La iglesia de Santiago del Burgo es, sin duda, la joya de la corona del proceso de recuperación del templos encarnado fundamentalmente por el Plan Zamora Románica, al que se ha unido esta actuación singular sobre un templo en serio peligro de ruina que «pedía a gritos» una intervención integral como la que se ha hecho. Surgido, como muchos otros templos, de la repoblación de Zamora de Raimundo de Borgoña, en los tiempos de Alfonso VI, la iglesia toma nombre con influencia de los pobladores franceses en la zona comprendida entre el primigenio recinto amurallado que acababa en la Plaza Mayor y el ampliado que se cerraba al final de Santa Clara. Los pequeños barrios surgidos de las repoblaciones, las collaciones, tenían su cabeza en la iglesia, construida con aportaciones nobiliarias, de cofradías y aportaciones populares. Así surgieron también San Gil, en la plaza del Maestro Haedo, o San Salvador de la Viña, donde hoy se levanta el Mercado de Abastos.

Santiago del Burgo, explican la arqueóloga territorial, Hortensia Larrén y el arquitecto Leocadio Peláez, ha sufrido muchos problemas arquitectónicos a lo largo de su historia, derrumbes y reconstrucciones que han dejado su huella en el templo, unas «cicatrices» que se han conservado tras su restauración.

De haberse hecho a mediados del siglo XX la restauración de la iglesia hubiera sido distinta. Eran momentos de restauraciones imbuidas por el historicismo, es decir, intentar recomponer los elementos perdidos tal y como se suponía fueron en su origen. Algunas ventanas superiores, de hecho, parecen románicas, pero fueron construidas en los años 60, en cemento. El problema de esta filosofía es que en realidad se reinventa la historia, se falsea la realidad. Ahora los tiempos han cambiado. Se huye del «gato por liebre» y el criterio restaurador opta por recuperar los elementos originales, pero mantener las «cicatrices» de los edificios, que forman parte también de su historia, como destaca el arquitecto responsable de las obras, Leocadio Peláez.

Así, junto a los impresionantes rosetones de la entrada principal y la trasera o la estética portada, se ha mantenido el plano de cemento que viene de la reconstrucción que se hizo cuando se derrumbó el ábside del templo el tiempos pretéritos, una solución que tiene su explicación en la necesidad de usar ladrillo como material menos pesado que la piedra con el fin de ayudar a que el edificio se mantuviera en pie sin dificultades. Por eso tampoco se ha reconstruido la torre, mocha desde tiempos remotos, como recogen los primeros dibujos que se conservan del inmueble y como indican los datos del siglo XIV, cuando ya se encontraba en ese estado. Una reconstrucción habría sido, un invento. Las ha habido, aunque «afortunadamente solo en fotografía», señala el arquitecto.

A Santiago del Burgo se le trató como a un paciente delicado. Tras el diagnóstico general de su situación, se pidieron informes a los especialistas: Pedro Pablo Pérez se encargó del estado de las piedras, una por una; los estudios arqueológicos y arquitectónicos corrieron a cargo de Nacho Murillo; y de la parte histórica se responsabilizaron Pablo Peláez y José Andrés Casquero. Con estos datos se actuó sobre bases sólidas, de tal forma que «ninguna decisión se tomó al azar».

El resultado de la restauración, por fuera, salta a la vista. Exenta de edificaciones añadidas que durante muchos siglos impidieron rodear el inmueble, la iglesia ha recuperado sus elementos de piedra, incluida la cubierta de ese material aunque bien impermeabilizado, ha cerrado la torre, tiene buenos accesos, discretamente acristaladas las estrechas ventanas y está rodeada de un ingenioso sistema de cantos cúbicos que evitan el golpeo de las goteras sobre el muro, similar a Santa María La Nueva.

