Yo era un tonto...

Si Pedro Sánchez dice que es de día, Alberto Núñez Feijóo dice que hace una noche estrellada como en la que soñaban los erales lorquianos

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se saludan tras la investidura.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se saludan tras la investidura. / EFE

Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

En 1929, en diversos números de La Gaceta Literaria, se publicaron los poemas que conformarían el libro de Rafael Alberti "Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos", cuyo hilo conductor eran estrellas del cine mudo como Charlot o Buster Keaton.

No crea el lector de esta columna que me voy a adentrar en el surrealismo del libro, tan complicado como brillante, ni en la semblanza de Alberti, ni mucho menos en la biografía de Charlot o Keaton, pero el título de ese poemario me ha venido a la mente al contemplar el panorama político nacional, que más que surrealista parece "subrealista", y no es un mero juego de palabras.

Los acérrimos seguidores del PSOE deben de estar consumiendo vaselina a mansalva para tragarse las ruedas de molino que les ha deparado que su líder acceda al Gobierno después del 23J. Porque son ruedas de molino, se pongan como se pongan, como las de aquellos contra los que se enfrentó don Quijote, las que les ha puesto como aperitivo de esta legislatura Pedro Sánchez y su corte de los milagros. Porque resulta que no solo ahora hay que decir que sí a lo que hace cuatro meses se decía que no, sino que, además, hay que justificarlo y ahí está el problema. Porque ahora, en cada ciudad y pueblo, en cada comida familiar, o reunión de amigos, los acérrimos tienen que defender con ahínco que la amnistía, los mediadores extranjeros, las citas también en el extranjero, o el ocultismo son la quintaesencia de la democracia y la españolidad, que, eso sí, todo se hace por España, cuando hace cuatro meses se desgañitaron en los mismos foros diciendo justamente lo contrario, también por España y los españoles, faltaría más.

Y por la misma España y los españoles, los acérrimos seguidores del PP crean un programa electoral sintetizado en derrocar el sanchismo y empiezan a pergeñar una oposición al Gobierno basada en el de qué hablamos que yo me opongo y me opongo tanto que hasta me opongo a mí mismo, de manera que ni renuevo el Consejo del Poder Judicial ni apruebo, como la mayor parte de los países civilizados, que derrocar a Hamas no supone dar por buenas las matanzas en Gaza, ni tampoco apruebo que hay violencia de género y hasta dudo del cambio climático por mucho que hoy mismo, en pleno diciembre, haya zonas en España, siempre España, eso sí, por encima de los veinte grados. Y ya puestos, hasta me abrazo a eso de que el presidente del Gobierno denota en su risa rasgos de psicopatía. Pero ni palabra de un programa de gestión de las cosas de comer, que son las que nos interesan. Vamos, que si Pedro Sánchez dice que es de día, Alberto Núñez Feijóo dice que hace una noche estrellada como en la que soñaban los erales lorquianos. Y con él, sus acérrimos, los mismos que hace cuatro meses clamaban por los derechos humanos, o la independencia del Poder Judicial.

Cabría una cierta esperanza en mirar a los lados de ambos partidos de ese llamado bipartidismo que jamás ha existido en España desde la democracia. Pero ahí nos encontramos con los acérrimos del desierto. A la izquierda del PSOE están los acérrimos del mundo de Yupi, capitaneados por Yolanda Díaz y su vamos a ser felices. Y a la izquierda, perdón, derecha, del PP, están los acérrimos del mundo de la Reconquista, capitaneados por Santiago Abascal y su vamos salvar la patria y Santiago y cierra España.

Dura es la vida de los acérrimos, de esos fanáticos de unos y otros que están tan castrados intelectualmente que son incapaces de hacer la más mínima crítica a aquellos a los que siguen cuando dicen una cosa, la contraria y hasta una gilipollez del tamaño de un caballo percherón. Pero es el líder, o la lideresa y con ellos, ellas y elles a muerte, que pensar y ser crítico es muy cansado y, sobre todo, desolador, porque, si pensasen los acérrimos se darían cuenta de que sus representantes serían capaces de sentarse a comer con los contrarios mientras que ellos, los acérrimos, ya no se hablarán nunca más con su vecino, su compañero, su amigo, o su familiar por defenderlos. Ahí os lo dejo, acérrimos multicolores, ahí os lo dejo, por si aún os queda un resquicio de juicio crítico. Que no lo creo, pero bueno.

Como dice el maestro Joaquín Sabina, "Todos los finales son el mismo repetido". Así que el final es que unos gobiernan y otros no. Y ambos deben presentar alternativas más allá de eslóganes ingeniosos, las menos veces, y patéticos, las más, a lo que a los ciudadanos nos preocupa desde el inicio al fin de cada mes, porque lo demás es ir echando carnaza a los acérrimos, que, como tales, son incapaces de cambiar el mundo, pero sí de joder, y mucho, el que tenemos, aunque, en su ignorancia, no sepan ni para qué.

Yo soy un tonto, y lo sé, y lo que estoy viendo me hace dos tontos, y también lo sé. Pero al menos tengo esa certeza. La misma que tengo en que, mientras no se alcen voces críticas desde dentro de cada uno de los partidos hacia sus líderes, e insisto en lo de desde dentro, solo nos quedará a quienes nos resistimos a ser acémilas en una recua el denunciar a cada acérrimo que nos encontremos para conseguir no que piense como nosotros, sino que, simplemente, piense.

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