En forma de cruz latina, los cofrades de la Hermandad de Penitencia cubrieron en la noche del Miércoles Santo su lento recorrido por las calles del Casco Antiguo. Tan solo iluminados por la luz de la luna (y algunos flash inoportunos para capturar la instantánea entre tanta negrura), los hermanos de atuendo alistano marchaban con su farol y su paso acompasado, sin prisas. Las luces se apagaban a su paso y el público, tan numeroso que originaba un intenso rumor de fondo, enmudecía como por ensalmo en cuanto llegaba a su altura la cruz guía de la hermandad.

Las Capas, tan distinta y sin embargo tan definitoria de lo que es la Semana Santa zamorana volvió a convertir en mágica la noche. Por su estética y su silencio. Y también por sus sonidos: las matracas, que rompen el silencio en el momento más inesperado. Los suaves y graves toques del bombardino (Eduardo Vidal, a la sombra del recordado e inigualable Agustín Lorenzo) o del cuarteto de viento. Notas simples de melancólicas melodías que, aunadas al entorno, logran sobrecoger al espectador a poco que éste se meta en el ambiente.

La Hermandad de Penitencia podría incorporar otro instrumento, la zanfona, para el desfile del año que viene. Su presidente, Antonio Martín Alén, asegura que las pruebas realizadas son satisfactorias, aunque habrá que estar, y pasar, por lo que diga la soberana asamblea. Que no es esta cofradía, precisamente, amiga de innovaciones, sobre todo cuando todo el mundo, dentro y fuera, está convencido de que al desfile ni le sobra ni le falta nada. Y que en este mundo donde nada es perfecto, hay cosas que se acercan, como puede ser el desfile de las Capas en el mundo de las procesiones. Los penitentes salieron de San Claudio y enseguida del mismo barrio de Olivares para enfilar por la que quizá sea la parte más desangelada del recorrido, más por la amplitud de la avenida de Vigo que por el entorno mismo, entre las Peñas y la Muralla, y entre el río Duero. Sube la procesión por la Cuesta de Pizarro y ya desde la curva que emboca la pendiente se nota que el público elige los lugares más angostos y encajonados del Casco Viejo.

Al paso por la iglesia de San Ildefonso, bajo el arco y en la plaza, se reza un vía crucis, las únicas palabras que se oyen en todo el recorrido, que avanza imperturbable hacia la Catedral. No llega porque enfila de nuevo hacia el barrio donde mora el Cristo del Amparo, por la Puerta y la Cuesta del Obispo, lugares preferidos como punto de contemplación de la maravilla estética de las Capas para otros varios cientos de visitantes. Baja la procesión hacia el arrabal y por Rodrigo Arias enfila la última calle antes de llegar al templo. Allí mismo, junto a San Claudio de Olivares los sonidos del Miserere Castellano a cargo de los hermanos cantores culminaron el último gran momento de la procesión de las Capas que revive cada Miércoles Santo.