Un beso al pan antes de echárselo a los pájaritos

Que las ayudas de la PAC sean para los agricultores a título principal, y no para los terratenientes propietarios del campo

Los tractores salen a la calle

Los tractores salen a la calle

Laura Rivera

Laura Rivera

Cuando yo era pequeña de edad y más comisque o "comistraja" que ahora, muchos días me costaba acabar el pan de la merienda, salvo que estuviera untado de mantequilla o Tulicrem de tres colores. Y eso que la merienda era mi comida preferida. Como además muchas tardes merendaba en la calle para no perder ni un minuto de jugar, después de comerme lo de dentro del bocadillo intentaba acabar el pan porque me habían dicho que había que comer para crecer, que la comida era un regalo de dios, y sobre todo porque había niños y niñas que no tenían la suerte de comer todos los días porque eran pobres o vivían en países con desiertos o en guerra. Por eso también algunos días nos daban en la escuela una hucha con forma de cabeza de niños negros, amarillos, cobrizos o aceitunados para recoger monedas para su comida.

Si después de intentarlo con todas las ganas y animada por esas razones de peso, no podía seguir dando un bocado más, hacía lo que también me habían dicho: besaba el pan, y lo desmigaba en trozos pequeños antes de lanzarlo al aire llamando a los pajaritos que también eran de dios para que se comieran las migas. De esta manera acallaba un poco el remordimiento por tener más de lo que necesitaba para saciar mi hambre, mientras había niños casi siempre negros que se morían por falta de un trozo de pan. Así al menos alimentaba a los pájaros que siempre estaban cantando.

Estas enseñanzas casi intuitivas de mi infancia me han llevado a seguir pensando lo mismo de manera estructurada en eso que se llama ideas o ideología.

La primera idea, que hay necesidades y derechos a los que hay que dar el valor que realmente tienen, como los alimentos para la vida en lugar de las riquezas que no se comen, tal y como aprendí también de pequeña en el cuento del Rey Midas que todo lo transformaba en oro y casi se muere de hambre. Aprendí el valor de los derechos.

Lo que no puedo entender es que en esas justas protestas por la mala situación del campo, se enfrenten agricultores con los mismos intereses pero de distintos países, como pasó hace unos días con los que en Francia obligaron a tirar el vino de Zamora que transportaba Lácteas Cobreros ¡El vino de una de las provincias más pobres de Europa!

La segunda, la necesidad del trabajo para cubrir las necesidades básicas como los alimentos. Para poder comer, además de los productores del campo y hasta que llega la comida al plato son muchos los trabajadores que la transportan, la venden, la preparan, la cocinan y hasta la llevan a la boca de quienes no pueden hacerlo porque son muy pequeños, muy mayores o están enfermos. Aprendí el valor del trabajo.

También me enseñaron que hay desigualdades intolerables porque mientras unos tiran el pan o acumulan riquezas, otros siguen muriendo de hambre. Y que las diferencias no dependen de los méritos, sino del lugar y la familia donde han tenido la buena o mala suerte de nacer. Además, como el pan que era de dios no llegaba a alimentar a todos los niños, cambié la hucha de la caridad por la ideología de la solidaridad.

Y para ayudar a dios en su tarea de alimentar a "las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros" como me decían en religión, pues ¡migas a los pajaritos y a acallar conciencias! Que es lo que parece que la PAC actual hace con las medidas medioambientales, ante otros problemas más graves que no quieren resolver.

Como además de no pasar hambre, he tenido también la gran suerte de recibir una buena educación gracias a mi familia y a mis maestros, que me enseñaron el valor de las cosas del comer, no puedo menos que apoyar a los agricultores que se manifiestan con tractoradas por las calles, en Zamora y en toda Europa.

Lo que no puedo entender es que en esas justas protestas por la mala situación del campo, se enfrenten agricultores con los mismos intereses pero de distintos países, como pasó hace unos días con los que en Francia obligaron a tirar el vino de Zamora que transportaba Lácteas Cobreros ¡El vino de una de las provincias más pobres de Europa!

