La muerte utiliza muchos caminos para hacerse presente en la vida. Uno de ellos, bien transitado, es la carretera. Así, una mirada a la siniestralidad mortal en la provincia de Zamora en las dos últimas décadas ofrece este duro panorama: 930 personas dijeron adiós a este mundo, de prisas y más premuras, de carreras veloces hacia el bienestar o hacia el no-ser, en accidentes de tráfico. Si se mira el padrón provincial, sólo una docena de municipios supera ese censo. Es, por eso, simbólicamente, como si un pueblo hubiese desaparecido en el transcurrir de dos generaciones. Sólo quedan recuerdos que no se desvanecen, cruces o cenizas.

Desde 1990 hasta 2008, casi un millar de zamoranos perdieron la vida en las carreteras de la provincia, según las estadísticas de la Jefatura Provincial de Tráfico. Y 4.000 ciudadanos sufrieron heridas calificadas como graves, que requirieron atención médica. Cierto que la evolución en ese campo de tragedia y dolor permite contemplar un notorio descenso de la mortalidad. Un respiro que anima al optimismo. Así, se ha pasado de 88 muertos en el año inicial de la estadística a 15 en el último.

Los datos, fríos como moribundos, también hablan de unas adecuadas medidas gubernativas (campañas informativas sobre alcoholemia y control de velocidad y mayor presencia de los agentes en las carreteras) y de una superior concienciación de los automovilistas. Tras la estadística, que es mucho más que recontar y después cuadrar resultados, existe desgracia y dolor. Es el abono de un elevado precio social, causado por el exceso de velocidad, las imprudencias y los despistes con el volante. Ahora que se pone precio a casi todo, al cuerpo y al alma, ¿podrían cuantificarse los gastos ocasionados por la asistencia y la permanencia hospitalaria y las posteriores convalecencias derivadas de esos percances? A veces, además, las secuelas marcan para toda la vida. Los heridos leves alcanzan, en ese periodo de dos décadas, los 10.000. Los daños materiales en los vehículos: Queden para las aseguradoras, quienes aquilatan, con sus técnicos y peritos, hasta el último tornillo.

Si 1990 ocupa el primer puesto en esa clasificación de trágica accidentabilidad-mortalidad, ya fuese por choques frontales o salidas de la vía, el año 1993 también registra una cifra elevada: 78. En tercer y cuarto lugar figuran 1992 (con 72 víctimas) y 1991 (con 62 fallecidos). En seis años, de 1990 a 1995, se contabilizan 399 muertos. A partir de esa fecha, la bajada es progresiva, aún con pequeños altibajos. Se desciende de 40 víctimas, por vez primera, en 1999: Fueron 37. Se produjo un "repunte" en los años posteriores (2000. 55; 2001: 54). De nuevo disminuyó la siniestralidad en el 2002 (se consignaron 33 pérdidas de vidas humanas). La estabilización duró varios años: 2003 (con 46 muertos), 2004 y 2005 (ambos con 40), 2006 (con 34) y 2007 (con 32). Las cifras adquirieron otro tono y otro volumen el pasado año. Nunca se había alcanzado una cantidad tan reducida: 15. En estas dos décadas, se han originado diversos percances múltiples. Sin embargo, el de mayor relevancia se produjo en el mes de junio de 2006: Entonces 6 personas fallecieron en un mismo siniestro.

Falta por realizar un estudio acerca de la accidentabilidad por edades. Se da por hecho que los jóvenes pilotan el vehículo que ocupa el primer puesto en la clasificación de los percances graves y mortales, sobre todo los fines de semana. Se desconocen, sin embargo, los tramos de esas edades. También se da por hecho que la mujer es más responsable (al menos, más prudente) en la conducción. Y ahí no se dan disidencias. Existe unanimidad, rareza entre los ibéricos. Conduce con mayor concentración y no establece "competiciones" con otros automovilistas.

Los técnicos insisten una y otra vez: No hay carreteras peligrosas, ni siquiera en Zamora (aunque su estado de conservación pueda ser muy distinto), sino imprudencias o fallos de los conductores, con una casuística que se reitera: Velocidad inadecuada, distracciones y somnolencia. Posiblemente, los automovilistas no compartan radicalmente tal diagnóstico. Los expertos replican que se producen graves accidentes en tramos donde el firme asfáltico y la señalización no admiten cuestionamientos. La estadística refleja otra realidad: Las vías con más alto índice de siniestralidad son la A-52, la A-6, la N-122 y la N-630. El porcentaje de muertos y heridos en la zona urbana resulta muy reducido, pues el automovilista disminuye la velocidad en la conducción y presta una mayor atención a las normas de tráfico. Tales circunstancias aminoran la frecuencia y la gravedad de los percances.

Casi un millar de víctimas mortales en 19 años. Demasiadas ausencias, demasiado dolor.