Cuando pasado el mediodía la Virgen del Encuentro atravesó el umbral de Santa María de la Horta una espléndida Semana Santa tocaba a su fin. El himno nacional y las varas de los hermanos de La Resurrección tocando el cielo marcaban el epílogo de días de reencuentro inolvidables. De ellos solo quedará el registro de la interminable retahíla de fotografías que inmortalizarán un instante único los jardines de la Catedral, las rúas o la Plaza Mayor. Y con el tiempo, esas instantáneas tendrán el color extraño que imprime el paso del tiempo. Como esos zamoranos entrañables que, desde un mural gigante en el Ayuntamiento Viejo, han vuelto a disfrutar de la misma Semana Santa que recorrieron con todos los sentidos hace muchas décadas.

La Soledad había recordado el Sábado Santo que el buen tiempo es efímero en el mejor de los casos, como el de esta semana. La Madre de los zamoranos aguantó la bajada de las temperaturas, el viento y algunas gotas de lluvia gracias al amparo de las damas. Cielo cubierto con el que amanecía el Domingo del milagro. Que aunque la noticia es sabida, hay que ganársela recorriendo el trecho que une los Barrios Bajos con la Plaza Mayor.

Por eso, a las nueve de la mañana partían los hermanos del Resucitado y el cortejo de una Virgen del Encuentro tapada aún con el manto de luto. A eso de las diez y media parada en San Ildefonso y Santiago del Burgo para reponer fuerzas y tomar las fotos de rigor junto a las imágenes. Descanso de café y chocolate con churros mientras los zamoranos escoltaban, por los cuatro costados, la Plaza Mayor. Algunos, conocedores ya de que el nuevo Encuentro tendría lugar en el centro del espacio para mayor disfrute de todos. Otros, apegados a la tradición de ver reverencias y escuchar salvas junto al Ayuntamiento Viejo.

Las nubes que hacían la mañana más fría de lo esperado se fueron rindiendo a la evidencia. Era jornada festiva. Y mucho para los zamoranos. Superadas las once, la Banda Ciudad de Zamora marchaba afinando la corneta para dibujar el Bolero de Algodre. Tiempo para que los hermanos, con las mejores galas, tomaran la plaza con sus varas rematadas por todo tipo de flores. Abundaban los claveles rojos entre los seguidores del Resucitado. Las flores azules y violetas entre los acompañantes de la Virgen.

Precisamente, la Virgen del Encuentro hizo su entrada desde Renova para pegarse a la iglesia de San Juan y esperar a su hijo desde el otro costado. Ataviado con el banderín y el manto de terciopelo rojo, la imagen de la Resurrección entró a continuación para encontrarse justo en el centro. Una exclamación siguió al repentino caer del manto de terciopelo negro de María y las salvas y varas en alto hicieron el resto. Desde el Ayuntamiento viejo, el sonido atronador de las escopetas. Desde el edificio opuesto, decenas de globos de colores acompañaron la noticia.

La dulzaina y el tamboril se hacían dueños de la primera romería de la temporada. Quedaba por delante la última parte del recorrido, Balborraz y La Horta. Los estandartes de las dos hermandades que son una sola caminaron hasta encontrar los Barrios Bajos. De nuevo las notas del tambor y la corneta. El himno nacional precedía la entrada del Resucitado y de la Virgen del Encuentro. Varas rozando el cielo en medio del estruendo de salvas y petardos. Un inmenso momento de alegría por haber vivido y sentido la Pasión. Y al tiempo, la melancolía de la Semana Santa que se va. Una celebración excelsa, la fiesta de los zamoranos.