El pasado sábado, sin novedad, y exorcizado el pucherazo que planeaba desde que la compra del voto del diputado por el PSOE José Luis Antorrena diese la Diputación a Alianza Popular en 1987, se constituía el nuevo Ayuntamiento de la capital, siendo elegido alcalde, en medio del clamor y el fervor de sus simpatizantes, Francisco Guarido Viñuela, que pasa a ser el primer alcalde "comunista" en la historia de la ciudad. Los medios de comunicación han puesto especial énfasis en calificar de "histórico" el acontecimiento, aunque el adjetivo -muy manoseado en estos días- se ha utilizado asimismo para referirse a lo acontecido en alcaldías de más fuste, como Barcelona, Madrid o Cádiz. Me perdonarán si pongo algún pero al asunto, pues estimo que el que Zamora tenga un alcalde de IU, aupado con los votos de un PSOE que camina de victoria en victoria hasta la derrota final, habría que calificarlo de excepcional, en el significado que le da el diccionario de la RAE, es decir, que ocurre rara vez, habida cuenta que el partido que lidera Guarido aquí no representa la "mayoría social".

Antes de la constitución del nuevo ayuntamiento, en las redes sociales han circulado algunas bromas espesas, jugando con algunos símbolos locales, para significar lo que se nos viene encima. Pero la realidad se ha impuesto sin más novedad que la que al efecto establece nuestro ordenamiento jurídico. Y más allá de la fórmula elegida por los concejales/as y del "look" que cada cual lució en el acto y que queda para cotillas y remilgados, todos juraron o prometieron cumplir las obligaciones del cargo con lealtad al rey y guardar y hacer guardar la Constitución. Quizás esto no despeje incertidumbres -hay tantas y no precisamente locales- pero es la garantía de que el nuevo gobierno municipal funcionará de acuerdo con la ley. Conviene recordar que, no obstante el carácter excepcional que tiene la elección de la nueva corporación, es el resultado de la voluntad popular, por más que la candidata más votada, y hoy jefa de la oposición, le cueste aceptarlo; uno nunca está preparado para perder, pero a veces sucede. Yo no voté al señor Guarido, pero en democracia dos más dos siempre son cuatro, y su pacto con los socialistas es más natural que el que su partido selló en las anteriores elecciones autonómicas en Extremadura. Allí también se justificó para hacer posible el cambio. Y eso, o sea, la alternancia es la esencia misma de la democracia. Otra cosa es cómo saldrá el PSOE de esta aventura. También su elección ilustra que la democracia, incluso la nuestra, pese a sus mañas, ha hecho posible que un partido pequeño y radical pueda alzarse con la alcaldía de una pequeña y conservadora capital de provincias.

