Cuando reciben preguntas sobre problemas fronterizos, los habitantes de Rihonor de Castilla y de Río de Onor suelen contar la historia del teniente Piñeiro, un guardiña que, tras la Revolución de los Claveles de 1974 en Portugal, colocó una cadena en la carretera para marcar con claridad dónde se encontraba la división entre la zona lusa y la española. Un artificio incómodo para dos pueblos que son uno solo y que siempre dejaron patente su intención de vivir como si aquella barrera encajada entre dos pivotes de hormigón no existiera.

De hecho, durante las dictaduras de Franco y de Salazar, la presencia de un puesto fronterizo jamás evitó que los habitantes del pueblo fueran y vinieran sin cortapisas. Los guardias conocían a la gente de la zona y le permitían el paso hacia los huertos comunales, las naves de ganado, el bar o las tiendas. Esa convivencia facilitó la creación de un sinfín de lazos familiares que se fueron entremezclando con el paso de los años. Incluso, el idioma parece el mismo; una lengua difícil de definir y que es característica de la docena de zamoranos y el medio centenar de portugueses que conforman la aldea. Ya habrá tiempo para hablar de la despoblación.

Ahora, en plena crisis del coronavirus, la portuguesa Perpetua Preto saluda al mes de abril paseando por la zona española, en el último rincón de Sanabria. Lo hace con su madre, que sufre una demencia y necesita romper el confinamiento por salud. La vecina de Rihonor vive molesta desde que el estado de alarma trajo la frontera de vuelta a sus vidas. "Mi familia tiene colmenas en la parte portuguesa y no se puede cruzar. También tenemos las alpacas para las ovejas. ¿Cómo las vamos a bajar?", se pregunta. En las últimas horas, las autoridades han dado respuesta a ese problema.

Los habitantes del pueblo explican que el acceso hacia la zona donde la familia de Perpetua tiene las colmenas se alcanza por un camino que permanecía cortado desde que el pasado 17 de marzo se cerraron las fronteras entre España y Portugal. Según estos lugareños, el sendero va cruzando de un lado al otro de la raya fronteriza durante varios kilómetros hasta Santa Cruz de Abranes, por lo que atravesarlo habría supuesto cometer una ilegalidad.

Pero hay más. El marido de Perpetua, Luis, tiene un pequeño rebaño de una docena de ovejas. Los animales están en Portugal; él en España. Para ajustarse a la legalidad, en lugar de recorrer menos de un kilómetro a pie, este ganadero tendría que haber cogido su vehículo, haber conducido por la parte zamorana hasta el único paso fronterizo abierto, entre San Martín del Pedroso y Quintanilha, justificar que debía que acceder al otro lado por motivos laborales y continuar hasta Río de Onor. En total, 140 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Por esas carreteras, cuatro horas de viaje. Cada día.

Resulta sencillo imaginar qué camino ha tomado el pequeño ganadero durante estas semanas. El mismo que realiza la chilena Jimena Acuña para llevar a cabo sus compras diarias: "En el otro lado cogemos el pan y la fruta", explica la madre de dos tercios de los niños que residen en Rihonor de Castilla, los dos hijos que tiene con Óliver, con quien también comparte un negocio relacionado con la miel. En su caso, el acceso a las colmenas se realiza exclusivamente por la parte española. Han tenido suerte.

El gran inconveniente se presenta a la hora de hacer las compras principales. "Normalmente vamos a Braganza, porque está mejor comunicado que Puebla y tiene supermercados más grandes, pero ahora no podemos pasar", señala Jimena.

En el lado portugués, cuatro de sus habitantes mantienen una tertulia a la puerta del bar. El local está cerrado, pero las sillas siguen a la puerta. Allí se ubican los parroquianos, separados con prudencia, pero en la calle. "¿Cómo están las cosas por España?", pregunta el más joven, que enseguida advierte del peligro de las grandes ciudades . "Aquí estamos tranquilos, aunque aquí ahora hay poco que hacer", añade.

Al ser cuestionado por la actividad en la frontera, el mismo joven portugués tan solo hace referencia a "Luis y a sus ovejas". Sin embargo, durante la tarde, por la barrera de hormigón, desprovista de policía o militares, apenas saltaron varios perros de un lado al otro mientras algunos horticultores atendían sus terrenos con aparente calma.