La Resurrección es el misterio central de la fe cristiana. Jesús, que sufrió la pasión y muerte en la Cruz en la mañana del Viernes Santo y que después fue depositado en el Santo Sepulcro, resucitó al tercer día venciendo así a la muerte. En ello confían los cristianos, esperanzados en una vida eterna después de la muerte en la vida terrenal. El hombre, a través del idioma, ha dado a la palabra resurrección múltiples usos. Así, ha comidas que resucitan a un muerto y hombres que son capaces de resucitar tradiciones perdidas. Este último es el caso de Serapio Herrero, el hombre que hace 170 años era párroco de Santa María de La Horta, sede de la Cofradía de la Resurrección de Zamora. Gracias a él, la hermandad del Domingo de Resurrección goza hoy en Zamora del calor popular que atesora.

En 1851 Serapio Herrero asume nuevas funciones en la parroquia de La Horta y comienza a reorganizar las funciones que tenía atribuidas. Entra otras, la cofradía de la Resurrección, que contaba con un escasísimo número de cofrades y estaba sin administrar, no celebrando ninguna de las funciones que tenía encomendadas. Una cofradía, en suma, en serio riesgo de desaparecer.

A la Cofradía de la Resurrección de Zamora se le presume la existencia desde la Edad Moderna. Su historia se remonta al menos a 1562, fecha de los primeros documentos encontrados, aunque se supone que es anterior al celebrar la Resurrección de Cristo, misterio principal de la fe. Uno de sus actos centrales era la celebración de la misa por los hermanos fallecidos durante el año, así como una serie de misas individualizadas por el eterno descanso del fallecido en los meses siguientes al deceso.

La revitalización de la procesión acapara la procesión del párroco, pues se trata de una buena jugada para potenciar un rito público de demostración de fe que afianzará la educación católica a modo de cataquesis para consolidar la liturgia católica oficial.

Imagen antigua de la procesión de la Resurrección con el Puente de Piedra de fondo. | LOZ

Bajo en “mandato” de Herrero la procesión se oficializa. Entre otras cuestiones, se manifiesta la uniformidad de los hermanos, con nuevas efigies en las varas elaboradas por la Casa Meneses, en Madrid. Los motivos procesionales se adaptan a los nuevos gustos estéticos —las imágenes se sustituyen por otras de mayor tamaño y son entronizadas en las nuevas mesas, que sustituyen a las antiguas andas—. Se añaden cruces y otros símbolos de las parroquias vecinas y la presencia de bandas es cada vez mayor, como detallaba en un artículo escrito en este diario, en 1996, Ángel Moreno Prieto. Las fuerzas de orden público se introducen de la mano del Regimiento de Toledo, que entonces empieza a acompañar a los pasos en su desfile por la ciudad. El relevo lo ha cogido actualmente la Policía Municipal, que acompaña a Jesús Resucitado vestida de gala. La presencia militar continúa con la Virgen del Encuentro. Todo iba encaminado a que la procesión fuera perdiendo el carácter espontáneo con el que la recogió Serapio Herrero y se convirtiera en un acto “oficial”.

Han cambiado, eso sí, las imágenes que procesionan. Jesús Resucitado es más antiguo y la Virgen del Encuentro es una incorporación reciente a la Semana Santa de la capital. La imagen de Cristo data de 1873 y es obra del imaginero Ramón Álvarez. El Resucitado fue encargado al escultor local en sustitución de una talla anterior que a día de hoy se desconoce. Cuenta la tradición que para tallar la imagen el imaginero utilizó como modelo un vecino de la Horta que era mudo. La imagen recibió culto en Santa María de la Horta hasta su traslado al Museo de Semana Santa hace unas décadas. La Virgen del Encuentro es una imagen de talla realizada por el autor zamorano Higinio Vázquez en 1993. Cuando desfila el Domingo Resurrección es sobrevestida con un manto negro hasta su encuentro con su Hijo Resucitado en la Plaza Mayor, momento en el cual es despojada del manto para celebrar, precisamente, la vuelta a la vida.