El escrito Tomás Sánchez Santiago acaba de publicar un volumen que reúne textos periodísticos escritos a lo largo de once años.

–¿Cómo llega a escribir artículos para prensa?

–Es una vertiente cómoda para mí porque me propusieron escribirlos sin forzamiento de plazos ni de temática. Eran contribuciones en las que podía hacer lo que deseaba. No obstante, hubo un momento en el que lo dejé por decisión propia.

–Y ahora llega la recopilación.

–Fue una propuesta de la editorial Eolas, en la que ya he publicado varios libros. Me lo ofreció el editor, pese a que creo que el ámbito de los artículos quizá sea menos seductor para la venta. He incluido todos los textos publicados desde 2011 hasta el 2020.

–Sin embargo, sus artículos son una prolongación más de su escritura.

–Eso me dicen, lo cual está muy bien porque eso significa que tienes un mundo definido incluso a pesar del género que trates. Hay un mundo que es el de uno, que es natural que siempre está presente, pero uno no se esfuerza en decir voy a decir que soy yo porque yo no sé quién soy afortunadamente.

–Artículos para prensa, poesía, relatos, ¿en qué genero se encuentra más cómodo?

–Siempre he sido un pequeño tránsfuga de los géneros literarios. La poesía está presente en mis narraciones. En mi poesía puede haber una dosis de reflexión y en textos de naturaleza periodística quizá también haya un mundo poético, reflexivo y narrativo. Me siento por igual en todos porque no tengo noción de estar utilizando un género con el bastidor convencional con el que hay que utilizar ese género. Estoy muy cómodo mientras que estoy escribiendo y no sé muy bien el alcance de lo que estoy haciendo. Hay una especie de postura inofensiva de dejarte arrebatar por las palabras. En el momento en el que ya hay un libro armado y ya entra el oficio, me parece una parte impura de la escritura.

–Por lo que dice está más cómodo con el hecho creativo.

–Mientras que no sé lo que hago. Esto me ha pasado siempre y nos pasa a muchos autores. Cuando como escritor te esperas a ti mismo, te intentas imitar, crees que no puedes defraudar a tus lectores… esto es como las tapas en las que quieres el mismo pincho de siempre.

–¿Pesan los lectores a la hora de escribir?

–No. Una de las cosas buenas de la creación es que no sabes dónde va a acabar y todos nos hemos llevado sorpresas con textos o poemas que te piden para una antología o que han acompañado a alguien en su vida. No acabas de saber el alcance del material y te dejas llevar y uno tiene que tener la humildad y la temeridad, pues lo que a uno le gusta, a otro no.

–¿Se ha llevado alguna grata sorpresa con la recepción de alguno de sus textos?

–Hay poemas que han sobrevivido de una manera misteriosa. Escribí un poema a finales de los 70 que se publicó en “La secreta labor de cinco inviernos” y luego en “En familia” llamado “Mi padre se hace viejo”. Tras muchos años, justo antes de la pandemia, me localizó a través de las redes sociales un profesor desde Costa Rica que me propuso viajar allí porque había leído este poema en una antología. El proyecto ha quedado sine die.

–Con la irrupción de la pandemia se paralizó la publicación de libros y en los últimos meses ha habido una gran eclosión de títulos.

–No tengo elementos de juicio para pronunciarme. Lo que sí me llamó la atención, sobre todo en la parte más dura de la pandemia, cuando estábamos confinados, que nos llamaban a los filósofos y los poetas. De pronto los economistas, los científicos y los políticos habían perdido crédito. Estábamos todos aturdidos buscando respuesta, buscando algo. Aquello me hizo pensar que cuando ya fallan las respuestas que vienen de la lógica, del dato y de la experiencia, la gente vuelve al pensamiento y al lenguaje.

–Y ¿dejará un poso de incremento de lectores?