La puerta, como todas las del inmueble, de factura moderna aunque con reminiscencias antiguas. Es difícil saber cómo eran las puertas del medievo, porque la madera sufre incendios o degradaciones que obligan a cambiarla cada relativamente poco tiempo. Franqueada la entrada, una mampara de cristal hace de vestíbulo desde el que se aprecia ya el interior del templo, dotado con modernos bancos de madera, de diseño adecuado al histórico espacio. Cabe poca gente: «Se podrían celebrar aquí bodas, pero la capacidad del templo es muy limitada», indica el párroco de San Vicente José Álvarez Esteban.

La iglesia mantiene las tres naves, es una de las pocas que las conserva, señala Peláez, mientras en otras iglesias desaparecieron al eliminarse los pilares centrales precisamente en busca de más espacio: San Ildefonso, San Vicente o San Cipriano. El suelo se excavó por capas de enterramientos, aunque no se llegó al nivel original, y está cubierto por losetas de granito. Enfrente, el altar original -lo que queda de la mesa- en piedra, con el retablo que domina la imagen de Santiago Peregrino y, a sus pies, la Virgen del Pilar. La introducción del retablo fue la causante de que se derribara el arco original del ábside, sustituido por una bóveda más moderna, que después de cayó debido al peso y hubo que reconstruir con ladrillo. A la izquierda, un Cristo protogótico rescatado de San Vicente ocupa el espacio, junto a otro retablo antiguo y una virgen. A la izquierda, se ha recuperado para sacristía un cuarto añadido históricamente que se utilizaba como sala de calderas y limpieza.

La mirada hacia arriba desvela una rica decoración de los capiteles, con imágenes como la de «Sansón desjarretando al león». Al fondo, tras una reja que recuerda las que existen en la Catedral, una pila bautismal de piedra, de las originales de la época. Y justo enfrente, una pequeña muestra musealizada con restos originales hallados durante las obras. Se aprecian piedras con los dibujos, alquerques, que realizaban los canteros para jugar a un juego similar al actual «tres en raya»; una pieza del rosetón que existía en la zona demolida para levantar el altar mayor en tiempos pretéritos; restos de una ventana doble similar a las que hay en la Casa del Cid o un león de piedra que era la base de un sepulcro y se había reutilizado como relleno para el acceso a la torre.

Un templo tan pequeño deja un sin fin de detalles sobre los que fijar la atención, desde las distintas soluciones de las portadas, la original entrada principal, huecos y enterramientos, la impresión de conjunto en la que se respira la historia. Zamora ha recuperado, en fin, uno de sus templos señeros.

Aunque recientemente inaugurada la obra, como suele ocurrir, todavía los ciudadanos no pueden apreciar su interior por culpa de los consabidos remates. Los operarios de Iberdrola estaban el pasado jueves en la iglesia para enganchar la luz definitiva, ya que sólo tiene iluminación de obras. El párroco de San Vicente, José Álvarez explica que hay que colocar, también la megafonía y vendrá el obispo a consagrar de nuevo el templo. Santiago del Burgo, aunque no sea parroquia estará lista pronto para las visitas turísticas y, también, para el culto.

En detalle

Capiteles

Los hay de muy distintos motivos, desde puramente ornamentales hasta los que hacen referencia a momentos míticos. Por ejemplo, está «Sansón desjarretando al león», uno de los situados en las filas superiores. Los hay para todos los gustos.

El «tres en raya» del cantero

Las obras permitieron recuperar algunas piedras que originalmente formaban la cubierta del templo. En algunas se aprecian alquerques, dibujos para jugar a algo parecido al actual «tres en raya» en los momentos de asueto de los canteros.

Antiguo y moderno

Los derrumbamientos y reconstrucciones de la iglesia han dejado su huella en el templo. En la imagen se puede apreciar parte de los muros originales, junto a zonas reconstruidas con materiales más ligeros y unos acabados mucho más modernos.

Torre desmochada

La terminación original de la torre se desconoce. Se ha dejado tal cual.