La Opinión de Zamora

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Itinerario de la palabra: La distancia

Entrada de Jesús Resucitado en la iglesia de La Horta .

Sale el Señor a pisar la mañana de esta primavera aún primeriza y débil. Sale a mostrarnos la distancia que le separa de la muerte, ya derrotada, y lo hace con el gesto de victoria en su mano alzada. Camina ascendiendo por la cuesta de Pizarro mientras la muerte queda a su espalda, al fondo, señalada por un manojo de cipreses apuntando a los últimos cielos de la ciudad. Esa es la distancia que define la vida de la muerte. Por esa cuesta la vida asciende a la ciudad mientras que allá en la lejanía baja a la tierra. Y aunque parezca tan complicada de explicarse, esa distancia es la más fácil de entender. Solo basta con mirar a uno y otro lugar.

Sale el Señor para deshacer la distancia que le separa de su Madre, a la que no ve desde que la dijo adiós, allá en las Tres Cruces, un momento antes de morir. Antes, en estos días atrás, de tanta intensidad visual e interior, hemos conocido y sentido la distancia como sutil compañera de nostalgias, figuras, sensaciones, imágenes, ademanes. Porque en cada actitud, gesto, palabra o mirada, hay una realidad, la distancia que separa a dos seres, dos cuadros, dos sentimientos, dos tiempos. Y no solo físicamente.

En estos días atrás, de tanta intensidad visual e interior, hemos conocido y sentido la distancia como sutil compañera de nostalgias, figuras, sensaciones, imágenes, ademanes

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Hemos visto otra vez qué distancia puede haber entre los ojos de un niño y esa borriquita de trote ligero que camina Santa Clara arriba el domingo de Ramos o entre las manos de una Madre y de un Hijo cuando se despiden hasta la cruz en la Plaza Mayor una noche después. Hemos vuelto a distinguir la distancia mínima que separa al Cristo de la Buena Muerte de las tapias de los barrios bajos, tras las que anidó hace tiempo el abandono y la cochambre. Hemos empequeñecido con anhelo la distancia en su amor que divide al Nazareno de sus vecinos de San Frontis y la que va de la cruz del Cristo de la Expiación hasta la hermosa luna llena que lo corona por las cercanías del río. Hemos acompasado la distancia que tiene la mirada de un Reo clavado en la cruz de las Injurias, cuando en un solo instante sus ojos pasan de la vida a la muerte y hemos valorado la que separa el gemido contrito del bombardino de una queja del río enredado en las aceñas. Hemos amado la distancia tan pequeña pero imposible de unir que hay entre los brazos abiertos de la Virgen para que deje de ser Esperanza, o la que va desde un balcón de la rúa y unas monjitas del Amor de Dios hasta el rostro sereno del Jesús sumiso atado a la columna en la Flagelación. Nos han cantado la distancia que va de un salmo de perdón hasta un entierro una noche rasgada de emociones. Hemos vuelto a recordar cuánta distancia intemporal existe entre una madrugada apuntalada de cruces y una tarde de sencillos lutos bajo palio. Y la que se distingue entre las lágrimas perladas del rostro de la Soledad hasta sus manos cruzadas y vencidas. Y también hemos vuelto a reconocer que no puede haber distancia alguna cuando en un solo regazo están los brazos de Nuestra Madre acogiendo el cadáver del Hijo.

En esta mañana, la única distancia será marcada por los distintos caminos por los que suben a la ciudad el Señor y su Madre. Van al encuentro que la fe y la tradición les fijaron hace siglos en la Plaza Mayor y que cierra el evangelio popular

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En esta mañana, la única distancia será marcada por los distintos caminos por los que suben a la ciudad el Señor y su Madre. Van al encuentro que la fe y la tradición les fijaron hace siglos en la Plaza Mayor y que cierra el evangelio popular de estos días pasados. Viene el Señor a sentir el gozo de los suyos que anduvieron en su entierro de pena en pena, de un lado a otro de la larga tarde y que anoche mismo vinieron con su Madre sola hasta su casa de San Juan. Y ese gozo ha subido florecido a sus varas y salta en sus aleluyas hechos de pólvora y dulzaina. Grita la mañana su júbilo. Y a Ella, la Madre, aún de luto, un puro presentimiento brotado del alma la lleva en volandas hasta la Plaza. Para el amor no hay distancia que valga. Un solo pensamiento en un instante la deshace.

Pero sobre todo, sale el Señor a besar agradecido con su luz la fe de los suyos que regresaron estos días de su Pasión y hoy se alejan de nuevo. Es mañana de encuentros y de despedidas. Y esa sí que es una distancia cargada de pena, dura de soportar, ineludible, a veces injusta, en otras, dramática y siempre real. Sale hoy el Señor a vivir la distancia que hay entre su Resurrección y el adiós de los suyos, de aquellos que vinieron a consolarle y enterrarle y de paso reconfortaron a su Madre y que hoy, culminado el Drama según el credo que vivimos, se vuelven a donde sembraron su futuro y recogen el pan del trabajo para los suyos. Sale el Señor esta mañana para reencontrarse con su Madre y a la vez para decir adiós a tantos paisanos suyos que saldrán de la ciudad en cuanto lo vean bajar por Balborraz con Ella hacia la gloria de la Pascua, subida a la torre de la Horta entre campanas y cohetes.

¿Qué nombre le pondremos al escuchar el merlú, la marcha de Thalberg, el bolero de Algodre y tantas otras músicas del alma, enraizadas en los recuerdos de la infancia y de la juventud?

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Y ya lejos, muy lejos de su tierra y de los suyos, cuando pasen los meses ¿cómo se medirá esa distancia? ¿Qué nombre le pondremos al escuchar el merlú, la marcha de Thalberg, el bolero de Algodre y tantas otras músicas del alma, enraizadas en los recuerdos de la infancia y de la juventud, enganchadas a tantos y tantos momentos inolvidables de la tierra que amamos? ¿Cómo se siente esa distancia tan implacable y cómo se puede definir en un simple papel como éste?

La última distancia empieza hoy mismo a cobrarse metros y minutos, caminando juntos por el reloj de la vida, la distancia que va del mediodía de hoy en la Horta al atardecer del jueves de Pasión del año venidero en san Frontis. La distancia que va entre el Resucitado romero de este domingo al dolorido y hermoso Nazareno con la cruz al hombro que volverá a venir a esta otra orilla aquel jueves de nuevo…Y mientras tanto, ¡cuánta vida por medio, Señor! ¡Cuánta distancia!

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