Igual que en la hora previa a la madrugada del Martes Santo, los muros de Santa María de la Horta se convirtieron en santuario del fervor. Entre aquéllas y estas fechas, el contraste entre el dolor y la celebración. El reflejo de la noche oscura de las Siete Palabras frente a una refulgente mañana de fiesta para los Barrios Bajos. Las heridas del Cristo de la Agonía curadas en el rostro de la Virgen de la Salud, que ayer repartió vida para perpetuar una antigua tradición.

Cumplidas las once de la mañana, el párroco de la iglesia con la torre más elevada de la ciudad tras San Vicente iniciaba un largo ceremonial religioso en un templo repleto de almas. Mientras Marcelino de Dios cumplía con la eucaristía, decenas de vecinos de los Barrios Bajos compartían buen tiempo y conversación junto a los integrantes de la banda de cornetas y tambores «Ciudad de Zamora» y la formación musical Nacor Blanco.

Con todos los ingredientes en su sitio, tambores y cornetas tomaron el pulso a la mañana, a la que daba título la Cofradía de la Virgen de la Salud con su pendón blanco y oro. Niños y niñas con las galas de una reciente primera comunión asían los cordones de la bandera o las bandejas repletas de pétalos de flores, símbolo de una primavera que agosta y deja paso al calor estival que ayer ya apretaba. Entre ellos, sonrisas inocentes y pequeñas bromas sin perder la compostura en el eje de la procesión.

Con la voluminosa iglesia de La Horta envuelta en un sudario rojo para preservar los trabajos de restauración, los fieles abandonaban su nave camino de la avenida del Mengue. Las notas del himno nacional preludiaban la salida de la Virgen de la Salud, la generosa imagen de los Barrios Bajos. Seis pares de hombros en la frente a la santa y otros tantos a su espalda permitían avanzar el cortejo para perpetuar el desfile.

Gafas de sol, camisa o vestido y la medalla de la cofradía anudada al cuello permitían distinguir a los cofrades que decidieron acompañar desde dentro a la Virgen de la Salud. Presidentes de la Pasión y miembros de la directiva de la hermandad ponían el broche oficial al cortejo junto al párroco. Como epílogo de la mañana, decenas de fieles aprovecharon la calurosa mañana para escoltar a una Virgen de talla, con el único guiño de movimiento en su menudo Hijo, vestido de un blanco tan profundo como el de su pañuelo. Sólo quedaba cubrir las últimas calles para regresar a La Horta, pero sin prisa. A última hora de la mañana, junto al colegio Jacinto Benavente, aguardaba el vermú para todos y el broche a unas fiestas que han perpetuado la hermanad entre los vecinos. Y la tradición de la Salud.