Tradición y sentimiento. Más que un hábito, las procesiones zamoranas exhiben en muchos casos verdaderas joyas textiles cargadas de historia y recuerdos. Hijos, nietos o sobrinos portan estos días con orgullo estameñas y caperuces heredados de sus antepasados, aquellos que ya no están, pero que han dejado en sus generaciones posteriores el legado del buen zamorano: el de la Pasión.

Es el caso del joven Carlos Sever Alonso. A sus trece años, esta Semana Santa portará por primera vez el traje de terciopelo de la Vera Cruz que perteneció a su bisabuelo paterno, José Rodríguez. Al igual que él, también su abuelo y su padre vistieron el mismo hábito, que sigue intacto ya que «nunca se ha tocado, nos lo hemos ido poniendo a medida que nos valía», explica Sever. Su origen se remonta a principios del siglo pasado y a pesar de la juventud del zamorano, es consciente de «lo especial que es». Lo mismo le ocurre con el caperuz de los años 50 de la procesión del Cristo de las Injurias, «mi preferida», heredado de su abuelo Manuel Alonso. Aunque falleció cuando él tenía tan solo dos años, «sé que era una persona muy especial, cariñoso conmigo, muy trabajador y, sobre todo, semanasantero», cuenta. «Me acordaré de ellos cuando me vista».

La misma sensación la tiene cada Semana Santa el zamorano Rubén Bobo, que acostumbra a portar el caperuz del Silencio y, en ocasiones, la túnica de la cofradía del Jesús Nazareno vulgo Congregación. Ambos hábitos pertenecen a su abuelo, Adolfo Bobo, y «no sabemos si pudo heredarlo incluso de su padre, Gabino Bobo», explica el cofrade. El hábito data de 1910, mientras que el caperuz de terciopelo rojo se remonta a los años 40.

La tradición semanasantera de la familia Bobo se transfiere de generación en generación como el mejor legado. «Nuestros antepasados han vivido la Semana Santa con arraigo, mi abuelo procesionaba en cinco o seis desfiles y mi padre hace el número 40 del Santo Entierro». El propio Rubén Bobo es hermano en cinco cofradías. Las sopas de ajo durante la mañana del Viernes Santo no faltan en la casa de la familia zamorana, que se colma de gentío desde bien temprano para degustar «las famosas sopas de Balbi». Aceitadas, dulces típicos y el tradicional «Dos y pingada» siempre están a punto. Como manda la tradición.