A lo largo de su vida sus méritos le valieron una mención especial en el Salón Nacional de Fotografía convocado por el Ayuntamiento de Zamora con motivo de las ferias de septiembre en 1956, por una foto que tituló "Peñascos". En aquel certamen, por delante de él solo quedó el premio de honor que correspondió a un leridano, Juan Badías Rabinat por una obra denominada "Caricia de sol".

En 1962, en el concurso organizado por El Correo de Zamora en Semana Santa obtuvo un segundo premio por una fotografía dedicada a la procesión de la Esperanza. En el número extraordinario del periódico Ildefonso Vara es el único de los participantes que no aparece con su efigie en el ejemplar. Según cuenta él mismo en la crónica, no era muy amigo de que otros le retratasen, a pesar de que, en más de una ocasión, posara para su propia cámara. Ya por entonces la crónica aseguraba que Ildefonso Vara poseía «centenares de clichés conseguidos por él en una larga y fervorosa dedicación a la fotografía».

«Hace mucho tiempo que vengo consagrando mi afición a la fotografía, me gusta mucho plantearme problemas con la cámara y resolverlos». Tantas fotos acumulaba ya que al zamorano le resultaba imposible nombrar una de ellas como su favorita: «No puede un padre elegir a uno de sus hijos como el que más quiere», aunque sí reconocía su especial predilección por momentos de la Semana Santa zamorana: «La procesión a la que he dedicado la mayor parte de mis disparos es la del Santo Entierro. Cualquiera de sus momentos me parecen excelentes para obtener buenos encuadres. Sin embargo, el momento más bello para mi gusto y que me gustaría poder plasmar en una buena fotografía es la salida de la Soledad en la madrugada del Viernes Santo. Este año voy a intentar hacer un fuerte disparo con magnesio por vía de ensayo». En la foto que recoge el momento de la entrega del premio Ildefonso Vara aparece elegante y formal con un traje de rayas a la moda salido de sus propias manos. «Era sastre, sí, o al menos aprendió el oficio aunque nunca lo desarrollara más que para la gente de casa. Todavía me acuerdo de unos pantalones rosa que me hizo a mí y que llevé cuando hacía el bachillerato», menciona, divertida, la nieta Beatriz, hoy enfermera y devota, al igual que su padre, de la peculiar personalidad de su polifacético abuelo el fotógrafo.

En la casa familiar de la plaza de la Leña poseía su propio laboratorio fotográfico donde llevaba a cabo el revelado de un material, por entonces todavía más precioso, porque no había ocasión de repetir y porque resultaba demasiado caro. La Soledad es una de las imágenes que más se repite en la larga colección de Vara de la Prieta: durante la procesión o bien en detalles de la imagen desmontada, de sus manos, donde se aprecia la delicadeza de la talla de Ramón Álvarez. Era hermano de la Congregación y también de los primeros que formaron parte de la Hermandad de Penitencia, las Capas Pardas, donde le sustituyó algún año su propio hijo.

Casado con María Ángeles García Panero el 7 de mayo de 1949, fue padre de dos hijos: el primogénito Ildefonso y una niña, Azucena. El primero dice haber heredado de su padre «el amor a la naturaleza, la afición a la pesca, de hecho, soy profesor de Bilogía». Ildefonso Vara García cree, sin embargo, que la obra de su padre merecía un reconocimiento. Fue él mismo el que empezó a ordenar los cientos, los miles probablemente, de negativos que acumulaba su padre. Tardó más de un año en reunirlos y en digitalizarlos. Para entonces, la obra de su padre era tan ingente «que había fotos que ni él mismo recordaba cuando se las enseñé».

Sus imágenes han sido reproducidas, aisladamente, en algunas publicaciones de Semana Santa como por ejemplo la revista del aniversario de la Cofradía del Vía Crucis, pero solo una vez han sido objeto de exposición y la organizó su hijo en el instituto donde daba clases en Valladolid. «Llevamos a revelar una selección de ellas, pero como era muy perfeccionista nos dijo que estaban mal reveladas». Aún así, la exposición tuvo el éxito que merecía la calidad de las instantáneas que muestran a la vieja ciudad de Zamora y su Duero, contraluces de escenas en el río, de pesca, mujeres lavando la ropa en las orillas, o la luminosa diversión en la isla de los Bañaderos. Las aceñas, la calle de Orejones, Santa Lucía, la Catedral desde el Troncoso. Estampas de un tiempo lejano, detenido para siempre en el objetivo de aquella Súper Nikon. También existen imágenes del Lago de Sanabria o San Pedro de la Nave, entre otras muchas. A menudo las «modelos» que aparecen son su propia esposa, sus hijos, familiares o amigos para quien llegó a hacer reportajes que jamás cobraba, a los que nunca dio excesiva importancia. Solo le interesaba el trabajo bien hecho que captaba a través del objetivo de su Nikon.

Mantuvo su afición hasta bien avanzada edad. Falleció en 2009, cuando la era digital anunciaba el declive de todas aquellas técnicas aprendidas de manos de su compañero Gullón y de la revista Arte Fotográfico. El suyo era el ojo de la calle, el que captaba la espontaneidad de unos escenarios hoy transformados y de unas gentes que forman parte de la memoria colectiva zamorana, al igual que su extensa colección de fotografías.