«En invierno se congelaba el agua con la que fregábamos». Jesús Bártulos, un conocido carnicero del Mercado de Abastos, resume con esta frase la falta de medios que sufría este espacio comercial hace décadas, cuando los propietarios de los puestos aguantaban el tipo tras el mostrador sin calefacción y sin ni siquiera cristales en las ventanas para resguardarse del frío. En su caso, aprendió el oficio en el negocio familiar y luego abrió su propio establecimiento cuando se casó con Ventura Ortega, más conocida como «Chata», cuya familia también regentó una tienda de comestibles en el mismo edificio. Fue allí donde se conocieron y donde empezaron a trabajar juntos nada más volver de su luna de miel. «Al día siguiente de volver del viaje de novios ya estábamos en la carnicería» recuerda Bártulos, quien confiesa que «no sé lo que son las vacaciones porque nunca me las he cogido». A pesar de este sacrificio, sostiene que «trabajar sólo por la mañana es un privilegio aunque entrábamos a las siete de la mañana y acabábamos saliendo de los últimos».

El matrimonio atendió a una larga lista de clientes durante los casi 40 años en los que ha permanecido abierta esta carnicería hasta que cerró sus puertas hace dos meses por jubilación. «Da mucha pena y más cuando muchos clientes acabaron siendo como miembros de la familia», aseguran estos vendedores, que han colgado un cartel de agradecimiento en el puesto que han ocupado en la segunda planta del Mercado de Abastos.

El matrimonio ha sido testigo de excepción de la evolución que ha experimentado este emblemático espacio comercial, en el que «antes los clientes llegaban a esperar una hora haciendo cola para comprar», señala Ventura Ortega. Nada que ver con la situación actual, en la que es raro encontrarse con aglomeraciones de clientes en los pasillos de este espacio comercial, ni siquiera en horas punta. A pesar de ese descenso de ventas visible en el conjunto del mercado, el matrimonio matiza que «a nosotros nunca nos ha faltado clientela y hemos seguido vendiendo hasta el último día».

En cuanto a las causas que pueden explicar esta reducción de la actividad comercial, la pareja apunta a la falta de renovación de las licencias. «No nos dejan traspasar los puestos por el problema que hay con las licencias, que supuestamente caducaron en 2005 y están pendientes de renovación a la espera de realizar la reforma prevista en el edificio para cumplir con los requisitos sanitarios», explica Bártulos. Esta situación de estancamiento está provocando el cierre de un gran número de negocios. «Sólo en nuestro pasillo han cerrado siete de los quince puestos existentes», según lamenta. En su opinión, «no se puede consentir que se esté dejando morir uno de los espacios comerciales más importantes de la ciudad». En cuanto a un posible traslado de los establecimientos a la antigua estación de autobuses, el matrimonio descarta por completo esta opción «porque el Mercado se encuentra en pleno centro, en una ubicación privilegiada que hay que conservar», opina Bártulos.

La creciente expansión de las grandes superficies también ha pasado factura al Mercado de Abastos que, por el contrario, ha encontrado en los turistas un nuevo perfil de clientes. «La gente de fuera que viene a visitar Zamora siempre compra algo en los puestos», destaca Ventura Ortega. Su carnicería siempre mantuvo su carácter de comercio tradicional en buena medida gracias a su producción propia.

«Tenemos una finca en Moraleja del Vino donde llegamos a tener medio millar de cabezas de ganado», resalta Jesús Bártulos. Una elevada actividad que les llevó a contratar a una familia para el cuidado de los animales y a dos empleados para atender a los clientes en la carnicería. El matrimonio tiene dos hijos y dos nietos a los que ahora esperan dedicar más tiempo tras su reciente jubilación.