Del conocimiento a la destreza sabia. O, en este caso, "Del dibujo al grabado". Es el pintor José María Castilviejo (1925-2004) entregado, en sus últimos años, a las técnicas calcográficas. Y la muestra, inaugurada ayer en el Museo de Zamora, integrada en esa "Constelación Arte" que programa la Junta, constituye un reconocimiento al artista que reflejó, como pocos, la Castilla que se veía pero que ya se iba: los oficios a extinguir, las tareas devoradas por la mecanización agrícola, los campos de surco abierto, las mujerucas que lo mismo amamantaban al crío que barrían la era.

Su predisposición al empleo de las técnicas calcográficas se convirtió, al final, en una adicción. Aquel Castilviejo llanote, de palabra restallante, gustaba del proceso del grabado. Mucho antes del Premio regional de las Artes 2002. Blanca García Vela, profesora Titular de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, dijo que el zamorano, fundador -con Daniel Bedate- de la Escuela de Arte de San Ildefonso, «se sentía seducido por esas emociones» y esas sorpresas que genera el ácido nítrico cuando muerde y recrea». Cuando, sí, crea la estampa.

La exposición presenta 60 obras. Tal vez símbolos que ya son retazos de historia. O alegorías. En lo hondo, más allá o más acá del costumbrismo y su realidad, eso. Plasmado generalmente con trazo suelto, pero académico. Porque el paisaje también es espíritu. Como los tipos. Grabados, sobre todo, y dibujos. Y, también, acuarelas, óleos. Ahí está el testimonio: en esas beatas y santeras, en esos segadores y labriegos, en esas niñas y en esa mujer desnuda en el baño, en esos palomares y rincones, en esas escenas taurinas... Solanesco, velazqueño y goyesco, con pinceladas espiritualistas de Zurbarán o del Greco.

«La Junta me encargó realizar una exposición de Chema. Para no ser reiterativos, les propuse hacerla del dibujo al grabado. Y ha resultado costoso el maridaje», apuntaba Miguel Angel García Pérez, comisario de la muestra y profesor de Filosofía en un colegio vallisoletano. El pintor trabajó intensamente, durante los últimos años de su vida, en los grabados, que recogen fragmentos o detalles de sus óleos. «Esto me relaja, me hace disfrutar», aseguraba. Ahí se halla el "hilo conductor" de la muestra. Se percibe a un «artista que es un gran dibujante. No se puede ser buen grabador si no eres un excelente dibujante». Tal circunstancia le obligó a «recorrer, solicitar y, a veces, casi mendigar la cesión de algunas obras a sus propietarios», entre los que se hallan entidades bancarias, bodegas y coleccionistas particulares. "Del dibujo al grabado" presenta, en Zamora, 12 óleos, 3 dibujos, 1 acuarela y 11 grabados (en dos vitrinas, también se recogen obras en esta técnica), en una secuencia cronológica que va de 1958 a 2002. «Nunca se habían reunido en una muestra». De ese hombre que «pintaba como era: a grandes trazos, casi como una especie de Zeus tronante. Su obra refleja lo que conocía y sentía, y donde se encontraba a gusto».

Antonio Pedrero, alumno y amigo de Castilviejo, reconocía «los asuntos que siempre estuvieron en su cabeza: lo castellano» en distintas expresiones. Vivía mucho la Meseta». La muestra «responde al criterio que Chema tenía de su pintura. Y es seleccionada, bonita, diversa de temática, con muchas técnicas. Era una fuerza de la naturaleza, de una gran humanidad. Ver cómo dibujaba constituía una maravilla. Qué vigor, qué exactitud, qué fuerza interior». Los sobrinos del pintor, Ignacio y Javier Abril Carretero, escuchaban en silencio.

Las obras dejan ver el expresionismo pasado por la sobriedad, que también debe llamarse reciedumbre. «Es en el grabado donde el artista presenta un estilo más unitario». José María (García Fernández) Castilviejo, el de los murales de la iglesia de María Auxiliadora, el homenajeado por la Bienal de 2001, grabó la memoria de Castilla.