La leyenda popular de Longinos

El relato de Juan, único de los evangelios canónicos que refiere el episodio de la lanzada, nada dice de su autor, un soldado, al que los sinópticos elevan al rango de centurión, que al ver temblar la tierra y oscurecerse el sol, exclamó: «vere filius Dei erat iste». La supuesta identidad del centurión aparece en los apócrifos, en concreto en el Evangelio de Nicodemo (c. 424): «Mas Jesús habló a Pilato, y (nosotros sabemos) que le hemos visto recibir bofetadas y esputos en su cara; que los soldados le ciñeron una corona de espinas; que fue flagelado; que recibió sentencia de parte de Pilato; que fue crucificado en el Calvario en compañía de dos ladrones; que se le dio a beber hiel y vinagre; que el soldado Longinos abrió su costado con una lanza». En opinión de Réau el origen de esta palabra es claro, lanza en griego es longke, así pues longinos no es más que la personalización del instrumento que atravesó el costado de Cristo. La Leyenda Dorada adornó su historia haciéndolo ciego, y milagrosamente curado por una gota de sangre manada desu costado: «a este milagro experimentado en sí mismo se debió principalmente su conversión, a raíz de la cual renunció a la milicia, recibió de los apóstoles la instrucción necesaria, se retiró a Cesarea de Capadocia, y allí permaneció veintiocho años haciendo vida monástica y convirtiendo a muchos a la fe de Cristo con su predicación y buenos ejemplos». Esta misma obra refiere que fue martirizado por negarse a ofrecer sacrificios a los ídolos paganos, y aunque le fueron arrancados los dientes y le cortaron la lengua, milagrosamente no perdió la facultad de hablar. Murió degollado. La tradición latina lo incluyó en el martirologio romano, con el nombre de San Longinos, celebrándose su fiesta el 15 de marzo. También la tradición griega lo reconoció santo y el menologio griego celebra su fiesta el 16 de octubre. No menos legendaria es la historia de las reliquias de la sagrada lanza. Una de ellas, la que está en el Vaticano, le fue enviada en 1492 por el sultán turco Bayaceto al papa Inocencio VIII. La que se conserva en el Kunsthistoriches Museum de Viena, conocida como «Lanza del destino», tiene una antigua, legendaria y enigmática historia, y ha sido filón inagotable de novelas, relatos y películas.

La lanzada en la iconografía

La popularidad de la leyenda de Longinos determinó su temprana aparición en la iconografía. Así, el ilustrador del evangeliario siríaco de la Biblioteca Laurenziana de Florencia (s. VI) dibujó en el pasaje de la crucifixión un soldado con una lanza, y junto a la imagen un texto en caracteres griegos: . Imagen que se repite en el altar de la iglesia romana de Santa María Antica, donde el nombre ya aparece latinizado. La iconografía medieval también lo figura sufriendo el martirio (arrancándole los dientes y sacándole los ojos) y destruyendo con un hacha los ídolos paganos. Frente a estas representaciones alto-medievales, durante el renacimiento grabados y pinturas diversifican su representación. Una de las más conocidas es el gran fresco que Fra Angélico pintase hacia 1450 para el convento dominico de San Marcos de Florencia. Menos común es la del grabado de Andrea Mantegna, en el que aparece con la lanza en actitud orante, junto a Cristo resucitado y San Andrés.

En una xilografía alusiva al calvario, que los estudiosos datan hacia 1500-1503, figura entre el abigarrado conjunto de personajes a caballo lanza en ristre. De esta estampa o de otra similar -Navarro Talegón señala también como posible referente la obra del pintor flamenco Louis Alincbrot- debió servirse el autor de la sarga conservada en el monasterio toresano de Sancti Spíritus. Un grabado de la crucifixión, del siglo XVII, publicado en Nuremberg por David Funk, y atribuible a alguno de los miembros de la saga familiar de los Hopfer, nos los presenta a pie y vestido a la usanza de la época. La imaginería barroca se sirvió indistintamente de grabados flamencos y alemanes, y también de la paradigmática obra de Rubens, La Lanzada, realizada en 1620 para la nueva iglesia de los jesuitas de Amberes. En esta grandiosa tabla se representa a Longinos, a caballo, en el momento en que se dispone a hundir la lanza en el costado de Cristo, en presencia de María Magdalena que, arrodillada junto a la cruz, alza las manos suplicante, queriendo detener la acción, y el grupo de San Juan y la Virgen a un lado del calvario, volviendo el rostro. El cuadro es de una teatralidad casi patética, pleno de fuerza dramática y movimiento, a excepción de un Cristo, ya muerto, de sereno equilibrio vertical, frente a la manierista traza de los ladrones que se retuercen y resisten al tormento.

