chile".