Lo común
Los pueblos
Pudiendo elegir, casi todos querríamos vivir en el campo
No hay nada como vivir en un pueblo. En Zamora lo sabemos todos, incluidos los que viven en pleno centro. El pueblo es nuestra aldea ancestral, en fusión con la naturaleza y sus fenómenos meteorológicos. Una ventisca en la ciudad apenas la notas, salvo en la plaza de Alemania o las afueras. En el campo se apodera de todo y juega a que te tumba la casa o a ti mismo si sales fuera. En una tormenta hay que estar en el campo para comprender el mito de Thor y su martillo o lo que de niños llamábamos "San Pedro jugando a los bolos". Y como no quiero ponerme cursi tan de mañana, no hablaré de la primavera, esta estación que no existe en las ciudades, pero es pura belleza lujuriosa y desatada en los pueblos y el campo.
Lo que quiero decir con todo esto es que, pudiendo elegir, casi todos querríamos vivir en el campo. Y quienes pueden y tienen, si se ven forzados a residir en ciudad, se hacen segunda casa en las afueras o conservan con mimo la que fue de sus padres o parientes o abuelos. Pese a lo cual, van muriendo los pueblos, desapareciendo, con habitantes menguantes y envejecidos. ¿Cómo puede ser eso? ¿Por qué abandonamos el paraíso? ¿Qué maldita manzana prohibida hemos mordido esta vez para vernos desterrados a otro lugar más inhóspito? Nuestra condición de seres sociales, nuestra necesidad de vivir juntos y hacernos fuertes cooperando y compartiendo está en el origen. Si fuésemos seres aislados, sin conexión con los otros, cada cual viviría en su escondrijo, diseminados por todas partes. Pero lo que nos hace fuerte y nos hace humanos es lo común, lo colectivo, el especializarnos para que cada cual se encargue de algo y todos juntos produzcamos fortaleza y redes de prosperidad.
Todo lo cual, siendo bueno, buenísimo, lo mejor que tenemos, se ha llevado al extremo. La organización socioeconómica se ha vuelto tan compleja que se nos fue de las manos y ha quedado al capricho de unos cuantos que acumulan capital y poder (valga la redundancia, porque en esencia es lo mismo). En esa lógica perversa, lo "rentable", lo mejor para el dinero, es concentrarnos en ciudades, donde se nos controla mejor y trabajamos sin distracciones. No es nada rentable, en cambio, construir carreteras a pueblos pequeños, ponerles tren, médicos y maestros, tiendas y servicios esenciales. Los pueblos mueren, se nos sugiere, porque se han vuelto innecesarios. ¿Innecesarios para quienes? A la mayoría nos encantaría seguir viviendo en ellos y más ahora, cuando el teletrabajo se impone y la vida se extiende en largas jubilaciones. La clave son los servicios: si los hubiera, si tuvieses lo mismo en cualquier pueblo que en Madrid, nada iría al infierno.
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