Una oportuna terraza fluvial sirve de ubicación a la localidad de Micereces. En ese emplazamiento, sin renunciar a la explotación de las fértiles tierras de la vega, queda a salvo de las terribles inundaciones provocadas por el río Tera. Desde arriba, desde el borde del talud, se controlan amplios espacios. Las cuadrículas de las diversas parcelas, rigurosamente geométricas, muestran todo el esplendor de sus cultivos. Tras ellas emerge una densa pantalla arbórea, formada por los sotos que prosperan junto al cauce del propio río y a orillas de un viejo caño que derivaba el agua hacia los sucesivos molinos antes existentes. A esa masa forestal se le agregan frondosas choperas plantadas para su aprovechamiento maderero. Se origina así una banda de fecundidad y riqueza que ya quisiéramos fuera mucho más extensa.

A orillas de la propia cuesta, apartada prudentemente de los demás inmuebles locales y en una estratégica situación, se emplaza la iglesia. Protege su figura con un generoso atrio, sombreado por vetustas acacias. Junto a uno de los pilares del acceso yace una estela, traída al parecer desde otro lugar. El único motivo escultórico que muestra es una cruz en bajorrelieve. Al lado, encima del estribo inmediato, admiramos otro signo cristiano, esta vez cincelado con esmero en piedra arenisca. Una parte de estos espacios acotados está ocupada por el cementerio viejo, sin uso en nuestros días pues existe otro más amplio a las afueras.

El templo en sí capta la atención por su monumentalidad. Está formado por un bloque uniforme al que se le agregan un par de capillas colocadas a modo de crucero, reforzadas con gruesos contrafuertes. El campanario, como suele ser común, se eleva sobre el muro del hastial. Es una espadaña muy gallarda, provista de tres grandes ventanales. De esos vanos, el superior se abre en un rotundo frontón triangular, muy marcado con salientes cornisas. En general, todo el conjunto está construido con una mampostería pétrea muy áspera, conseguida con bloques cuarcíticos y esquistosos sumamente irregulares, eso sí, colocados con notable maestría. Como excepción, en uno de los laterales aparece un discrepante lienzo de ladrillo, agregado posiblemente tras algún derrumbe. Ya en el interior, su estructura y aspecto originarios quedan ocultos en gran medida por los techos rasos y los enfoscados que recubren todas las superficies. Los arcos son góticos, muy moldurados, apoyados sobre pilastras formadas por haces de columnitas. El de triunfo posee gran tamaño y una acusada gracilidad. Tras él la capilla mayor se engalana con un retablo barroco pleno de ornamentos. No se conserva completo, pues le falta el cuerpo superior, sustituido por un solitario crucifijo. Es posible que las citadas techumbres actuales, tan anodinas, oculten armaduras de madera más antiguas y valiosas. De las ya citadas capillas laterales, la del evangelio posee una bóveda de crucería estrellada bastante compleja, además de una ventana decorada con múltiples boceles. Bien diferente se presenta la de frente, puesto que su cubierta es una cúpula engalanada con yeserías geométricas realzadas con policromía. Interesante es la pila bautismal, animada con arquillos simples. A pesar de la parcialidad de lo observado, se puede afirmar que el edificio, en su configuración actual, procede de obras realizadas a finales del siglo XV.

Hacia el oeste de la iglesia encontramos un vetusto caserón conocido como La Panera o Poncia Hospital. Posee formas de rústica tenada, con unos grandes portones como acceso y ventanas escasas y desiguales. Está construido también con mampostería, habiéndose beneficiado hace una década de una restauración integral que lo ha dignificado en gran medida. Su interior poseyó dos plantas, que suponemos aún se conserven, de las cuales la inferior quedaba por debajo del nivel del suelo. Antaño perteneció a los Condes de Benavente que lo utilizaban como almacén de los tributos feudales que los vecinos debían entregarles, cereales mayormente. Al parecer esas rentas revertían en el Hospital de la Piedad benaventano. Señalan que durante la Guerra Civil este edificio se aprovechó como prisión, siendo su destino actual el de recinto cultural. En solares inmediatos, aparte del centro social, se emplaza la sede del ayuntamiento. La demarcación municipal integra, además del propio Micereces, a las contiguas localidades de Abraveses y Aguilar de Tera.

Al pasear con calma por las diversas calles advertimos que apenas se conservan inmuebles antiguos. La mayor parte de los actualmente existentes son de nueva hechura, alzados en los últimos decenios. De todas las encrucijadas urbanas llama la atención la Plaza Mayor, con formas alargadas un tanto irregulares. Fue urbanizada hace ya algunos años colocando como ornato unas llamativas pérgolas. Vienen a ser una especie de parasoles circulares, de distintos tamaños, sujetos sobre gruesos tubos que hacen la función de soportes o pilares. En su conjunto generan estampas insólitas, un tanto originales. Lejos de las casas, con acceso desde la carretera hacia Benavente, el secular molino se aprovechaba esporádicamente para obtener pienso hasta hace bien poco. Emplazado en el medio de los sotos fluviales, su estampa, duplicada en las aguas de su balsa, resulta sumamente hermosa.

