«Desde el primer momento elegí como titular de esta vuestra parroquia a San José Obrero. Vuestro barrio está especialmente formado por familias obreras que tienen las mismas penurias, los mismos sacrificios, las mismas austeridades en el vida que él tuvo que vivir también. Sabéis lo que es la escasez, lo que es el olvido y el dolor, como lo supo él. Solo hallareis consuelo y alivio en la fuente donde él lo buscó y lo encontró». La plática del obispo Eduardo Martínez describe perfectamente la situación del barrio que sirvió de expansión a San Lázaro y fue recogiendo a los nuevos pobladores formados por parejas jóvenes que encontraban en la zona nuevas viviendas donde desarrollar su vida, agricultores del extrarradio y población de aluvión de los pueblos cercanos que empezaban a encontrar trabajo en la capital. Unos pobladores que hallaron, efectivamente, consuelo y alivio en la parroquia, no tanto con la resignación en la que pensaba el prelado en su sermón inaugural sino más bien por la implicación de los sacerdotes que se ocuparon de la feligresía y, sobre todo, de participar en lo que fue un movimiento de desarrollo comunitario, quién sabe si aún hoy referencia en estas épocas tan complicadas y críticas.

El sábado 18 el obispo de la diócesis, Gregorio Martínez Sacristán celebrará el medio siglo de existencia de la parroquia con la comunidad que forman unas 5.500 feligreses y los sacerdotes que han ejercido en el templo del 121 de la avenida de Galicia desde aquellos tiempos hasta hoy, donde rigen los destinos de la comunidad Luis Miguel Rodríguez y José María Casado, con el apoyo del sacerdote adscrito José Díez Anta.

El primer párroco de San José Obrero fue José Carlos Rodríguez Fernández, quien poco después de terminada la ceremonia inaugural celebraba «en el originalísimo y bello baptisterio» su primer bautizo, que sirvió, según la crónica de la época de El Correo de Zamora para «acristianar a un gitanillo». Fue el hijo de Pedro Jiménez, vendedor ambulante y Felipa León el primer niño bautizado en la parroquia, que tomó el nombre de José Carlos en homenaje al párroco, que regaló a los padres una «valiosa canastilla». Por la tarde bautizó a Juan Carlos Alfonso Crespo Hernández. En esas fechas la parroquia, levantada sobre un solar que había cedido Manuel Redoli, celebraba también su primer entierro y poco después, el 2 de febrero, el primer matrimonio.

Al primer párroco sucedió pocos años más tarde una terna formada por los jóvenes Ángel Bariego Núñez, quien después dejaría la sotana, Marcelino Gutiérrez Pascual, quien continúa de sacerdote en Mahíde y Manuel Luengo Tapia, ya fallecido. Como recuerda Bariego, los tres se implicaron a conciencia no solo en su labor pastoral, que cumplieron con creces, sino también en su labor social y de desarrollo comunitario. Una de sus primeras decisiones, que Bariego interpreta ahora tan simbólica como importante, fue renunciar a vivir en la casa parroquial para irse a un pequeño piso, de la Obra Sindical del Hogar, una vivienda como la que utilizaban muchos vecinos del barrio. Eso sí, con la llave siempre puesta y un cartel en el que animaba a entrar al amigo y compartir el pan. «Esa llave ha hecho milagros», considera Bariego. Implicados con la vida del barrio, y sin posibilidad de queja por parte del obispo, ya que cumplían su labor pastoral y de catequesis a la perfección, los tres curas participaron en la toma de conciencia del barrio y la mejora de sus condiciones de vida. Todo coordinado, pero sin mezclas: «La vida parroquial iba por su sitio y el desarrollo comunitario por el suyo», dice Bariego, para quien «la iglesia es el pueblo de Dios y nosotros teníamos que estar con el pueblo, con la sociedad». Compañero de Bariego era por aquel entonces Marcelino Gutiérrez, que aún ejerce como cura en Mahíde y resume su labor en dos palabras: «fundamentalmente lo que hicimos fue crear un barrio. La parroquia y el barrio crecieron juntos. El barrio era San Lázaro, San José Obrero no existía y hubo que crear una comunidad».

Así lo subraya también Demetrio Madrid, vecino de la zona y presidente de la Asociación de Desarrollo Comunitario, además de testigo directo de la importante labor social de esta terna de curas, junto con la de otros ciudadanos reunidos en distintas asociaciones, y protagonistas de un movimiento social de barrio que apostó por la mejora de las condiciones de vida y por las libertades.

Cogió el testigo Benito Peláez, el párroco que más tiempo ha dirigido la parroquia, 23 años, desde 1972 a 1995, quien reconoce la labor de sus predecesores, una línea de implicación social que él mismo continuó. «Dentro de la Iglesia seguía la liturgia, por supuesto. Pero la iglesia también estaba en el barrio, ayudando a los feligreses en su trabajo de desarrollo comunitario puesto en marcha por Bariego, Marcelino y Tapia».

«Dentro de la iglesia estaba la liturgia, pero también cogí la antorcha de una labor social»

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Expárroco

«Teníamos muy claro que había que vivir como el pueblo, como los demás vecinos»

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Exsacerdote

«Nuestra labor fue fundamentalmente crear un barrio, una comunidad, porque no existía»

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Párroco de Mahíde