Una cordada es un grupo de más de dos escaladores que comparten una misma cuerda mientras progresan en la montaña, de tal modo que, en caso de accidente, unos puedan retener a los otros. Pero los miembros de una cordada no solo comparten cuerda, sino también recursos, esfuerzos y muchas veces amistad. La cordada vasca WOPeak, formada por tres de los mejores alpinistas del mundo, Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, se definía a sí misma como «un proyecto de equipo que entiende el alpinismo como una escuela de vida en la que el compromiso, la tenacidad, el esfuerzo, el compañerismo, la superación y la emoción tienen la máxima expresión.»

En un mundo como el del himalayismo, que ha sido absorbido por la competitividad extrema de Occidente; por la carrera de los ochomiles y la crónica deportiva de los grandes diarios, estos tres montañeros vascos representan la pureza de un estilo; el de las vías difíciles y la aventura, el de la importancia del camino sobre la meta, el de la excelencia de los valores intrínsecos a la montaña.

El proyecto WOPeak pretendía llegar a la cumbre de un ochomil en ocho etapas; es decir: la primera sería una montaña de mil metros, la segunda una de dos mil, la tercera una de tres mil, y así consecutivamente hasta llegar a un ochomil, que en este caso sería el Gasherbrum, entre China y Pakistán; un conjunto de montañas entre las que se encuentran el G-I y el G-II. Los alpinistas vascos, con varios ochomiles en su haber, fueron completando todas las etapas hasta llegar a la última y más difícil. No obstante, amparados en su idea de la montaña como puerta de entrada al descubrimiento, decidieron evitar la ruta normal y enlazar ambas cumbres sin pasar por el campo base. De este modo explorarían una vía que tan solo había sido escalada dos veces. Un gran colofón a su aventura como equipo, pues sería la última vez que estos tres deportistas, ya veteranos, formarían cordada.

Iñurrategi, Vallejo y Zabalza llegaron a la cordillera del Karakórum con la ilusión de tres adolescentes que salen de excursión sin sus padres. Se aclimataron durante varias semanas y, una vez se sintieron preparados, intentaron el ataque al G-I, la primera de las cumbres. Pero el mal tiempo y la nieve acumulada en la ruta les obligó a darse la vuelta. Tras su intento fallido, algunos aficionados mostraron su decepción a través de los foros de internet y las redes sociales, donde les acusaban de estar mayores, de haber perdido la forma, de no ser valientes o incluso de ser unos fracasados.

La última intentona de la cordada tuvo lugar un domingo. La nieve caía con fuerza y el viento, convertido en un sonido estridente, dificultaba la escalada. Conscientes de que el tiempo se agotaba, los tres montañeros trataron de hacer cumbre, pero las condiciones atmosféricas les obligaron a descender de nuevo. En ese momento supieron que no podrían conseguirlo, que la ventisca era más fuerte que ellos, que habían elegido una vía de ascenso muy difícil y que la esperada ventana de buen tiempo no llegaría jamás.

Al día siguiente, mientras descansaban en el campo base y preparaban su regreso, apareció en el campamento una expedición comercial que había hecho cima en el G-II por la vía normal y les comunicó que uno de sus miembros, Valerio Annovazzi, se había quedado en el campo III, a más de siete mil metros de altura. Se encontraba exhausto, tenía congelaciones y articulaba frases inconexas, lo que anticipaba un edema cerebral y, por consiguiente, una muerte lenta.

Los montañeros vascos entendieron en seguida que la noticia que la expedición comercial había traído al campamento representaba para ellos un reto mayor que el que el de coronar el G-I y el G-II; tenían que subir al campo III a toda velocidad y bajar a Annovazzi antes de que fuera demasiado tarde. Así las cosas, cargaron el poco material que necesitaban para escalar al estilo alpino, se vistieron, se calzaron los crampones y se lanzaron de nuevo contra las duras pendientes de la montaña.

Las expediciones comerciales están formadas por varios alpinistas que la mayor parte de las veces no se conocen entre sí y se unen para pagar los permisos y los servicios de porteadores y de guías. El problema de estas expediciones radica en que, en caso de accidente, al no existir entre ellos ningún vínculo y no tratarse, en muchos casos, de alpinistas profesionales, se impone el individualismo y nadie mira por la cordada. De hecho, algunos descensos se convierten en una lucha descarnada por la supervivencia donde la única máxima que existe es la del "sálvese quien pueda". Annovazzi, aquejado de mal de altura, no había podido continuar. Ninguno de sus compañeros había tenido arrestos ni fuerzas para bajarlo. Ninguno se había quedado con él.

Iñurrategi, Vallejo y Zabalza tenían por delante una ascensión de 2.000 metros de desnivel a más de 6.000 metros de altura. Pero subieron ligeros y veloces, sin apenas detenerse. Doce horas después alcanzaron el campo III. Allí encontraron a Annovazzi, que yacía dentro de su tienda en un estado de salud más que delicado. El montañero italiano, de 59 años, estaba deshidratado, tenía congelaciones y no se atrevía a abandonar el campamento. Tan solo esperaba con calma la llegada de la muerte. O un milagro. Y este se materializó a través de una cordada formada por tres alpinistas a quienes los agoreros habían acusado de viejos y cobardes tras renunciar a la cumbre del Gasherbrum.

Para Annovazzi, la visión de estos tres hombres debió de suponer una suerte de aparición mariana; una epifanía. Le dieron agua y alimentos y le administraron dexametasona para oxigenar su sangre. Cuando el hombre por fin reaccionó, decidieron bajarle al campo II, a 6.500 metros de altura, donde pasaron la noche. A la mañana siguiente, lo ataron en corto y se turnaron para ayudarlo. Pero caminaba muy despacio, con paradas continuas, y el descenso se convirtió en un proceso técnico y estresante. Bajar con Annovazzi era como bajar con una bandeja atestada de copas de cristal. Requería pericia y precisión. Horas más tarde, alcanzaron el campo base entre el clamor de los allí presentes, que homenajearon a la cordada vasca por haber coronado su cumbre más alta.