Los "varas" de la Semana Santa de Zamora: parar, templar y mandar

 Los equipos de organización de las cofradías más numerosas reivindican el trabajo callado que hace que los desfiles luzcan cuando salen a las calles zamoranas

Inicio de la procesión de Nuestra Madre. |

Inicio de la procesión de Nuestra Madre. | / Jose Luis Fernández

Para Juan Belmonte el buen toreo se resumía en tres conceptos muy sencillos de entender pero complicadísimos de ejecutar: parar, mandar y templar. Parar la primera embestida del toro, que sale con toda su fuerza de los chiqueros. Al mandar se impone el dominio sobre el animal. El temple tiene su concepto propio, pues más que acomodar la velocidad de la muleta al ímpetu del toro, consiste en hacer lo opuesto: ser capaz de parar al animal para que embista al ritmo que le marca el torero. Ahí es nada. "El misterio del temple", que resumían otros, es precisamente eso. Salvénse las distancias, un buen "vara" debe cumplir esas mismas tres premisas. Parar, encauzar a los cofrades cuando empieza el desfile. Mandar: organizarlos, ubicarlos en sus filas y evitar jaleos. Y templar, el más difícil: hacer que la procesión discurra al ritmo deseado.

Los celadores, "varas" para el común de los zamoranos, tienen en la Semana Santa de Zamora una importancia capital y toman especial relevancia en las procesiones con mayor número de cofrades. Los desfiles se ven desde la acera como algo natural, pero miles de personas no se ponen en la calle y forman filas de manera espontánea. Detrás de cada procesión hay un intenso trabajo, hay reuniones previas de organización de los responsables del desfile y hay más ciencia de la que parece. Por ejemplo, es sabido que el cortejo del Santo Entierro llega a medir casi dos kilómetros desde la cabeza hasta la cola y que un espectador necesita cerca de una hora para verla pasar, si va a buen ritmo. En Nuestra Madre salen unos cuatro mil hermanos —entre los de túnica y los de luto— que hay que organizar. La Vera Cruz tiene que repartir a miles de cofrades de forma casi homogénea entre los once pasos que desfilan. O que si alguien intentara parar Jesús Nazareno, desde que frena la cabeza hasta que para el último cofrade pasarían cerca de veinte minutos.

Los celadores, como los árbitros en el fútbol, llegan a la procesión con más firme ánimo de pasar desapercibidos. Si todo va bien, nadie se acuerda de ellos. Pero si hay algún problema, todos miran a los "varas". "Nosotros a pasar desapercibidos, que no haya polémica", resume Cristina Vidales, jefe de grupo en Nuestra Madre desde hace bastantes años. ¿Funciones principales? "Mirar cómo se coloca la gente, ver que la indumentaria es la correcta, que no salgan con medallas que no tocan o velas de otros años...". Y que todo resulte lo más natural posible.

"Desde un mes antes de la Semana Santa hacemos algunas reuniones para aclarar conceptos y que la gente que se incorpora vea cómo funcionamos", asegura. Mismo sistema en la Vera Cruz, según explica Enrique Gullón, miembro del equipo de organización de la procesión. "Establecemos los grupos en los que dividimos el desfile, decimos dónde se hacen los fondos, repasamos el itinerario, analizamos las posibles complicaciones...". Un trabajo poco agradecido, oculto para la mayor parte de los cofrades de fila y de acera, pero sin el cual sería muy complicado que una procesión saliera a la calle con un mínimo de lucimiento.

Una de las cuestiones que más curiosas resulta es la forma que tienen los organizadores de comunicarse entre ellos. Hay cofradías que optan por un sistema de "walkies" con el que unos hablan con otros, lo que permite dar las órdenes casi en tiempo real desde la cabeza hasta la cola de la procesión. Otros, como explica Cristina Vidales en el caso de Nuestra Madre de las Angustias, han desechado ese sistema porque "los inhibidores de frecuencia que hay instalados por Zamora en estas fechas complicaban toda comunicación". Así, Nuestra Madre se rige por los mismos estándares de toda la vida: el boca a boca. Uno se lo dice al que tiene más cerca y confía en que el mensaje llegue de la manera más íntegra posible al final.

En la Vera Cruz el sistema es mixto. Los jefes de zona tienen permitido hablar por teléfono con los servicios de seguridad por si hay algún problema. Son ellos los que hablan, ya en persona, con los jefes de paso, que escalan la orden a los escalones más bajos de la organización para que todo salga conforme toca. Es lógico que con este sistema exista cierto efecto de "acordeón", normal en todas las grandes cofradías. Las órdenes tardan en llegar de un punto a otro, la procesión de estira o se encoge, lo que lleva a que un hermano pueda verse al lado de un paso y, diez minutos más tarde, desfilando junto a otro distinto.

Los equipos de organización de las grandes cofradías están bien nutridos. En Nuestra Madre se encargan de garantizar el lucimiento del desfile unas 20 personas. En la Vera Cruz hay treinta celadores —aproximadamente— más la directiva. La Mañana destaca por su importante grupo, de 150 personas entre celadores, coadjutores y "correcaminos", los que se encargan de transmitir las noticias a lo largo del cortejo. En la Soledad forman parte de la organización sesenta personas y en el Santo Entierro, cerca de medio centenar.

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