«Hay pocos y mal puestos». Santiago Belver, parapléjico desde hace una década por culpa de un accidente de tráfico, denuncia la falta de aparcamientos para los conductores con discapacidad. «Es increíble que en la avenida de las Tres Cruces no haya ni una plaza» reservada para el minusválido. Como «tampoco las hay en las vías adyacentes». Una excepción es la calle de Príncipe de Asturias, donde se contabilizan tres o cuatro plazas, pero dos de ellas presentan dificultades para quien se ve obligado a pasar del asiento del coche a la silla de ruedas.

En uno de esos espacios, un banco y un poste impiden abrir la puerta en condiciones para poder salir del vehículo. Lo mismo sucede en otro por la existencia de un árbol y de una farola. Y cuando no hay ese tipo de obstáculos, el problema es el bordillo, que resulta demasiado elevado para quien realmente tiene que hacer uso de esas plazas. En esos casos, «consigo pasar del coche a la silla, y siempre y cuando me la sujeten, porque tengo fuerza y hago deporte, pero un tetrapléjico no podría». Un impedimento que se eliminaría simplemente con un rebaje de bordillo.

Belver Diego es crítico, en este punto, con la labor municipal. En un breve encuentro con el Mayor Jefe de la Policía Municipal hace aproximadamente un mes «hubo buenas palabras, pero me remito a los hechos, porque todo sigue igual y ni siquiera han preparado nada de cara a Semana Santa», se queja Belver. El Ayuntamiento sí tiene previsto incrementar las plazas de aparcamiento para minusválidos, según anunció en su momento, una medida que, en opinión del mismo afectado, «tendría que contar con el asesoramiento de las personas con discapacidad».

Un simple paseo en coche por el centro de la ciudad permite corroborar el déficit de plazas reservadas para los conductores que dependen de una silla de ruedas. En Tres Cruces no hay ninguna, ni siquiera al lado de una ortopedia. En la plaza de Alemania, no hace mucho remodelada, los taxis tienen su espacio y los autobuses, su parada. Ni un aparcamiento para quienes tienen una discapacidad. «En esa zona hay bastantes bancos, ¿qué pasa? ¿qué nosotros no tenemos derecho a ir al banco?».

Santiago Belver cubre sus ojos con unas gafas oscuras mientras conduce y se expresa con un sentimiento de impotencia prendido en la voz, sobre todo al ver las hileras de coches aparcados. «¿Por qué todos tienen derecho menos yo?». «Me toca dar ochenta vueltas para poder dejar el coche». Dirán que como a muchos otros zamoranos, sólo que él no puede dejar el utilitario en cualquier lugar acondicionado para el estacionamiento de vehículos. Por ejemplo, no puede aparcarlo en batería porque no tendría espacio para la silla de ruedas. Así, se ha visto obligado a dejar el coche «en una esquina, mal cuadrado», pero sin molestar ni al tráfico rodado ni a los viandantes, y con la consiguiente multa, lo que no logra comprender, toda vez que exhibe en el interior de su vehículo la tarjeta de minusválido. Y cuando se ha quejado «me dicen que primero tengo que pagar la multa y luego reclamar». Sin olvidar la falta de concienciación de quienes, sin tener una discapacidad, no dudan en ocupar esas plazas.

«Es indignante que haya tan pocas plazas, o aparco mal o ¿dónde dejo el coche para poder moverme por Zamora?». El parapléjico se hace eco de un «incumplimiento» de la ley que dice que «por cada cincuenta plazas de estacionamiento tiene que haber dos para minusválidos». Tal carencia, asegura, no resulta tan acusada en otras ciudades. En Zamora, en cuestión de aparcamientos y discapacidad, «queda todo por hacer».

Gracias a que, cuando toca hacer recados, conduce con su mujer al lado. «Y me toca quedarme dentro o me arriesgo a que me pongan una multa o me lo lleven». Moverse en coche les resulta más cómodo, porque cuando prescinden del utilitario y hay que manejar la silla de ruedas por la ciudad «acabo agotada», se expresa Ana, la esposa. Cuando no hay que sortear un bache o unas losetas rotas en las aceras, hay que subir y bajar bordillos. A lo que se añade la existencia de edificios públicos a los que no puede acceder.

Bastante gráfica resultó la reunión que mantuvo Belver, junto a otras dos o tres personas con discapacidad, con el responsable de la Policía Municipal, porque se celebró en la calle. El edificio viejo del Ayuntamiento, donde tiene su sede la Policía, tiene escaleras y resulta inaccesible para quienes van en silla de ruedas. Enfrente, en el Consistorio, hay rampa pero está demasiado inclinada, por lo que para acceder a la Casa de las Panaderas «me tienen que empujar la silla, si no no hay quien la suba».

En la ciudad hay, según la información de la que dispone Santiago Belver, 52 aparcamientos para minusválidos, incluidos los reservados en los parking subterráneos, pero esos «¿para qué me sirven?», se pregunta, «si del coche no puedo salir porque luego todo son peldaños». Y en el Casco Antiguo, «¿por qué pueden acceder autobuses y taxis y no se menciona nunca a los vehículos de discapacitados?». También hay una crítica por la «exclusión» en las celebraciones festivas. «Las actividades que se realizan en Zamora son un calvario para los discapacitados. Cierto que hay rampas para acceder a muchos sitios, pero el problema está en dónde dejar el vehículo lo más cerca posible del lugar al que se quiera acudir».