Dispuestos a conocer un retazo del término local, tomamos como guía la carretera que comunica con San Pedro de Zamudia. Mas, no caminamos por ella, ya que justo a la salida del pueblo, antes de la última casa, nos apartamos por una pista que arranca por el oeste, para avanzar casi en paralelo. Accedemos a una zona despejada en la que dejamos hacia la izquierda el camposanto actualmente en uso. También quedan atrás un par de áreas deportivas, de fútbol la una y de futbito la otra. A orillas del propio camino se amontonan numerosos lechos de hormigón de los utilizados para instalar las acequias de riego. Por su aspecto denotan estar arrumbados ahí desde hace ya bastante tiempo.

Más adelante atravesamos el canal de la margen derecha del Tera. Tal cauce es una estructura hidráulica importante, que permite ampliar el riego por zonas marginales diferentes de las de la propia vega. Cuenta con una longitud de más de treinta kilómetros, con orígenes en las cercanías del santuario de Agabanzal, en Olleros de Tera. Desde allí, faldeando por la base de las cuestas meridionales de todo el valle, desagua en el río Castrón junto a Navianos de Valverde. Dispone todo a lo largo de una especie de camino de sirga.

Por ambos lados se extienden fincas cultivadas y a continuación una sucesión de viñas. Diseminadas aparecen varias naves ganaderas. Tras unos espacios de transición, ocupados por baldíos y matorrales, nos adentrarnos de pleno en el monte. Justo en sus comienzos, al lado de una importante bifurcación en la que tomamos el ramal de la derecha, atraen sobremanera un par de chozos de barro levantados en una inmediata parcela. Su coloración rojiza destaca llamativamente entre la masa arbórea circundante. Están adosados entre sí, formando un conjunto sumamente atractivo. Construidos esencialmente con adobes, poseen plantas circulares y cubiertas cónicas, con una especie de chimenea tubular en su vértice. Sus límpidos diseños geométricos quedan levemente alterados por una especie de contrafuerte añadido. Fueron erigidos no hace muchos años por un vecino del pueblo, el cual creó así una obra original y noble, un tanto caprichosa, pero bien adaptada al entorno.. La arcilla necesaria para su alzado no precisó ir a buscarla demasiado lejos, ya que a pocas decenas de metros se hallan los barreros explotados secularmente. También cerca divisamos las ruinas de viejos corrales, con sus muros fabricados de tapial. Dejaron de usarse hace ya bastantes décadas.

A modo de un generoso claro, con bosque por todos los lados, existe una amplia parcela sembrada de cereales. Casi tangente con ella, otro gran retazo aparece ocupado por un pinar de repoblación, semiadulto, de aspecto un tanto árido y quebradizo. El resto de los espacios forman parte de un intrincado encinar. Si nos fijamos con detalle, disimulada a mano izquierda, descubrimos una especie de caseta o garita, muy discreta en su pintura, levantada unos dos metros del suelo. Nos informan que es un puesto de observación de fauna, ideado fundamentalmente para contemplar lobos, a los cuales atraen hasta este enclave con animales vivos como cebos. Existe otro puesto similar en un paraje no demasiado alejado.

Un poco más adelante descendemos a una modesta vaguada recorrida por un arroyo sólo activo en momentos de lluvias copiosas. Dentro de ese hondón percibimos un aislamiento acogedor, una comunicación especial con una naturaleza aparentemente libre y primigenia. Después de subir de nuevo, deambulamos por una zona rasa y uniforme en la que, debido a su horizontalidad, se generan diversas lagunas en tiempos de lluvias abundantes. Son depósitos someros, de cierta relevancia ecológica, que, si el tiempo es propicio, mantienen su encharcamiento hasta bien entrada la primavera. Por aquí, en un radio de medio kilómetro a la redonda, sabemos de la existencia de al menos seis balsas de ese tipo. Vamos en búsqueda de la más notable de todas ellas. Con esa intención avanzamos hasta alcanzar un cruce bien marcado, en el cual nos desviamos por el ramal de la derecha, para seguirlo en un trecho más. Salimos del término local para penetrar en el del vecino pueblo de Pumarejo. Apreciamos tal cambio por las placas de los cotos de caza situadas junto a las lindes. Tras corta longitud hallamos el espacio acuático, ubicado en el medio de una campa, casi al lado de la propia pista. Su importancia actual se debe a que hace unos años ampliaron su capacidad dragando los fondos para poder aprovecharlo como abrevadero de rebaños. En sus aguas quietas se reflejan las copas de los árboles inmediatos, generando estampas de notable belleza.

Iniciamos el regreso desde aquí. Para evitar la monotonía y lograr un conocimiento más completo de la zona tomamos hacia el norte un camino inmediato, para abandonarlo en una siguiente encrucijada, donde optamos por el ramal de la derecha. Se repiten los mismos caracteres ya observados, por rincones aún más solitarios y de cierta aspereza; pues las trochas indicadas aparecen poco marcadas en ciertos tramos.