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Junto al legado románico, museos, centros de interpretación y las propias calles de la ciudad suponen un itinerario que recorren cada día decenas de forasteros. A estos argumentos acaba de sumarse el nuevo Museo Diocesano, una exposición de más de un centenar de piezas del extenso legado de arte sacro de la provincia. Una suerte de exposición al más puro estilo «Edades del Hombre» que saludará al visitante de forma permanente.

El resto de la provincia completa la descubierta del románico. Ahí están indemnes las múltiples iglesias y ermitas toresanas, con la Colegiata como punta de lanza. En una ciudad patrimonial como Toro, la visita de los muros interiores del templo mayor de Santa María finaliza en una especie de experiencia mística frente al Pórtico de la Majestad, una Biblia en piedra policromada.

Las iglesias de Benavente, el antiguo monasterio de Santa Marta de Tera, el cenobio de San Martín de Castañeda o las impresionantes ruinas de Granja de Moreruela son la seña de identidad de los zamoranos. Junto a ellos, uno de los escasos ejemplos del legado visigótico en la Península. Desplazada unos cientos de metros para salvar la embestida del embalse de Ricobayo, permanece inalterada San Pedro de la Nave, cuyos capiteles recogen algunas de las secuencias más vivas de las sagradas escrituras.

Ya de regreso a la capital, la ruta modernista propone al visitante una experiencia nueva: la de mirar hacia arriba. Más de una decena de edificios impulsados por la emergente burguesía de finales del siglo XIX y principios del XX visten las mejores calles de la ciudad de una elegancia sobria, de una combinación de formas y colores que hablan de un estilo ecléctico puesto en valor por los responsables políticos.

La Catedral y su museo, con colecciones de arte como los célebres tapices flamencos hacen que el visitante cambie de manera definitiva su opinión de Zamora. Desconocida, sí. Ahora sorprendente.

En el terreno de las tradiciones, Zamora conserva como el primer día algunas de las fiestas y celebraciones más impresionantes del país. De manera reciente, el Toro Enmaromado ha concitado a miles de personas por las calles de la ciudad en torno a una carrera con siglos de experiencias, sustos y algún que otro revolcón. Es el culto a la bravura de un astado que cada año renueva una tradición ligada a los genes de los benaventanos.

De carácter ancestral y universal son las llamadas mascaradas, que buscan junto a la vecina Portugal la declaración patrimonio de la humanidad de la Unesco. El frío y la nieve las saludan a finales de diciembre y principios de año, pero se reproducen en el Festival de la Máscara cada final de la primavera, ora en Lisboa, ora en Zamora.

Pero sin duda, la tradición que habla con una voz más fuerte de la provincia es la Semana Santa, que casa a la perfección con el emergente turismo religioso, que arrastra a millones de personas por todo el mundo. La capital es la bandera de una celebración que define el carácter zamorano por toda la provincia: Toro, Bercianos de Aliste o Fuentesaúco.