Seguramente cuando el colombiano Gustavo Bolívar escribió "Sin tetas no hay paraíso", nunca soñó que aquella novela tendría tanto éxito, sobre todo tras su adaptación para televisión. Como no la he leído, ni he visto la telenovela, he recurrido a Internet para conocer su argumento: la protagonista, una chica pobre decide hacer cualquier cosa con tal de poder pagarse una operación de cirugía estética para aumentar el pecho, algo por lo que suspiran hoy muchas jóvenes, víctimas de la cultura dominante que prima el aspecto físico - estar guapo - por encima de cualquier otro. Me perdonarán la pirueta pero podríamos decir también que sin procesiones no hay paraíso, pues no concebimos más Semana Santa que con ellas en la calle. De ahí que cuidemos tanto su estética, en definitiva su apariencia, despreocupándonos por qué y para qué se hacen, es decir de su ética.

La suspensión de la Semana Santa ha estado en este caso motivada por una circunstancia excepcional gravísima, que la hacía imposible por razones obvias. Afortunadamente, en un ejercicio de responsabilidad cívica, nadie la ha cuestionado, y sobra por ello la nostalgia y la gestualidad plañidera que acompaña la suspensión de las procesiones por la lluvia. Tampoco este año habrá Semana Santa alternativa, ya que las iglesias permanecerán cerradas, aunque los fieles puedan seguir la liturgia de estos días por televisión y las redes sociales. Un recurso que seguramente utilizarán pocos cofrades, pues para la mayoría la Semana Santa es sinónimo de procesiones. Hace ya muchos años que las procesiones le ganaron el pulso a las celebraciones en el templo, aunque hasta hace poco se daba un cierto equilibrio que hacía posible la convivencia pacífica entre ambas. A medida que las procesiones se transformaron en espectáculo - cambio asumido sin escrúpulos por las cofradías, convertidas en empresas de la cultura del entretenimiento - ese equilibrio secular se rompió y la liturgia del triduo pascual se celebra hoy de manera testimonial, y no en todas las parroquias de la diócesis, por unas pequeñas y envejecidas comunidades, mientras que en las procesiones participa una multitud de jóvenes, a los que congrega la tradición identitaria de Zamora y lo zamorano, distopía que por cierto nadie cuestiona. Sobra decir que existe una Semana Santa, la auténtica, que acontece en las iglesias: La misa de la cena del Señor, el jueves santo, la celebración de la Pasión, el viernes y la Vigilia Pascual en la noche del sábado, son los hitos litúrgicos del calendario cristiano, y aunque para los cofrades, podemos decir sin temor a equivocarnos, esa otra Semana Santa no existe, ambas son complementarias y compatibles, ya que las procesiones aunque escenifican la Pasión no son un sucedáneo ni sustituyen la liturgia de estos días santos.

Ante esta insólita suspensión de las procesiones los nostálgicos se han puesto a trabajar, y hace ya días que en las redes sociales se ofrecen pregones, videos e imágenes que pretenden celebrar una Semana Santa virtual, cocinada con emociones. Priman las evocadoras imágenes de la fiesta suprimida, y nadie ha propuesto celebrar una Semana Santa distinta, a través de la meditación y la oración. Sin pretender ser pedante la meditación de la Pasión, a partir de la contemplación de las imágenes, es un recurso muy antiguo. Uno de los Padres de la Iglesia, San Gregorio Magno, venía a decir, que las imágenes son más poderosas que las palabras. En plena Edad Media, la mística propuso la contemplación de las imágenes como ejercicio para la meditación, y así llegar de lo visible a lo invisible. La vida de Cristo, y en especial su Pasión, fueron un recurso eficaz a propósito, como lo demuestran los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio de Loyola, la "Vita Christi" de Ludolfo de Sajonia, o la "Imitatio Christi" de Tomás de Kempis, referentes de la "devotio moderna". Quizás sea ingenuo proponer algo tan viejo para este momento excepcional. Para los que añoren hacer penitencia el contagio les ofrece una oportunidad: recorrer solidariamente esta singular vía dolorosa cumpliendo con el deber ciudadano de no salir de su casa, siendo cirineos de los que hoy cargan con la cruz de Cristo: los trabajadores de la sanidad, las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad del Estado, los que atienden a ancianos y dependientes, y todos aquellos que hacen posible que no nos falte lo necesario para el sustento. Para los que nada de lo propuesto sea comparable con ponerse el caperuz o ir debajo del banzo aún les queda el as de la manga que se han sacado los "capillitas" del Vaticano - ingenuamente pensé que allí no había - para que los "semanasanteros" puedan seguir jugando a las procesiones. Que se lo piensen dos veces, no siendo que abran la puerta a medidas de gracia cuando el tiempo impida su celebración, y ya saben cómo son de plastas. De momento aquí - quién nos lo iba a decir - la casta cofrade ha dado muestras de sensatez, rechazando celebrar la Semana Santa fuera de su ámbito. Yo que soy un fan de estos chicos creo que algo harán, y aunque algunos se estarán relamiendo con resucitar la "magna procesión", la cosa presumo será más discreta, con algún icono devocional - sobre cuál sin duda habrá tomate - y en distendida peregrinación a la catedral. Procesiones no habrá, pero procesión seguro.