Pansequito pasea su pena por las playas de Chiclana mientras va desgranando recuerdos. La muerte de su compadre José Ignacio Primo le ha pillado desprevenido: “Si me llego a enterar a tiempo hubiera viajado de inmediato a Zamora. Cuando me lo han dicho me he tenido que tumbar en la cama. No me lo podía creer”.

Se conocieron en 1972, en el momento en el que la llamada “Generación del 27 del flamenco” comenzaba a despuntar en los pequeños festivales de provincias: “Yo venía de trabajar con Camarón en Cuenca. A la vuelta, él se quedó en Madrid y yo tiré para Zamora en tren. Se celebraba el primer o el segundo Festival de Flamenco y tenía curiosidad por conocerlo. Recuerdo que cuando llegué llovía a cántaros. Y también recuerdo que me quedé pasmado de la que comenzaba a prepararse ahí con nuestro arte. Fue entonces cuando conocí a Primo”.

De aquella primera visita nació una amistad que se fue consolidando con el tiempo. “Feli y él eran novios aún. Los invité a pasar unos días al Puerto de Santa María. Después ellos nos invitaron a pasar unos días en su casa de Zamora. Y así fuimos haciendo familia”.

Pansequito se convirtió en habitual en las noches flamencas del Castillo: “Cuando José Ignacio Primo comenzó a promover el Festival, nosotros éramos muy jovencitos pero había un arte que quitaba el sentío. Fíjate que llegamos a estar juntos en cartel Camarón, Lebrijano, Manuela Vargas, Rancapino y yo. ¡Tela!. En Andalucía nos llamaban “los niños de Castilla”. Nos decían: Quillo, pero ¿qué hacéis en Zamora? ¿Qué está pasando por allí? Nadie podía creerse el nivel de afición y conocimiento que había por esas tierras. Y todo gracias a Primo”. Zamora se convirtió en punto de encuentro para los grandes y no sólo para llenar el escenario de cante jondo: “Fíjate que a veces estábamos en Madrid tan agustito y de repente decíamos: vámonos para Zamora y nos tirábamos allí tres o cuatro días de juerga, de vinitos y esas cosas que tiene esa ciudad que amo y que para mí se convirtió en un refugio”

Pansequito llora al amigo y también al flamencólogo : “Era un ser entrañable, tenía una vista tremenda para el flamenco y unos conocimientos impresionantes…De todo, sabía un montón. La primera vez que lo vi con esas patillas y ese reloj siempre colgado del cuello como un amuleto le dije: ¡tú eres gitano! Porque Primo era gitano. Su corazón era gitano

El cantaor se emociona cuando relata lo que le transmite la familia:

“Su hija me cuenta que lo han velado en casa con mi música de fondo. Supongo yo que sería una de mis seguidillas que tanto le gustaban o la canción “No me importa lo que diga la gente”. Estoy agradecido y muy emocionado. Hemos perdido a un gran hombre que se merece un homenaje, un busto en alguna plaza o que el Festival por fin lleve su nombre”.