«La cárcel lo que hace es deshumanizar». Y quien lo dice es Emiliano de Tapia, el capellán del centro penitencial de Topas, donde ejerce una labor de acompañamiento y encuentro personal que persigue la reinserción social y laboral de los reclusos, de los que «alrededor del 70% son emigrantes» y varios, zamoranos de toda la provincia.

Ante esta situación y siempre bajo el lema «hay excluidos porque hay excluyentes», De Tapia comparte su vivienda con presos, toxicómanos y ex reclusos que necesitan un lugar para vivir. Los vecinos ven con normalidad esta labor del sacerdote porque «nosotros lo hacemos todo a la luz, no escondemos absolutamente nada a nadie», sostiene.

Más de 600 personas han pasado por su casa en la última década y el sacerdote no se imagina haciendo otra cosa: «Yo quiero trabajar así y no encuentro sentido a mi vida fuera de esta labor», confiesa. Su labor la ejerce desde la Asociación de Desarrollo Comunitario de Buenos Aires, un barrio salmantino marcado por la peligrosa espiral del narcotráfico y donde «alrededor de 200 niños tienen relación con las drogas», explica sin dudar un segundo de que esta barriada «se ha convertido en gueto».

Todo comenzó tras acoger a dieciséis emigrantes bolivianos «engañados por un empresario que nunca apareció y los pobres se quedaron tirados», narra. Fue entonces cuando decidió acogerlos en su casa y desde aquellos primeros dieciséis el goteo de compañeros ha sido constante.

Cárcel, barrio y mundo rural son las tres realidades de exclusión con las que Emiliano de Tapia está comprometido a través de la acogida, la información y formación, la orientación laboral y la red social, «los cuatro pilares en los que basamos nuestro trabajo».

Su relación con la cárcel lleva implícita su perspectiva cristiana de acompañar a las personas presas. Desde su confesión de fe, su tarea «no es sólo para católicos, nuestro trabajo va dirigido a toda persona presa sin importar la religión, su credo o su procedencia», especifica.