–Estoy seguro de que sí, aunque no sé con qué peso específico. Los libreros dicen que se ha vendido lo que no estaba previsto porque se ha leído más, ha habido más vida interior. De repente te ponen ante ti mismo, cara al espejo, no puedes salir de casa y me imagino que quienes viven en un vértigo habitual, por razones profesionales y personales, de repente tuvieron que afrontar un parón donde tienen que escudriñar en sí mismo, lo que puede provocar en algunos casos inquietud y hubo gente que tuvo que buscar respuestas. En los institutos tuve unas diez intervenciones on line.

–¿Eso se ha parado?

–En cierta medida sí, pero de ahí han salido invitaciones a participar en encuentros que luego se han anulado muchas. No obstante, confío en que haya quedado algo a alguien.

–Estamos asistiendo a una proliferación de estrellas a través de las redes sociales también en el ámbito cultural. ¿Qué opinión le merece?

–A mí no me importa, pero no me gusta que se empiece a confundir poesía con otra cosa. Existe una confusión muy peligrosa para las generaciones más jóvenes entre lo que es escritura, lo que es poesía y la responsabilidad de la creación y lo que es el oportunismo. Las referencias que tiene alguien dependen de personas, que no tienen que ser los padres. Ahí está la escuela, desde el colegio hasta la universidad. Yo, a lo largo de mi trayectoria como profesor, procuré que mis alumnos supieran lo que había. Yo leía un poema y dejaba fotocopias para quien quisiera cogerlas. Lo hacía porque quería que fueran versos que les acompañaran en la vida, eso no vale para la Selectividad les decía. Cuando tiempo después me he encontrado con antiguos alumnos me han dado las gracias por hacer eso. Nunca ha habido más instrumentos para animar a la lectura que en la actualidad. Ahora, desde el bibliobús, las ediciones para niños que son maravillosas... pero se contrapone con las condiciones que exige la lectura que van a la contra de este mundo en el que estamos. Una lectura exige silencio, soledad, capacidad crítica, reflexión. Hay una especie de orquestación mal sana contra la lectura, se trata de que no se piense y no se genere conciencia y creo que eso viene de la enseñanza que se ha convertido en una oficina del saber.

–¿Por qué?

–Porque la poesía no se puede enseñar pensando que puede salir en Selectividad, pues los alumnos lo que hacen es aprender lo que les han dicho y vomitarlo. Esto tiene que quedarse en el corazón de otra manera y la palabra que hay que desterrar de la enseñanza de la Literatura, en cualquier nivel, es la palabra competitividad. Lees a Cervantes y te habla de generosidad, lees a Emily Dickinson y te habla de compasión. La gran renovación de la enseñanza está en que los alumnos tienen que tener presentes qué es lo que les hace falta para tener más conciencia ciudadana y para ser mejores.

–Pero eso requiere de un nivel madurativo.

–Cuando vivimos en una sociedad donde la adolescencia llega en muchos hasta los 40 años. Esa especie de abastecer a los jóvenes de seguridades de todo tipo, ese gran colchón de las familias frente a la intemperie. En las novelas de iniciación a la vida, desde mi amada “La isla del tesoro” “Las aventuras de Huckleberry Finn” al “Lazarillo de Tormes”, se expone la necesidad de una intemperie, una situación a la que se llega en un momento en la vida y forma parte del desarrollo. Desde mi punto de vista ese momento se está evitando. En la vida hay siempre una dosis de incertidumbre, pero, en el primer mundo, nos hemos acostumbrado a la seguridad absoluta. Las novelas y ensayos de iniciación tienen que estar en la educación no para obtener una nota sino para estimular.

–En otro orden de cosas, ¿en qué está trabajando ahora?

–Ahora estoy haciendo algo, pero muy incierto. Estoy encasquillado y he dejado a medias dos cosas de poesía. Soy lento trabajando y de repente no me lo creía. Tengo por delante la invitación a un congreso de poesía y compromiso en la Universidad de Zaragoza. Voy a acudir a un instituto en Benavente, a Aranda de Duero o a un club de lectura en Fuentespreadas. De hecho, pertenezco a uno en la biblioteca del centro donde di clase y me parece un fenómeno muy interesante porque, muchas veces, participan personas lectoras que carecen de referencias literarias.