Fueron solo unos minutos, pero a más de un zamorano presente en Fitur se le puso la piel de gallina al escuchar la corneta del Merlú, el suave lamento del bombardino de Las Capas, el tintineo acompasado del barandales o la llamada al silencio de los clarines. Por unos instantes, la Semana Santa regresó a Madrid como hace dos años, cuando la corneta y el tambor destemplado de la madrugada del Viernes Santo causaron impresión por las calles céntricas de la capital en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud.

«No podemos traer el Lago de Sanabria, ni la Catedral de Zamora ni la Colegiata de Toro», bromeó el diputado de Turismo, José Luis Prieto Calderón. «Pero sí podíamos traer una pequeña muestra de la Semana Santa», anunció el responsable del Patronato. A un lado del expositor de Castilla y León, «el mayor museo del mundo», ya esperaban dos miembros del grupo de clarines del Silencio y una pareja de «merlús» del Viernes Santo. Eduardo Vidal, el nuevo bombardino, terminaba de ajustarse la capa alistana con el instrumento bien asido a los brazos. El último en llegar fue Nicanor Fernández, barandales de Nuestra Madre, que acertaba a completar su elegante indumentaria de época con ayuda de Isabel García, presidenta de la cofradía, y del directivo José Tomás.

«Buenos días, mi nombre es Antonio Martín Alén y soy el presidente de la Junta pro Semana Santa». El nuevo responsable de la Pasión fue describiendo, uno a uno, los sonidos de la tradición zamorana, que exhibió su mejor cara entre los reclamos de Castilla y León, las cepas de La Rioja o el patrimonio natural de Asturias, donde ya empezaba a correr la sidra. Primero, los clarines. «Tocan en dos tonos y piden silencio a la ciudad», explicó Alén. Bien lo saben los zamoranos de la habitual fría noche del Miércoles Santo, cuando el rojo tiñe las calles de la ciudad. Los dos «clarines» se dejaron los pulmones para satisfacer la expectación, esfuerzo correspondido con los aplausos del auditorio de Fitur.

El suave y triste sonido del bombardino tomó el relevo. Lejos de las calles rurales de San Claudio de Olivares, al descubierto, sin tapujos. El silencio se agudizó para experimentar la sensación de escuchar la salmodia fuera de su contexto natural. Y después, el Merlú. Los hermanos de Jesús Nazareno entonaron la llamada del Viernes Santo con la corneta y el tambor destemplado, reclamando esta vez más calor de forasteros y turistas para la Semana Santa zamorana del futuro, alicaída los últimos años. Las campanas del barandales cerraron el cuarteto de «latidos sonoros» de la Pasión. «Esta es una ínfima muestra de nuestra Semana Santa. Invito a todos a que vengan y la conozcan en profundidad», remató, entre aplausos, Martín Alén.

Ayer mismo, un vecino de Sevilla confesaba en la radio su «desgracia» por no poder ser un turista con ojos nuevos en su tierra, Andalucía. Cuántos zamoranos darían lo que fuera por volver a descubrir la Semana Santa más querida, la que hacen los cofrades y hermanos de acera.