El escritor granadino José Soto Chica llega a Zamora con su reciente galardón literario bajo el brazo; el Premio Edhasa de Narrativas Históricas 2021, que le ha sido concedido por su último libro “El Dios que habita la Espada”.

Una novela ambientada en el siglo VI, en el momento en que los visigodos dominaban la Península Ibérica bajo el mandato de su Rey Leovigildo. Soberano bárbaro e implacable, de una crueldad extrema, que sin embargo promovió importantes reformas administrativas, judiciales, fiscales y militares que impulsaron definitivamente la conversión del reino visigodo en un Estado Hispánico, similar al que conocemos actualmente, y cuya capital se estableció en Toledo.

“El Dios que habita la Espada”, de Soto Chica, contiene 528 páginas plagadas de acción, guerras, conjuras, traiciones, miedos... pero también fe, amor apasionado y esperanza. Un cóctel de sensaciones que tiene atrapados a los lectores de novela histórica de este país desde su lanzamiento al mercado.

Soto Chica ha presentado su obra en Zamora, a través de los actos públicos que de forma periódica organiza la librería Semuret.

– Semuret de Semure, así se llamaba la Zamora visigoda...

– Cierto. Es un gusto presentar este libro precisamente en tierra de Godos. Hacerlo tiene un encanto especial.

–No es la primera vez que escribe sobre esta civilización tan determinante en nuestra historia. ¿Este “Dios que habita la espada” es la continuación del anterior “Hijos de un Dios furioso?

–No. La obra a la que usted se refiere era una monografía sobre este pueblo que he estudiado tanto. Un libro meramente histórico. Ahora hablamos de una novela. Histórica también pero una novela, ambientada en acontecimientos que ocurrieron pero centrada sobre todo en una pareja, el rey Leovigildo, el más importante de los reyes visigodos y su esposa Gosvinta.

–¿Cómo es esa relación?

–Los dos tienen un carácter tremendo, unas ansias de poder infinitas. Son una pareja de ambiciosos que se pasaron la vida compitiendo, entre el amor y el odio, entre el deseo, provocado por una atracción física brutal entre ambos, y las ganas de matarse todos los días.

–¿Una relación tóxica en tiempos visigodos?

– Tóxica e incluso más peligrosa porque en aquellos tiempos había mucha sangre y muchos cuchillos de por medio.

–¿Cómo se aborda una novela de estas características?

–La parte histórica en cuanto a documentación la he tenido fácil porque yo soy doctor en Historia Medieval por la Universidad de Granada. Por lo tanto ahí no he tenido ninguna dificultad. Es un periodo de la historia que conozco bien. En cuanto a la parte novelada, lo que te permite es dotar de vida a esos personajes planos que conocemos en datos, nombres y documentos. Cobran vida y así los acercamos al lector. Ese proceso es fascinante. Ver cómo Leovigildo deja de ser un listado de hechos para convertirse en una personalidad con carácter.

–¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción tiene su novela?

Yo diría que es una novela muy fiel a la realidad en un noventa por ciento. Es inevitable que en la narración haya una intención porque los escritores tenemos que llenar los huecos que la documentación existente deja abiertos. La historia en sí no te da muchas pistas de cómo fueron esos personajes aunque puedes tener ciertas pistas, ciertas nociones.

–¿Por ejemplo?

–En el caso de Leovigildo existen escritos de un historiador del siglo VI que llegó a conocerlo y que lo describió muy gráficamente con esta frase literal: “no dejó vivo a ningún enemigo con edad suficiente como para orinar contra la pared”.

–Una frase que nos dibuja a un hombre implacable...

– Sí, pero ese hombre implacable va a ser capaz de crear un imperio en el que reine la paz, la prosperidad y el orden. Él quiere que en su reino, hasta ahora dividido, todos sean iguales ante la ley.

–¿Qué ley?

– El llamado “Fuero juzgo”, el cuerpo de leyes que regiría en la Península Ibérica durante la dominación visigoda y que supone el establecimiento de una justicia común para los dos pueblos que conviven en el territorio: los visigodos y los hispanorromanos. Es un fuero que estará vigente hasta la aprobación del Código Civil a finales de siglo XIX. Así que fíjate si son un pueblo importante y determinante en nuestra historia.

–Pero hubo mucha sangre...

–Es que las guerras de aquella época eran realmente brutales. El uso de armas blancas las hacía realmente sangrientas. El orden que se buscaba se conseguía a base de barbarie.

–Hablando de sangre, ¿Qué nos queda de visigodo en la nuestra tantos siglos después?

–Los Godos son un pueblo emigrante. Un pueblo que busca un lugar donde asentarse. Es mestizo. No es puramente germano como se pensaba y por tanto es muy abierto. Además dejaron la idea de que el rey tiene que velar por el bienestar de su pueblo, también la idea de un parlamento asentado y de que el rey está sujeto a la ley y no al contrario.

–¿Y en lo malo que tenemos en común?

–La división. Siempre estaban batallando unos contra otros, enfrentándose entre sí. No sabían tener rivales, sólo tenían enemigos y eso creo que podemos aplicarlo perfectamente a la actualidad. Era un pueblo muy guerrero que sin embargo admiraba muchísimo la cultura romana.

–¿Por qué se ha especializado en este periodo histórico?

–Porque condiciona nuestra historia. Es cuando se genera nuestra idea de país. Y además es una civilización muy atractiva. Hay mujeres muy poderosas, fundamentales en la historia y que toman sus propias decisiones. Algo que no volverá a suceder hasta muchos siglos después. Es un mundo muy cambiante. Un mundo de transición muy interesante.

–Su llegada al mundo académico y literario se produce tras una experiencia ciertamente traumática.

– Yo era militar profesional y en 1995 me destinaron en misión de Paz a Bosnia Herzegovina que estaba en plena guerra. Era un chaval de 23 años y fue una experiencia impactante. Allí me di cuenta de que no sabía nada de la guerra y de que ésta puede ser mucho más salvaje, mucho más sucia y mucho más fea de lo que imaginamos.

–Sufrió un accidente que cambió radicalmente su vida...

– Un accidente con explosivos en el que perdí una pierna y me quedé ciego. Recuerdo que, cuando me colocaron en la camilla yo sabía que me iba a morir. Entré en coma y así estuve 14 días.

–¿Y cuando despertó y comprobó su nueva realidad?

–Lo único que tenía claro es que quería vivir. Aunque parezca extraño, desde el primer minuto que desperté todo fue maravilloso. A pesar de haber perdido la pierna, de quedarme ciego.... había escapado de la muerte y eso me dio un chute tremendo.

–Tanto que a los nueve meses ya estaba completamente recuperado y estudiando una carrera universitaria...

–Efectivamente. Y puedo decir que a partir de ese momento he llevado una vida plena y feliz.

–¿Cómo se acostumbra uno a vivir sin ver?

–Al principio es muy limitante pero aprendes a desarrollar otros sentidos. Y desarrollas una humildad maravillosa. La vista condiciona. Determina nuestras sensaciones y actitudes ante los demás. Eso desaparece cuando te quedas ciego. Escuchas y dejas de juzgar a los demás a la ligera.