Rubén sabe lo que es dormir entre cartones sobre el frío suelo de una calle, lo hizo durante un par de años en Zamora. “Metido en un pozo sin fondo, casi sin salida, muy bajo de moral”, un café humeante tiró de él. Era una mañana heladora de diciembre, “recuerdo que durante la noche, cuando miraba a la farola, veía caer los copos de nieve”. En su habitual "puesto" de Santa Clara, sentado sobre una mochila, se disponía a comenzar una jornada más, pero aquel gesto del educador de calle de Cáritas daría un giro a una vida que le había colocado frente a “situaciones muy complicadas”, a pesar de su juventud.

Rubén Soares sufrió “soledad, un estado de ánimo muy bajo y problemas de salud porque estar en la calle te pasa factura”. Nacido hace 33 años en Madeira, desde los 27 años en España, es uno de tantos zamoranos a los que la crisis de 2008 dejó sin alternativa, a la intemperie, para sobrevivir a duras penas con las monedas que iban cayendo en sus manos en Santa Clara. “Perdí mi trabajo de cocinero, mis recursos se acabaron y estuve viviendo en la calle un tiempo”, siempre sin dejar de buscar empleo.

El joven que pedía en Santa Clara realiza tareas de limpieza. | Cedida

Aquel educador le abrió las puertas de la Casa Bonifacia, aunque las dos primeras visitas no lograron romper la desconfianza que la calle va forjando en los sin techo. Rubén tiene bien presente el sentimiento de “desprecio” que sentía en aquellos duros días. “No solo habla la boca, las miradas también hablan”. Eligió Santa Clara, explica, “porque buscaba un dinero para poder dormir en alguna pensión”. Y esa es la arteria de mayor trasiego de la capital, pero “muchas veces no sacaba suficiente para alojarme porque también tenía que alimentarme”.

Ese café llegó cuando Rubén ya se sentía “en una situación sin salida”, sin poder recurrir a la familia, con la que había cortado ya los lazos por diversas circunstancias, “por problemas privados que me llevaron a distanciarme. No toda la gente se lleva bien con su familia”, apunta.

Y, como tantas personas sin hogar, no pudo sortear el peligroso juego con las drogas. No supo cómo gestionar la rudeza de la calle, las dificultades para poder salir adelante y normalizar su vida, “esa soledad que yo sentía”, la subestimación por sí mismo. “Para quitarme esa vergüenza que sentía, para poder andar confiando en mí mismo”, comenzó a drogarse, cuenta. Hicieron falta muchos cafés, muchas conversaciones, mucha perseverancia del educador de Cáritas que acudía regularmente a interesarse por él “porque dejar esa vida no es fácil para las personas que estamos en la calle. Adaptarse a horarios, tener rutinas..., nos acostumbramos a tener una libertad que, ahora me doy cuenta, es engañosa porque realmente estás viviendo una esclavitud, ¡¿dónde estás viviendo?!”. Una realidad que “solo lo advierten los que pasan a tu lado: unos se acercaban, pero otros te miraban..., y eso duele porque realmente pides una ayuda”.

Rubén hace la cama en su dormitorio de la Casa Betania Cedida

Cáritas ya se había cruzado en su camino hace seis años, “yo iba a Madre Bonifacia”, la antigua casa del transeúnte que tenía la ONG en Zamora hasta que abrió la Casa Betania. Y la conocía gracias al mismo educador de calle: metódico en su trabajo y empeñado en la inclusión social de estas personas sin hogar. “Allí me acogieron como una familia. El primer día fui con lo puesto, tenía problemas de medicación porque no tenía dinero para comprar y gracias a Cáritas cubrí esas necesidades básicas”.

Sin embargo, dejar esa vida de marginación es complicado, insiste. De Bonifacia se fue dos veces; "fui un poco rebelde, es normal cuando vienes de la calle ”. Volvió a Santa Clara, pero “llega un momento en el que te planteas que ya no eres persona, no vives como una persona”. Agradece “la paciencia” del personal de la ONG, “son muy profesionales”.

Y, a la tercera, fue la vencida, “quería darle un sentido a mi vida, tener una oportunidad para poder cambiarla”. Está en el camino, “ahora tengo una ayuda, un techo bajo el que dormir, una ducha para asearme”, un lujo que no podía permitirse en sus días de mendicidad, cuando los aspersores eran el único baño asequible. En Casa Betania, lleva unas semanas, trabaja para volver a ser el que fue o mejor. Está convencido de poder lograr su meta por “el apoyo que te dan, confían en ti. Tengo esperanza”.

VÍDEO | José, Miriam y Rubén: testimonios de usuarios de Cáritas

VÍDEO | José, Miriam y Rubén: testimonios de usuarios de Cáritas C. G. / T. S.