Unas vacaciones en Bolivia cambiaron la trayectoria vital de José María Hernández Ramos, médico zamorano que decidió dejar su acomodada vida en España para dedicarse a su verdadera pasión: la atención sanitaria a los denominados «excluidos». Él mismo recuerda que fue en Bolivia donde conoció «a un grupo de psicólogos catalanes que trabajaban con niños de la calle y sentí un poco de vergüenza. Yo por aquel entonces era enfermero y estaba estudiando Medicina. De repente, conocí a un grupo de personas que trabajaban sin ganar nada en una realidad que me pareció terrible y yo también quise hacer la prueba. Con lo que descubrí y vi, me apasioné y me quedé», reconoce.

En 1994 surgió ese «flechazo» con Brasil. «Cuando llegué allí, decidí que terminaría Medicina y ejercería en ese país, porque me encantó la medicina tropical». De hecho, José María se especializó en lepra, enfermedad con la que trabaja desde hace catorce años y que descubrió gracias a la fundación valenciana «Fontilles», que trabaja por la erradicación de esta enfermedad en todo el mundo. Dicho y hecho. Tras finalizar Medicina en Madrid, donde trabajaba con plaza en propiedad como enfermero, hizo las maletas y cruzó el océano.

Para nada está arrepentido del camino tomado, pero reconoce que la apuesta fue arriesgada y entiende que muchos allegados no entendieran su decisión en un primer momento. «Todo el mundo me pregunta cómo, queriendo ir todos a Europa, yo he hecho el camino contrario. Pero lo cierto es que me siento mucho más médico allí. Salvas gente y te sientes útil. Aunque sea agotador es también muy gratificante», asegura José María.

En la actualidad, trabaja en Cacoal, en el estado de Rondônia, al norte de Brasil, tras su «dura experiencia» de cinco años en la selva. «Por las mañanas doy clase en la universidad y por las tardes atiendo a la gente más pobre en un barrio periférico de la ciudad. Además, una vez al mes voy diez días a la zona del río Guaporé, en la frontera entre Brasil y Bolivia para atender a pacientes, en expediciones compuestas por varios médicos. Allí se ve de todo, pero me siento muy bien, porque estoy haciendo lo que siempre soñé», explica con una sonrisa en los labios.

En estas expediciones, grandes filas de enfermos esperan a ser atendidos por los facultativos. «Ves absolutamente de todo. Yo, como médico de familia, atiendo hasta a niños recién nacidos, porque no puedes derivar a otros especialistas. Pero no es cierto que allí veas enfermedades súper extrañas. Es la misma medicina que se ejerce en España, pero con muchas más enfermedades infecciosas», asegura. Afortunadamente, se cuenta con medios suficientes. «Si necesita alguna radiografía especial o prueba específica, se le manda a la ciudad. Pero, por ejemplo, los medicamentos se les dan directamente, no tienen que ir a una farmacia a comprarlos», puntualiza.

Pero no todo ha sido trabajo desde que en 1997 cambió el rumbo de su vida y a José María le ha dado tiempo también a formar una familia en Brasil. Su mujer, Clelia, le ha acompañado con su hermana en esta su última visita a Zamora y para marzo esperan a su primera hija, una niña que se llamará Sofía.

Hacía más de dos años que no visitaba su tierra natal y reconoce que «lo que más se echa de menos son los valores, como el de la familia, que quizá en Sudamérica es mucho más laxo». La paella e ir de pinchos, «algo de lo que no hay costumbre en Brasil», también están en su lista de recuerdos cuando está en el otro continente. «El frío también se echa de menos, pero con estos días he tenido suficiente», añade de broma, pues ha llegado a casa coincidiendo con una de las épocas más frías. Durante el mes que esté en España aprovechará no sólo para estar con la familia, sino para visitar a todos los amigos que tiene repartidos por el país, «a dar abrazos», como él lo define.

Sobre su futuro, reconoce que no necesariamente está escrito en Brasil. «Quizá venga con mi familia algunos años, pero sé que el final siempre será allí. Se lo recomiendo a cualquier médico como experiencia personal», aconseja.