El descubrimiento de una inscripción original bajo el arcosolio del abad del Espíritu Santo revela que el sacerdote se llamaba Alfonso García y no Alonso, como hasta ahora se pensaba ya que ese era el nombre que figuraba en el epitafio situado en el muro en el siglo XVII, cuando el lucillo más próximo a la capilla del Cristo de las Injurias se tapó por las modas imperantes en esa época. En este texto, en castellano antiguo, se indica que «aquí yace Alfonso García, abad del Espíritu Santo, canónigo de esta santa Iglesia, que Dios perdone, recolector de las limosnas de nuestro señor el Papa que murió a 20 días de mayo de 1409. ¡Oh tu lector reza un Padrenuestro por mí!, Que Dios te perdone a ti».

El movimiento de esta placa ha permitido comprobar que «el finado está el interior». «Ha aparecido un féretro con unas tablas bastante corrientes». «El fallecido está dentro pero cubierto con cal viva, procedimiento que se seguía cuando una persona moría a causa de una enfermedad infecciosa» y «únicamente se aprecia la puntera de un zapato, por lo que no podemos recuperar elementos como telas», indicó ayer el delegado diocesano de Patrimonio, José Ángel Rivera de las Heras, en la presentación de la restauración realizada en el arcosolio.

La intervención en este sepulcro, cerrado en 1621, comenzó el pasado año con la autorización de la comisión territorial de Patrimonio para retirar el cegamiento y realizar una restauración de lo encontrado, una vez que una prospección endoscópica permitió comprobar que existía una pintura mural en el interior del sepulcro abierto en la pared.

La actuación, desarrollada por las expertas Carmen Villarejo y Ana Martín con la supervisión y ayuda del director del taller diocesano de restauración y conservación, Bernardo Medina Garduño, ha permitido descubrir el bulto funerario del abad del Espíritu Santo, «que estaba bastante mutilado», precisa Rivera de las Heras. «La cara y las manos estaban rotas y formaban parte de las piedras con las que estaba colmatado el interior del arcosolio porque cuando se cedió tapar se rasuró los elementos sobresalientes», precisa el director del Museo Diocesano y del Catedralicio.

Una de las labores que han tenido que afrontar las restauradoras ha sido «localizar, identificar las piezas y colocarlas en su sitio para reintegrarlas a su lugar original». El eclesiástico aparece tumbado revestido con los ornamentos sacerdotales y con la cabeza reposando sobre dos almohadas. En la parte superior del interior del arco ha aparecido una pintura de la misa de San Gregorio, un tema muy apropiado para un lecho sepulcral, mientras que en el intradós del arco apuntado aparecen dos ángeles con velas, y en la clave, la pintura del escudo del Cabildo Catedral, el cordero apocalíptico.

En la parte exterior del arcosolio figuran unas pequeñas molduras. «Se han descubierto y las hemos colocado con carácter testimonial, dado que es mejor que se encuentren expuestas aunque no sepamos el lugar en el que originalmente se hallaban», describe el historiador Rivera de las Heras.

La obra de apertura y restauración del arcosolio, de autor desconocido, ha supuesto una inversión de 14.278 euros costeada totalmente por el Cabildo.

Sobre el resultado final de la restauración el responsable de Patrimonio de la Diócesis atestigua que «le falta color porque se trata de una pintura», pero «ya hemos recuperado dos arcosolios». «Un espacio de paso ahora se ha convertido en una zona para detenerse y contemplar los lucillos». En cuanto a la apertura del tercer sepulcro, el del obispo Bernardo de Perigord que restauró la sede episcopal, señala que «no tiene obra artística y la decisión de intervenir dependerá del Cabildo».

Por otro lado, la Catedral ha recuperado su pila bautismal que hace más de medio siglo regaló el obispo Eduardo Martínez González a la parroquia de Cristo Rey. La pieza está realizada en piedra granítica zamorana antes del año 1500. «Se reconoce porque tiene gallones y las características de la base», describe José Ángel Rivera de las Heras. «Es una pila excepcional y la mejor que existe en Zamora ciudad y se ha traído a la capilla de San Juan Evangelista porque era el mejor lugar», argumenta. El elemento, de grandes dimensiones, con anterioridad había permanecido en el oratorio de Santa Inés, donde ahora se encuentra el Cristo Muerto.

La recuperación del baptisterio del máximo templo diocesano se produce gracias a que «hace un tiempo entramos en conversación con la parroquia de Cristo Rey y les propusimos hacer una pila nueva para ese templo y trasladar de nuevo la de Catedral a su lugar de origen y el consejo parroquial lo aceptó», indica el responsable de Patrimonio que indica que el templo de Cristo Rey cuenta ahora con una nueva, diseñada por el arquitecto Leocadio Peláez, «acorde con las características de esta iglesia moderna».