Se adentra en el terror del yihadismo del 11-M con su última novela, "La dulzura", de una forma valiente. "Sin ánimo de comparaciones, si Aramburu en "Patria" cuenta los sucesos terroristas de Vascongadas que solo los que allí viven conocen, yo en el mío narro lo que nadie que no viva en Madrid no sabe sobre la jornada de los atentados", apunta Daniel Múgica, que hace un repaso por la actualidad de la literatura y de la política actual del país.

-Con esos genes maternos, ¿la literatura era un destino ya marcado para usted?

-Me madre firma sus novelas con su nombre, Tina Díaz. Si he de elegir una, me quedo con "Transición". Padezco una enfermedad rara, pertes de cadera, lo que me tuvo tres años en la cama de niño, en los que mi madre me cuidó y me empezó a inculcar el sagrado saber de la literatura. La amo con toda la fuerza de mi corazón.

-Comenzó en 1988 y periódicamente sacaba una nueva obra pero, ¿qué pasó en el año 2000 para que dejara de publicar y no volviera al mercado editorial hasta catorce años después?

-Me aburrí de escribir, me resultaba fácil aunque tuviese cierto éxito. Soy de los que opinan que lo que es fácil no acaba siendo bueno. Después de seis meses, el veneno de la escritura es tremendo, me puse a escribir todos los días sin la pretensión de publicar, a fin de hallar las dificultades que implica la disciplina, de conocer al dedillo la técnica y de inventar recursos propios, algo que ha repercutido en la publicación y el premio de "La dulzura". También he realizado mucho trabajo de escritor negro o escritor fantasma, el que escribe para que otros firmen, lo que fuerza a cambiar de estilo y manejar registros distintos. Y llena el plato de lentejas. Considero un trabajo digno ser un escritor fantasma.

-¿Qué ha cambiado en el mundo editorial a su regreso?

-Muchas cosas y para bien. Por ejemplo, que entre los nuevos autores hay magníficas escritoras, mujeres con mundo propio a las que hace años ni se les admitía en las editoriales, y que encima son superventas, lo que congratula y proporciona una dimensión de diversidad a la literatura. También la fusión de géneros y el multiculturalismo, gracias a la globalización. Y la búsqueda de nuevos caminos, arriesgando por supuesto, de las nuevas generaciones. Recuerdo que en uno de mis primeros libros el editor venía de vender lavadoras, una barbaridad. Ahora se trabaja como en el resto de Europa, algo que se ha aprendido de los estadounidenses. Finiquitada la novela se sigue articulando con el editor, cuando éste es bueno -la mayoría de hoy lo son- y se platica con un único fin, mejorar el trabajo, eliminado los egos de la mesa. He tenido buenos y malos editores, pero hasta el momento, con gran diferencia, el que mejor me ha comprendido y en consecuencia con el que mejor he trabajado ha sido Javier Ortega, que se puede, en cierta medida, considerar coautor, al menos en los filamentos, de "La dulzura". También la distribución de libros se ha multiplicado, se encuentran con facilidad. Sin embargo, se mantienen dos factores que lastran esta industria, arte al hacer la obra antes: se publican demasiados libros y en ciertos periódicos, si no le sobas la espalda al que manda en los libros, no te promocionan. Yo, por supuesto, no le sobo la espalda a nadie.

-¿Las preferencias de los lectores son diferentes?

-No, las preferencias no cambian, se adaptan al caminar de los años de la literatura, a los nuevos géneros, la fantasía urbana sin ir más lejos, y a la poesía que retorna con fuerza en su afluente social, lógico con la que está cayendo.

-¿Las nuevas tecnologías restan personas con placer por la lectura?

-No restan, suman. Empecé a escribir a mano, me pase a la máquina de escribir tradicional, a la eléctrica y al final al ordenador. Escribir en ordenador te empuja a corregir el doble por la facilidad de la herramienta, con lo que las obras pueden ser más notables, sabiendo por supuesto que en nuestros dos siglos de oro los gigantes escribían con plumilla y papel. Respecto al lector, tengo amigos que leen solo en e-books. Yo compagino la lectura del papel con la de tinta electrónica, y no hallo diferencias. Podría alegar el gusto por el olor del papel, el pasar las páginas, la buena edición, pero mentiría, quitando una edición especial de Quevedo, algún que otro tratado de pintura o arquitectura y poco más.

-¿"La dulzura" es su obra más ambiciosa, por la temática y el contexto en el que se desarrolla?

-Lo era hasta que me he puesto a escribir la novela de las víctimas de eta, asunto y trasunto que me ha tocado en primera persona y que conozco, por desgracia, demasiado bien. Si consigo acabarla, que lo ignoro, sabré si mi legítima ambición literaria ha merecido la pena. En caso de terminarla y no ser buena, entiendo que dejaré la novela y me dedicaré a otras costillas de la literatura que ya practico: guión cinematográfico, periodismo, teatro o poesía.

-¿Le ha sido especialmente duro hablar sobre terrorismo?

-No. A raíz del asesinato de mi tío Poto hace ya 32 años, hablo con naturalidad con muchas víctimas, creando relaciones de amistad con ellas, racionalizando lo que nos ha ocurrido y siempre en primera línea de combate contra la porqueriza etarra y la piara del supremacismo yihadista, con la ley en la mano, desde el civismo y la democracia. No obstante, he de admitir que escribir la novela de las víctimas de eta me trae malos pasajes y me impele a redoblar mis esfuerzos, pues mi intención es que sea, como "La dulzura", una novela de hermosa lectura. Ya tiene titulo: "La vida callada".

-¿En qué momento cree que se encuentra el mundo con esta lacra del terrorismo? ¿Los dirigentes saben cómo combatir el yihadismo?

