Ovidio Jiménez acaba de aparcar la furgoneta en su centro de operaciones situado en Rabiche. Hoy se ha dado bien. Él y su hermano descargan unas cuantas puertas medio destartaladas y un par de somieres. “Donde vosotros veis basura, nosotros encontramos pan”, explica. La jornada es larga para este miembro de una extensa familia. A las siete de la mañana abandona su casa para buscarse la vida sin una hora fija de regreso. “Tiene 27 años y es una máquina de trabajar. Si alguien le hubiera dado una oportunidad, estaríamos hablando de un autónomo de éxito”, reconoce su primo. Sin embargo, nadie nunca ha echado una mano ni a Ovidio ni a ninguno de los jóvenes que viven en el barrio. Por eso, salir de aquí es una tarea muy difícil, que se convierte en imposible al tener en cuenta el factor del racismo.

Cristian Jiménez. Emilio Fraile

En Rabiche no se vive, sino que se sobrevive”. Esta frase tan contundente es de alguien nacido y criado en el barrio. Cristian Jiménez tiene 25 años y ahora reside en Pinilla con su chica y una hija de apenas año y medio. Como el resto de muchachos del barrio, fue a la escuela al Alejandro Casona y después tuvo la oportunidad de seguir estudiando en Menesianos. Tras ello, entró en contacto con la Asociación de Desarrollo Social de Zamora (ADES) y consiguió un empleo, que ha encadenado con otros distintos hasta que ahora ha decidido hacer un parón en el camino para disfrutar de su niña. Cristian es gitano. Pero, a diferencia de la mayoría de los habitantes de Rabiche, tiene la piel blanca y los ojos claros. Y, así, la cosa cambia.

Una silla destartalada en un descampado. Emilio Fraile

El barrio de Rabiche está formado por una serie de calles con pocos servicios y menos oportunidades. La población es eminentemente gitana y hay una buena cantidad de gente joven. “La suficiente como para que las instituciones se preocuparan de darles un futuro”, reivindica Cristian Jiménez. La vida aquí es lo más parecido a la vida en un pueblo. “Sales a la puerta de casa, charlas con unos o con otros y nadie te molesta. Para los mayores, es la hostia. Para los niños, tú verás, el paraíso”, detalla. Pero, hay algo en todo este onírico relato que falla. “Al final, esto te atrapa y es imposible salir; por eso, el futuro de nuestros jóvenes va a seguir siendo vivir al día si nadie se interesa en ofrecerles programas de estudios o de formación para que puedan ganarse bien la vida y progresar”, explica Jiménez.

Una calle del barrio. Emilio Fraile

Los niños de Rabiche tienen el futuro prácticamente escrito en el momento de nacer y no es nada halagüeño. Pero existe un movimiento de jóvenes dentro del barrio que quiere cambiar la historia de todos estos menores. “Este barrio te atrapa y, el simple hecho de salir de aquí, te da otra energía. Por eso, lo que necesitamos es que venga gente de fuera y enseñe a estos chicos que existe un mundo más allá de estas calles, que hay oportunidades, que se puede empezar a trabajar e ir escalando”, enumera Cristian Jiménez. Se trata, en definitiva, de un llamamiento con todas las letras a los programas socioeducativos para que se dejen caer también por esta zona de la ciudad. “Creo que todos somos zamoranos y deberíamos tener los mismos derechos”, apunta un vecino desde su coche en marcha.

Un vecino alimenta a un caballo. Emilio Fraile

Las peticiones de los jóvenes de Rabiche van encaminadas a que los niños tengan un porvenir con más recursos de los que ellos han tenido. En el caso de los mayores del barrio, las necesidades son más humildes. “Lo único que le pedimos al Ayuntamiento de Zamora es que nos ponga contenedores, que nos limpie las calles más de una vez por semana, que nos arregle las farolas que tenemos fundidas y que ponga unos reductores de velocidad, porque están los pequeños todo el día en la calle y es un peligro”, expresan al alimón los padres de Ovidio Jiménez. Ninguna extravagancia. Nada que no pediría cualquier asociación de vecinos del resto de la capital.

Un joven con su perro. Emilio Fraile

Pero, si la vida en el barrio es complicada, la cosa no mejora en el momento de salir de él. Y eso lo saben bien quienes han hecho las maletas o los que, sin hacerlas, marchan cada mañana para ganarse la vida. “Existen episodios de racismo diariamente y en todo tipo de circunstancias”, lamentan casi al unísono tanto Cristian como Ovidio. El primero de ellos, recuerda cómo un propietario de Los Bloques no quiso alquilarle un piso por el simple hecho de ser gitano. El segundo, relata que es habitual que le nieguen trabajos para los que le han dado buenas palabras por teléfono en el momento en que se planta delante de quien contrata. “Podemos llegar a entender la situación, pero yo no pienso que todos los payos son unos delincuentes si veo delinquir a un payo”, explican desde el corazón de Rabiche.

Un contenedor del barrio. Emilio Fraile

Una cuestión que se convierte en problema de doble dirección cuando la persona que recibe racismo diario termina por pagar con la misma moneda. O, dicho de una forma más clara: “Si tú estás todo el día apaleando a la burra, al final la burra te va a dar una coz”. Este resumen de Cristian Jiménez explica por qué Rabiche es una zona tan hermética e ignota para buena parte de la ciudadanía zamorana. “Es normal que, si los mayores de aquí ven a un payo caminando por estas calles, se queden mirando desde las ventanas para ver qué es lo que van a hacer; eso es porque sus experiencias con los payos nunca han sido buenas”, comenta. Y es que, a pesar de que Zamora cuente con una importante comunidad romaní, las fricciones entre gitanos y payos siguen latentes. Algo que, una vez más, estos jóvenes de Rabiche quieren erradicar.

Una niña se entretiene con una tablet. Emilio Fraile

Hace unas semanas, el Partido Socialista en el Ayuntamiento de Zamora solicitaba al equipo de Gobierno un plan de actuación urgente para este barrio. Este diario utilizó para ilustrar la noticia una fotografía en la que se veía chatarra tirada en un descampado y esa imagen desató una oleada de comentarios en redes sociales de índole racista que no han gustado nada en el barrio. “Es una foto que en el periódico sale muy potente y da sensación de que no tenemos educación ninguna. Pero eso no es basura. Esa televisión rota que veis ahí, para mí es un cartón de leche que dar a mis hijos, lo que pasa es que tengo que esperar a que vengan a recogerlo”, explica un vecino que prefiere no dar su nombre. Y es que, a falta de otras oportunidades, estos vecinos tienen que seguir ganándose los garbanzos día a día a través de este tipo de trabajos. “Una vida que no es la que queremos para nuestros niños, así que le pedimos por favor a las instituciones que miren hacia aquí y les den un futuro”, imploran.