La democracia no es eterna

Si de algo andamos sobrados es de tangana y vocerío, soflamas, enseñas y eslóganes

Ilustración

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Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

Quizá solo cabría añadir al título que encabeza estas líneas la firma del autor y fin, pero eso tendría dos problemas. El primero, que no se publicaría, y el segundo, y mucho más importante para un servidor, que no invitaría a pensar en estos tiempos de la rapidez digital, la información sesgada y a vuela pluma, la Inteligencia Artificial, que tiene más de lo adjetivo que de lo sustantivo, y la bronca, mucha bronca.

Porque si de algo andamos sobrados es de tangana y vocerío, soflamas, enseñas y eslóganes. Y violencia, claro, y esperemos que no de muertos, que es lo que tiene calentar a la gente y no expulsar y detener a quienes solo buscan la agresión por la agresión, como vivimos con la kale borroka, que hay que ver cuánto se parecen los cachorros de los extremos, sean de aquí o de allá, quizás porque solo sean eso, cachorros.

No voy a señalar a los responsables de semejante estado de convulsión, ni tampoco a quién empezó primero y mucho menos al y tú más, porque me parece de pelea de patio de colegio y, por ello, de un infantilismo paranoico, ancestral y profundamente ignorante.

Porque es la ignorancia, que parece instalada en nuestra sociedad tan desarrollada como un enlace del ADN español, la que nos hace no percatarnos de que los argumentos de los opositores y de los gobernantes son idénticos en función de su posición. Vamos, que se tiran a la cara lo mismo en cualquier Administración dependiendo solo de si gobiernan o no y da igual si es una amnistía, el sistema sanitario, o el pellet. Qué poco originales. Claro que tan poco originales como quienes les votamos, porque, no lo olvidemos, los hemos elegido nosotros con nuestros votos y abstenciones, que también valen, por si algún ignorante no se ha enterado. Pero esa es la grandeza de la democracia y a la par nuestra responsabilidad.

Sin comunidad, sin sentimiento de pertenencia a un conjunto que nos protege y al que protegemos, al que sentimos tan distinto a nosotros que justo por eso lo queremos junto a nosotros para enriquecernos; sin ese sentirse uno mismo porque se está rodeado de otros, todo se reduce a mera supervivencia individual y, por tanto, tan frágil y etéreo como el humo de un cigarrillo

Y responsabilidad es la que necesitamos ahora mismo y calma, mucha calma, o, si se prefiere, argumentos, muchos argumentos, que son los que afianzan la democracia y no el levantar muros ni querer derribarlos como cabestros, porque la Historia nos ha demostrado y, lamentablemente hoy en día también, que, cuando se tensan las relaciones, unos, los que parecen elegidos, ponen los discursos y el resto ponemos los muertos. Y como el resto somos una inmensa mayoría y los que ponemos la vida al tablero y la de nuestros hijos, convendría saber por qué y por quién estamos dispuestos a tamaña empresa, más allá de frases grandilocuentes y vacías de contenido y, sobre todo, insisto, sobre qué argumentos. Porque sin argumentos no hay verdad ni siquiera para andar por casa. Sólo hay vísceras contra el contrario y eso es paletería.

España está viviendo el periodo más largo de su historia en el que hemos podido elegir a nuestros representantes y esto no ha sido gratis, que ya nos lo recordó ETA y el abandono de sus víctimas, y queda mucho por hacer en la recuperación de la memoria histórica, pero mucho más en la memoria reciente si queremos que la democracia española no salte por los aires, nos salte a nosotros, que los artificieros de uno y otro lado, como siempre, ya se buscarán un lugar apacible para acabar sus días.

La quinta del chupete de la guerra civil está muerta o tiene más de ochenta años, como los militares de pacotilla que hace poco incitaban a la intervención del ejército en pleno siglo XXI; los jóvenes de hoy, y me temo que demasiados adultos incluso con poder, no tienen ni puta idea de quién fue Miguel Ángel Blanco, por ejemplo, ni siquiera del 23F y mucho menos de los Decretos de Nueva Planta de Felipe V, como tampoco tienen puta idea de nuestra Constitución, pese a que la quieran salvar o derogar sin haberla leído. Y así podría seguir hasta aburrir al lector, si no lo está ya. Pero justo en esta ignorancia insultante es donde anidan los salva patrias de uno y otro lado.

Y para que no se aburra el paciente lector que haya llegado hasta aquí le invito a reflexionar sobre un asunto: imperfecto, sin duda, pero no hay otro sistema más solvente que la democracia para permitir que cada uno de nosotros exijamos cuentas con nuestro voto a quienes nos representan. ¡Con nuestro voto! Todo lo demás es, venga de donde venga, trifulca barriobajera y de taberna, pero muy peligroso.

Así que como resulta que es peligroso y mi vida vale poco, pero la de mi hija todo, tanto como la de cada uno de mis conciudadanos, pediría a los excelentísimos señores Pedro Sánchez, que gobernase a su hueste variopinta de mercenarios; Santiago Abascal, que devolviera al redil a sus indocumentados cachorros, y Alberto Núñez Feijóo, que se enterase al menos él de dónde está y para qué y recordara cómo acabó Viriato, o Pablo Casado. En definitiva, les pediría que actuaran como los héroes clásicos: con mesura, porque, si no lo hacen, el pueblo se lo demandará y la Historia. Y esa misma mesura les pediría a los medios de comunicación para que dejaran de dar altavoz a las insensateces de todos ellos para no acabar siendo igual de responsables de sus disparates.

La democracia tiene mecanismos y leyes suficiente, pero eso no la convierte ni en eterna ni en gratuita, y bien lo saben los españoles que conozcan algo de nuestra historia, sobre todo cuando ni los representantes ni los representados asumen sus responsabilidades; unos por lo votado y los otros por lo que hacen con la confianza depositada en un acto aparentemente tan simple, y tan trascendente, como depositar una papeleta en una urna.

Así que bien nos vendría a todos no dar por sentado que todo se puede solo con formular la palabra democracia y ponernos a algo que le es consustancial a esa palabra: hacer comunidad y que el bien común se anteponga al bien particular. Porque sin comunidad, sin sentimiento de pertenencia a un conjunto que nos protege y al que protegemos, al que sentimos tan distinto a nosotros que justo por eso lo queremos junto a nosotros para enriquecernos; sin ese sentirse uno mismo porque se está rodeado de otros, todo se reduce a mera supervivencia individual y, por tanto, tan frágil y etéreo como el humo de un cigarrillo.

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