-Teniendo en cuenta la situación -se ignora cuando actuaran los terroristas, cómo, dónde-, los dirigentes políticos de todas las naciones, que a mi entender en otros aspectos no están a la altura de sus predecesores y menos de sus pueblos, están trabajando mejor que bien, después de una lección histórica aterradora. Se ha demostrado que la falta de cruce de información entre el FBI y la CIA pudiera haber evitado el 11-S. En consecuencia, todas las agencias, sean dictaduras o democracias, mantienen un robusto flujo de información a fin de evitar atentados. Incluso ocurre entre la Autoridad Palestina e Israel. Se puede comprobar en la muy real serie de ficción realista "Fadua", en la plataforma televisiva Netflix. Además, el intercambio de información permite que las naciones persigan a los financiadores de los terroristas yihadistas, como es bien sabido algunos principies de la península arábiga.

-¿Qué sintió cuando ETA anunció su disolución?

-Alivio por los españoles que ya no serían chantajeados ni asesinados por los malnacidos etarras. Ahora bien, la lucha continua. Los fanáticos pretenden que las víctimas somos daños colaterales, cosificarnos en una palabra, así que estamos en la guerra contra el olvido que nos intentan y no van a conseguir imponer. No nos llamemos a engaños, eta no ha desaparecido, sus órbitas siguen activas, Sortu, LAB, HB/Bildu... Que Bildu no espere de mi el abrazo de Vergara, que esperen de las víctimas una lucha constante, inasequible al desaliento, desde lo moral y lo que es justo. Añadir que aplaudo las iniciativa del ministro de Educación y del ministro del Interior de enseñar en las escuelas la historia de la barbarie para que no se repita.

-¿Vuelve a menudo a su San Sebastián natal?

-De San Sebastián solo me quedan recuerdos amargos, así que no voy mucho, aunque tendré que hacer un viaje de varios días a realizar trabajo de campo para mi nueva novela.

-Los genes maternos para la literatura parecen claros, pero ¿la política nunca le ha llamado a la puerta?

-No lo descarto en el futuro.

-¿Cómo le moldeó en su personalidad y creencias ser hijo de Enrique Múgica?

-Y de mi madre Tina. Aprender que siempre hay que defender al débil o al arrojado a la esquina de la sociedad aunque te cueste la gola o un ingreso hospitalario, que me ha sucedido; a caminar siempre respetando y actuando según tus convicciones, más férreos que los principios modulables al hilo de las coyunturas; a sacar mis propias conclusiones, la principal: la libertad es el único valor absoluto. De ahí la necesidad de defenderla sin tregua a todas horas, con total respeto de este agnóstico a los creyentes de toda religión y condición.

-¿Encuentra diferencias entre el PSOE en el que militaba su padre y el actual?

-Muchas, las razonables por el avance de nuestra democracia y el relevo generacional. Hay una diferencia en todos los partidos. Durante la transición los políticos luchaban por conquistar las libertades arrebatadas en el dictadura, creyendo a pies juntitas en el servicio público. Hoy hay demasiados políticos con poca cabeza en ese sentido, el del Estado, y que desarrollan su trabajo con la intención de medrar a costa del ciudadano, el que realmente escribe la historia. También veo en nuestro parlamento y en los autonómicos y locales una nula capacidad de pacto, esencia de la democracia.

-¿En qué momento político está España?

-Muy jodido, con perdón de la expresión. La falta de solidaridad de las elites; la corrupción generalizada de todos los partidos -minoritaria en sus militantes aunque de una capacidad mediática extraordinaria por la cantidad exagerada que se está robando mientras la gente no llega a fin de mes-, más la reciente sentencia contra el PP, nos entrega a la ceremonia de la confusión; puede suscitar en un ciudadano normal el pensamiento: si el que manda roba por qué yo no; se vive en la parálisis del Ejecutivo y el Legislativo, con lo que tardan mucho en registrarse nuevas leyes e impulsos políticos de una urgencia apremiante, en especial las de la justicia social; los dirigentes de los partidos, salvo la popular Andrea Levy, no admiten las canalladas de sus compañeros ni piden perdón; la excesiva contratación parcial, indigna; el paro desmedido de la juventud. Todo lo anterior y cientos de cosas que merecerían un ensayo, hacen que nuestros compatriotas recelen de la clase política y la vapuleen con razón, lo que podría conducir a la anarquía económica y social, a menos que seas una potencia industrial como Italia con los pentapartidos de la época de Andreotti, con lo que no pasaba nada, habiendo dinero de sobra, y los italianos vivían al margen de su gobierno, lo que no es el caso actual de España.

-¿Se atreve, como escritor lleno de imaginación, a vaticinar un futuro para el país?

-Pese a todo, estoy ilusionado, mantengo una confianza plena en los españoles de a pie, la mayoría y yo, en su capacidad de trabajo y de reinventarse, en su aguante, que ya es demasiado, en su imaginación, en la España plural que construyen los españoles día a día y a pico y pala, con un aditivo sugerente, la capacidad que tenemos de reinos de todo incluso en momentos de dificultad. Y nuestra vida mediterránea, que propicia el necesario ocio, las cañas, los amantes o parejas estables, los compadres, y la furia -lo que se comprobó al ganar el mundial- bien entendida a modo de oxígeno de la patria común.

-Como ocurre en su novela, ¿cree que el amor podría obrar el milagro para calmar la situación y salir a flote de la crisis en la que vive España?

-El amor ayudaría, pero sería de ingenuos pensar que lo lograría. La salida es colectiva, de la nación y sus habitantes unidos, mientras que el amor es un acto de libertad privado y unívoco, nunca colectivo. Aún más, el amor es hijo de la libertad.