Sin pretender establecer paralelismos la elección, hace ahora ochenta y cuatro años, del primer alcalde socialista de Zamora sí podría adjetivarse de histórica, aunque por otras razones. El 12 de abril de 1931 España celebraba elecciones municipales. La convocatoria a priori era intrascendente, si bien la Monarquía agonizaba, precipitada por las nefastas políticas de gobiernos del Directorio Militar. Este era también un momento crítico, y había, como ahora, ansias de cambio. Las elecciones entonces las ganaron los monárquicos, pero las grandes ciudades, donde latía el pulso político del país, votaron mayoritariamente a las candidaturas republicanas. Les suena. De manera que, al igual que ahora, se votó en clave nacional, lo que finalmente precipitó la caída del régimen de la Restauración, y "España se acostó monárquica y se levantó republicana", como irónicamente comentase el almirante Aznar. Aquí en Zamora también triunfaron los republicanos, que se alzaron con la victoria al presentar candidaturas junto con los socialistas. Ese pacto les dio quince concejales, frente a los siete que obtuvieron los monárquicos. Quizás entonces nadie pensó que esto pudiese suceder, pero solo aquellos que desconocían los cambios operados en la sociedad española se toparon de repente con ella. El nuevo ayuntamiento se constituía sin sobresaltos el día 17 de abril, y en aplicación de la Ley Municipal de 1877, era elegido alcalde, por mayoría, el socialista Cruz López García, optando la oposición por votar en blanco. Hubo en el pleno intervenciones y aplausos: breve la del nuevo alcalde, que tras manifestar su condición humilde, y rechazar los "discursos floridos", al igual que Guarido, prometió "mirar con todas sus energías por los intereses municipales y ajustar todos su actos a la más estricta justicia". También, como ahora, la sesión constitutiva se desarrolló con normalidad, en un ambiente civilizado y patriótico, prometiendo los cargos electos trabajar por Zamora y España. Igualmente se tendió la mano a la oposición, a la que el elegido primer teniente alcalde, Roberto-Lino Blanco Semper, que se jactó de ser "el primero que paseó la bandera de la República por la calles de la ciudad en la fecha histórica del pasado día 14", pidió su colaboración, en bien de los intereses municipales. Tampoco faltó la anécdota populista, protagonizada por el concejal Herminio Asorey Martínez, que propuso festejar el triunfo de la democracia repartiendo una ración de carne y pan a los pobres, que habría de motivar la respuesta del monárquico Victoriano Velasco Rodríguez pidiendo su retirada, y de paso mostrar sus recelos sobre el nuevo régimen, para a renglón seguido recordar a los vencedores su obligación de respetar la ley, el orden, la democracia y la justicia, y ofrecer su colaboración. Paradójicamente su compañero Tomás Tomé Prieto, tras dar la bienvenida a la República, propuso examinar escrupulosamente las actuaciones de las anteriores corporaciones municipales, exigiendo si fuere preciso responsabilidades; pidió también sanear la hacienda municipal, y manifestó el deseo de hacer de Zamora una ciudad higiénica, para reducir su aterradora mortalidad.

Es evidente que las recientes elecciones municipales han supuesto un cambio de dimensiones más discretas y menos trascendentes del que trajo la II República, aunque las fuerzas emergentes lo han celebrado como el primer paso para arrumbar el corrupto régimen bipartidista, por utilizar sus palabras. Si hay algo que el pasado y el presente nos enseñan es que ningún gobierno va por delante de la gente, como ahora se gusta llamar al pueblo. Esta misma semana Antonio Navalón reflexionaba sobre el particular y recordaba la brecha que Internet ha abierto entre gobernantes y gobernados. Con sensatez, venía a decir, que "una cosa es aprovechar el descontento y otra es saber construir políticas de Estado", ya que las fuerzas emergentes "solo reflejan la formalización de un estado de desacuerdo, pero no garantizan que eso sirva para hacer política". Yo no sé, si como sostiene, los políticos son una especie en extinción, pero comparto su opinión de que "la gente ha decidido usar el sistema para acabar con el sistema. Por eso decide votar". No obstante, lo sucedido en Zamora tiene sus peculiaridades. Una circunstancia -azar o pacto-, el que Podemos no presentase candidato a las municipales, la cainita y endémica lucha de todos contra todos en el PSOE, y el descontento general por las políticas del PP, han permitido el desembarco de IU en el Ayuntamiento. Nadie imagina cómo será su gestión, prejuzgada de sectaria por los agoreros y los irredentos pedigüeños de la Junta Pro Semana Santa. Frente al mesianismo populista de Podemos, quizás Guarido sea un cortafuegos que garantiza trabajo y seriedad, lo que no significa a priori acierto, pues en la oposición -la única visible en los últimos años- ha predicado eficazmente, pero ahora le toca dar trigo. Hay otra incógnita, que se planteará en breve: si IU como partido nacional en las próximas elecciones generales desaparece o pasa a ser una fuerza extraparlamentaria, engullida por los emergentes, en qué situación quedará Zamora. Demasiadas incertidumbres. Concedámosle, al menos al alcalde, pues su equipo también es una incógnita más, el beneficio de la duda. No debe olvidar el nuevo alcalde que gobernar para sus simpatizantes será fácil, hacerlo para sus electores y todos los zamoranos un reto sin duda mucho más difícil. Como dice mi admirado Miguel Ángel Aguilar, veremos.