Decir Barandales en Zamora era, hasta ayer, decir Alberto Villacorta Rubio. Solo su muerte sobrevenida ayer a los 55 años, esperada pero no por ello menos impactante entre los muchos que le conocían y querían, ha logrado para siempre desligar de este zamorano el tañer de las dos campanas que abren las procesiones de Semana Santa. Su figura permanecerá para siempre en el imaginario colectivo de miles de zamoranos, unida al tradicional personaje de la Pasión.

Sus últimos toques resonaron el Sábado de Lázaro, durante el desfile de la Hermandad de Luz y Vida. Su devoción le dio la energía suficiente para sobreponerse a su enfermedad y poder procesionar, aunque no pudo terminar el recorrido: Hubo de recibir asistencia sanitaria porque se indispuso. La noticia de su fallecimiento conmocionó ayer la ciudad. El presidente de la Junta, Francisco González Poza -que se encuentra de vacaciones fuera de Zamora-, destacaba el pesar por la desaparición de quien «se merece todo porque su colaboración con la Semana Santa siempre ha sido desinteresada. Lo que hagamos será poco. Su actividad no se paga con dinero, era auténtica devoción. Ha sido Barandales durante más de veinte años. Es una pérdida importante para la Semana Santa».

González Poza anticipaba la celebración hoy de un homenaje, que ultimaba ayer la Junta Directiva, en el entierro de Villacorta que tendrá lugar a las cinco de la tarde en la parroquia de Alviar, el barrio donde vivía con su familia. Cuando su enfermedad comenzó a mermar sus fuerzas, las hermandades buscaron sustitutos para sus respectivos desfiles, un puesto que ocupó casi siempre Nicanor Fernández, que desarrollaba esa labor en la Cofradía de Nuestra Madre.