Desde que el ser humano consiguió pasar de recolector y cazador a cultivador y ganadero el agua siempre ha estado presente en su devenir. Bien a través del agua superficiales de ríos y arroyos o a través de las aguas subterráneas, nuestros ancestros y antepasados han buscado aprovechar el líquido elemento para saciar la sed de los campos y de los animales.

En nuestra provincia de Zamora los cursos de agua son numerosos, pero no siempre le ha resultado fácil a los agricultores y ganaderos aprovechar esos caudales y llevar el agua allí donde se necesitaba. Nuestros ríos están llenos de esas huellas del aprovechamiento del agua en forma de azudes o pequeñas presas que conseguían remansar el nivel del agua y encauzarla por caños hacia las zonas de cultivo. Donde no era posible construir caños se acudía a la construcción de pozos de poca profundidad cuando la presencia del río era cercana. Para sacar ese agua se acudía a las norias, pequeños artefactos que utilizaban la fuerza animal para extraer el agua. En algunos arroyos del Valle del Tera aún podemos contemplar a estos pequeños ingenios hidráulicos y recrear la imagen de un burro o mulo girando alrededor de la noria mientras los cazos de la noria subían y bajaban para llevar el agua a la superficie. En las llanuras cerealistas, donde no existían ríos, el agua se buscaba en acuíferos subterráneos a gran profundidad, y su destino estaba reservado a las necesidades humanas y de los animales, mientras en los campos se cultivaban productos de secano.

Hasta bien entrado el siglo XX nuestros antepasados sabían muy bien el valor del agua porque en épocas de sequías el estiaje de los ríos era extremo y los acuíferos subterráneos bajaban su nivel condenando a nuestros pueblos a la hambruna. El desarrollo económico llegó también a nuestro mundo rural a partir de los años 60 en forma de planes de regadío con presas, azudes y canales que consiguieron acabar con las sequías estivales, pero también cambiaron el entorno medioambiental para siempre. Los ríos y arroyos asistieron a una disminución sistemática de especies piscícolas y anfibios hasta llegar a su desaparición en muchos de los cauces.

Es principalmente a partir de esa década de los 60 cuando en nuestra provincia podemos hablar de un antes y después en el uso del agua y en la fertilización de nuestros campos. El aumento de las zonas de regadío fue paralela al uso masivo de fertilizantes y de monocultivos industriales como la remolacha o el maíz. Este proceso fue el principio de uno de nuestros mayores problemas ambientales, con la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, que sufren un nivel de nitratos inaceptable para el uso doméstico y el desarrollo de especies piscícolas o flora autóctona.

La recuperación o mantenimiento de la fauna y flora fluvial de nuestra provincia pasa por un uso más racional de los fertilizantes unido a una rotación de cultivos que facilite la regeneración natural de los nutrientes.

La recuperación de la calidad de nuestras aguas superficiales y subterráneas se encuentra en un uso más racional de los regadíos en toda nuestra cuenca hidrográfica. La nueva Ley de aguas debería recoger estas inquietudes de mejora de la calidad de los entornos relacionados con el agua.