El reloj de la Plaza Mayor marca las 12 de la noche y mientras todavía se oye el eco de los tambores de cierre de la Tercera Caída, las puertas de San Vicente se abren para que Zamora reciba a un crucificado inclinado que hace que la ciudad enmudezca a su paso y solo se oiga el crepitar de las teas y el sonido de dos tambores destemplados.

Uno a uno, los hermanos de San Vicente fueron saliendo del templo con sus hábitos monacales de estameña blanca, con cogulla, faja de arpillera y sandalias y Zamora fue retrocediendo en el tiempo hasta el medievo con el silencio apoderándose de las calles empinadas de los barrios bajos.

Se iba agotando el Lunes Santo en Zamora al mismo ritmo que se quemaba el papel y la parafina que iban iluminando la primera madrugada en la que la ciudad no duerme o duerme poco. Balborraz acogía una hilera de teas y hábitos blancos y de fondo sonaba el compás de dos tambores que anunciaban que Cristo estaba en la calle para vivir su Buena Muerte.

Y cuando la ciudad vivía con el corazón encogido, unas voces rasgaron el cielo para clamar "Pater", "Mulier" o "Tenebrae" y la calle Zapatería latió al mismo ritmo que la hermandad hasta que el tiempo se detuvo en la plaza de Santa Lucía. Zamora vive en los últimos cinco siglos a la vez cada vez que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte y su comitiva fúnebre elevan al cielo el canto del "Oh Jerusalem". Durante esos cinco minutos toda la ciudad latió al mismo compás, conteniendo el aliento, escuchando con el alma y recordando a los que ya no están.

Y sin mayor estridencia la comitiva siguió marchando hasta San Vicente, con las mismas teas, los mismos hábitos, el mismo corazón encogido de la ciudad que organiza una vigilia por Cristo en el templo de entrada, un "Vexilia Regis" íntimo con el que se despidió un nuevo Lunes Santo en Zamora, rendidos una vez más a Cristo que comparte su Buena Muerte con los zamoranos, tumbado en plano inclinado, mirándole a la cara a quienes le acompañaron y se convirtieron al ver pasar a la imagen de Juan Ruiz de Zumeta en la noche en la que Zamora volvió al medievo.