El barro a veces se convierte en arte. Sucede cada día en uno de los dos únicos talleres de alfarería que aún perviven en el pueblo rayano de Moveros, a tan solo tres kilómetros de Portugal. Testigo centenario de la cultura del barro, este pequeño municipio alistano de apenas un centenar de habitantes huele a jara y a brezo, plantas que utiliza Mari Carmen para cocer las exclusivas piezas que a diario crea con sus ajadas manos.

Entre cántaros, tinajas y barrilas, Mari Carmen regenta el histórico negocio familiar de alfarería que heredó de sus antepasados. Aprendió el oficio de su madre Carmen y esta a su vez de su abuela Ana. Tres generaciones que durante siglos han conservado la misma rutina de trabajo artesanal, desde la búsqueda de la arcilla en el barrero como materia prima, hasta la recogida de leña para seguir perpetuando al fuego una de las señas de identidad de la provincia.

A pie de torno, Mari Carmen se siente orgullosa de su quehacer diario. "No tenemos otro medio de vida más que la alfarería y no lo cambiaría por nada", confiesa. La resistencia de sus piezas es similar a la fortaleza de su carácter, conciliando trabajo y vida familiar.

Pero lo más importante para ella es conservar la alfarería. En un mundo de plástico y ruido, como diría Eduardo Galeano, ella quiere ser de barro. Desde la cuna de la cerámica alistana, Mari Carmen confía en hacerla prosperar animando a las generaciones venideras a mantener este oficio tradicional, patrimonio de Moveros gracias al incansable y silencioso trabajo a lo largo de la historia de mujeres como ella y como las 25 alfareras que había censadas en el pueblo tras la Guerra Civil Española.