De estas fuentes bebió la imaginería procesional. Los primeros ejemplos de su representación como paso de Semana Santa nos remiten a la escuela barroca castellana. Sabemos que la Cofradía de la Vera Cruz de Valladolid tenía un pequeño grupo de papelón de Longinos, que algunos datan hacia 1595. Sin embargo, el arquetipo de la escena lo realizó Gregorio Fernández, si bien no se ha conservado, aunque no debía diferir del ajustado en 1673 con Andrés de Oliveros para Medina de Rioseco, formado por siete imágenes «en correspondencia del paso de este mismo género que está en la ciudad de Valladolid que tiene la Cofradía de la Piedad», si bien por no gustar hubo de ser reformado en 1696 por Tomás de Sierra. Su canónica interpretación llevó a imponerse en otros encargos contemporáneos, como es el caso del paso tallado en 1692 por el taller vallisoletano de José de Rozas y Antonio Vázquez para la Cofradía de Jesús Nazareno de Palencia, o el gubiado para su homónima de Sahagún de Campos.

La Semana Santa zamorana dispone de dos escenas que secuencian la lanzada de Longinos. La que concluyó en 1868 el imaginero Ramón Álvarez para la Cofradía del Santo Entierro constituye uno de los pasos más logrados de su producción artística, pese a su estereotipada composición -pictórica con ecos de Rubens- que obliga a contemplarlo lateralmente. La única novedad fue colocar el caballo en levantada, gravitando sobre sus patas traseras, algo que hasta entonces no se había experimentado, y refuerza la teatralidad de la escena. El paso de Fernando Mayoral, de la misma cofradía, repara en otro momento: la conversión del centurión, de ahí que aparezca pie en tierra mirando compasivamente a Cristo.

En Andalucía, Levante y otros lugares son muchos los ejemplos y variantes que de la escena se han hecho, gran parte de ellos en los últimos años. Así, los pasos de las hermandades de la Lanzada de Sevilla y Jerez de la Frontera incluyen un estereotipado grupo formado por Cristo en la cruz, flanqueado por su Madre y San Juan, Longinos a caballo, y junto a él las marías. En otros casos el grupo se construye con tan sólo dos imágenes: Cristo en la cruz y Longinos pie en tierra, como en el misterio granadino, obra contemporánea (1985) y discreta del imaginero Antonio Barbero Gor, o el de Cieza (Murcia), trabajo reciente (2006) de José Hernández Navarro, si bien aquí Longinos se dispone a dar la lanzada sobre un encabritado caballo. Con la misma economía de imágenes se resuelve el de León, obra del sevillano Manuel Hernández. Por el contrario algunos ejemplos no se ciñen a los estereotipos de uno u otro signo. Entre los más interesantes está el de Cuenca (1954), salido de la experta gubia de Leonardo Martínez Bueno, que idea una composición en la que sitúa a Longinos, a caballo, al lado de la cruz, de frente al espectador. El de Elche, obra también reciente del cordobés Antonio Bernal Redondo, aun ajustándose compositivamente al modelo andaluz, presenta al centurión junto a la cruz, y en primer plano a San Juan y la Virgen María. Uno de los que más se aleja de los cánones descritos es el de Ponferrada, realizado en 2008 por el taller madrileño Antonio Mesquida, que construye la escena con Longinos dando la lanzada a caballo, en presencia de dos soldados, uno que alargar la caña con la esponja y el otro jugando a los dados.

Escrutando lo que ha dado de sí la imaginería procesional de este misterio el grupo zamorano de Ramón Álvarez destaca por su originalidad y superación del estático modelo de la escuela barroca castellana, además de constituir un ejemplo único en la producción decimonónica, que no dudamos pudo ser modelo para trabajos posteriores.