No entiendo tampoco que hayan hecho lo mismo con productos de España otras veces, de la misma manera que aquí se critica que se vendan productos de fuera. Hace unos días, los productores de miel se quejaban con razón de que no vendían la de las colmenas de Zamora porque son más baratas las mieles importadas de menos calidad. Y es verdad: no se puede comparar la mantequilla de la pastelería de Prado en mi pueblo –vuelvo a las enseñanzas de la infancia- con el Tulicrem de tres colores. Por cierto y para los más jóvenes que no lo conocieron y los mayores que no lo han vuelto a ver, ¿Qué pasó con el Tulicrem? Pues que ese producto de la empresa italiana Starlux -que acabó con los cubitos de caldo de la española Gallina Blanca- acabó siendo absorbido a su vez por la multinacional alemana Knorr y su Nocilla ¡qué merendilla! Una merienda de negros -con perdón por el racismo y el niño de la hucha- que nos lleva a concluir una vez más con la idea de: “es el capitalismo, estúpidos”.

Por eso pienso que la solución a los problemas del campo no puede venir de la mano de enfrentamientos entre agricultores de distintos países pero con los mismos problemas. Algo que también sigo aprendiendo, y que se llama internacionalismo obrero.

Tampoco entiendo en las movilizaciones que se vaya contra el gobierno de turno, salvo que sea sólo por eso: porque es al que le toca. Recuerdo otras tractoradas y luchas campesinas de cuando eran más los hombres y mujeres del campo en Zamora y en toda España. Con todos los gobiernos que han sido desde antes de la transición, el campo no ha levantado cabeza, lo cual no los exculpa. Pero: “es el mercado, estúpidos”. Mejor dicho, el libre mercado.

Y he echado de menos que en estas tractoradas no estuvieran los sindicatos agrarios ahora llamados OPAs, como tampoco estaban los tractores de quienes han abandonado la actividad, ni aquellas formas de lucha de los ganaderos que consiguieron sentar una oveja en el sillón de la diputación para protestar, o metieron las vacas en Hacienda en una huelga general donde campesinos y trabajadores –hoz y martillo- protestaban juntos porque compartían los mismos intereses: producir para comer, para dar de comer, para vivir. Se necesitan todas las manos: “proletarios del mundo, uníos”.

Y llegando a la PAC, se necesita ayudas de funcionarios en los pueblos para la burocracia, y también puede que haya que replantearse esas medidas medioambientales hacia las que parecen dirigirse las protestas contra la PAC, cuando se aplican para inspeccionar a los pequeños agricultores y ganaderos en lugar de a los grandes terratenientes. Porque pueden dar la puntilla a los que han resistido la subida de costes de producción y bajada de precios de productos, para acabar sucumbiendo ante los requisitos medioambientales para un pequeño ganadero, mientras proliferan las macrogranjas contaminantes, no sabemos si cobrando o no la PAC.

Por eso los requisitos medioambientales de la PAC hacia los que se orientan las tractoradas recientes, no pueden desviarnos de lo que fue siempre la principal reivindicación campesina: que las ayudas de la PAC sean para los agricultores a título principal, y no para los terratenientes propietarios del campo aunque cumplan con el medioambiente a base de dehesas y cotos de caza.

Y ni aun así se solucionarían los problemas del campo. Los que sostienen en Zamora la pancarta que dice “Si el campo no produce, la ciudad no come”, llevan comprobando en sus economías que el campo en Zamora deja de producir, y la ciudad compra lo producido en otros países, no sólo alimentos sino cualquier producto. Y que campo y ciudad nos despoblamos juntos, porque: “Es la economía, estúpidos”. El capitalismo.

Dejo claro y manifiesto mi apoyo a las movilizaciones de los agricultores, sobre todo en esta tierra donde vivo y donde muchos han tenido que emigrar dejando en barbecho su trabajo. Mi solidaridad con los hombres y mujeres que dan de comer al mundo, en cualquier parte del mundo.

Un beso al pan, unas miguitas para los pajaritos del medio ambiente. Y un abrazo a los campesinos que lo producen. Lo aprendí de niña y no lo he olvidado.

(*) Portavoz de IU en la Diputación

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