“Es una pena estar así. Somos el sector más atacado sin tener razones. El porcentaje de casos es muy reducido”, reflexiona Emilio Seisdedos, de Clavo y Canela. “Nosotros optamos por el servicio de comida para llevar para seguir en activo, pero la gente viene más por solidaridad”. ¿Compensa? “No, ni un cuarto de la facturación normal”. ¿Da para seguir? “Si me tuviera que mantener así, diría que no. Nosotros tenemos cierto margen, pero si nos siguen restringiendo se nos acaba la resistencia”. Mientras, “ahora nos sube la cuota de autónomos” y aún se arrastra la inversión hecha en los últimos meses para adaptar el local a unas restricciones que se quedaban cortas de un día para otro. “Tenemos seguridad, desinfectamos... Pero quieren acotar las reuniones y los hosteleros somos los principales afectados”, reflexiona. “Preveo una Navidad complicada para el sector. No va a haber cenas, aforo reducido, reuniones prohibidas... Va a ser duro”.

“Pues yo el invierno lo veo jodido”, augura Marga Pires desde la barra del Bar Hobby, uno de esos recintos “de toda la vida” reconvertidos, donde el café que antes se ponía en la barra ahora se pone para llevar. Pires incluso ha bajado el precio. “Yo veo como está la gente del Mercado de Abastos, como lo están pasando. Todos estamos mal, solo pretendo aportar lo que puedo”, asegura después de devolver a una clienta el dinero de más que pagaba por costumbre. Con la puerta del bar abierta y una mesa que impide el paso de los clientes, el establecimiento está frío, como la mañana. “Ayer me fui a mi casa con sabañones. Yo vengo por no quedarme en mi casa dándole vueltas a la cabeza, porque ya me dirás los cafés que tengo que poner para que esto sea rentable. Es muy difícil. Ahora mismo aquí no estamos haciendo dinero”, asegura. Responsable de otro bar en la zona de Los Lobos que “no sé si volveré a abrir”, esta hostelera se muestra resignada porque “estamos pagando los platos rotos de la irresponsabilidad de otros. Creo que están siendo muy injustos con la hostelería. La verdad es que yo me encuentro un poco impotente ante esta situación”.

Impotencia como la que siente Ana Isabel Garmilla, la “peleona” hostelera de la calle de Los Herreros. Impotencia porque “en verano hemos visto muchas cosas, también en esta calle. Cosas que no estaban bien. Yo tenía que dejar de recibir clientes y, cuando cerraba e iba a por el coche, prefería darme la vuelta por Alfonso XII antes que atravesar el tapón de adolescentes sin mascarilla que había en la parte de abajo de Los Herreros”.

Garmilla aguanta en su bar “gracias a la generosidad de la dueña del local”, que le ha bajado el alquiler, y a la espera de unos tiempos mejores que se resisten. Con poco más de un año a sus espaldas, esta empresaria —que cambió México por Zamora— aún no sabe lo que es trabajar en Semana Santa. Abrió en junio de 2019 y cerró un año “muy bueno”. El invierno pasado también fue positivo “hasta que pasó esto”. “Buscan un culpable y nosotros pagamos el plato, pero la situación es muy complicada. Hay días que me voy para casa sin ningún pedido. Ninguno. Estás aquí horas y te vuelves a tu casa con cero euros. Incluso pierdes las ganas. Y dinero, porque aquí hay que pagar luz, suministros... Es frustrante. Vienes a trabajar pero compensar, no compensa. Pero aquí seguiremos hasta que podamos”.

La hostelería, como muestran buena parte de sus empresarios, se resiste a caer en el desánimo. Convencidos de que el trato recibido no es justo, se preparan para encarar la segunda semana de un cierre que, coinciden los empresarios consultados, se antoja más largo. Pocos confían en abrir antes del puente de diciembre y fijan ya sus miras en una desdibujada Navidad. “Ahí estaremos, si podemos resistir hasta entonces”.