Siete días y un deseo

¿Hablar con desconocidos?

Tendríamos una vida más interesante si volviéramos a charlar con extraños

Gente por un paseo marítimo

Gente por un paseo marítimo / Juan Carlos Cárdenas

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

¿Cuándo ha sido la última vez que ha hablado con un extraño? Sí, con alguien que no conociera de nada y que, por ejemplo, estuviera esperando el bus, en la sala de espera del centro de salud, en la cola del supermercado, en el asiento de al lado en ese viaje que realizó en tren, bus o metro, en la barra del bar mientras saboreaba esa caña con unas patatas bravas de las buenas, en la oficina de correos, en la sucursal de su oficina bancaria habitual o, si lo prefiere, en los numerosos lugares que usted puede añadir a esta pequeña lista de escenarios que acaba de leer. ¿Y a qué viene poner encima de la mesa una cuestión supuestamente tan ridícula o absurda? Verán, verán. Si se fijan con atención, en el fondo de la pregunta inicial se esconde un asunto trascendental: la importancia de hablar, incluso con desconocidos. Porque hablar es una competencia que nos permite relacionarnos con otras personas, interesadas en preguntar, criticar o compartir cosas, a saber: "Hola, ¿cómo te va la vida?"; "¿Qué tal el nuevo trabajo?"; "Fíjate bien en el vecino del quinto: qué raro es, ¿no?".

Pero aquí no hablamos de esos encuentros con personas conocidas que forman parte de nuestra vida cotidiana, ya sea en la comunidad de vecinos, en el trabajo, en el parque, en las aulas de la universidad de la experiencia, en las actividades extraescolares o en el bar de la esquina. Estas personas ya saben (o pueden imaginarse) quiénes somos y de qué pata cojeamos. ¿Pero qué pasa con las personas que transitan por la vida y se cruzan en nuestro camino, como en los ejemplos de más arriba? ¿Por qué razones tendría que prestarles atención cuando posiblemente nunca más volverán a interponerse en mi camino? ¿No sería de muy mala educación emprender una conversación e interesarnos por quienes son desconocidos para nosotros? Bueno, pues las respuestas a todas estas preguntas llegan de la mano de un experimento realizado por Nicholas Epley, científico del comportamiento y profesor de la Universidad de Chicago. Su conclusión: estamos viviendo muy por debajo de nuestras posibilidades; nos pasarían más cosas y tendríamos una vida más interesante si volviéramos a charlar con extraños.

Si echan la vista atrás y se detienen en los meses del confinamiento, habrán comprobado que estamos sufriendo un incremento de problemas de salud mental relacionados precisamente con la pérdida de contactos. Y es que sabemos que el contacto social con propios y extraños genera bienestar y tiene grandes recompensas

No sé qué pensarán ustedes pero yo creo que este corolario debería hacernos reflexionar. Por ejemplo, si echan la vista atrás y se detienen en los meses del confinamiento, habrán comprobado que estamos sufriendo un incremento de problemas de salud mental relacionados precisamente con la pérdida de contactos. Y es que sabemos que el contacto social con propios y extraños genera bienestar y tiene grandes recompensas. Ya lo argumentó Stanford Granovetter, sociólogo estadounidense de la Universidad de Stanford, con sus estudios sobre análisis de redes sociales, donde destaca su teoría de "la fuerza de los lazos débiles" o de los "vínculos débiles", enunciada en 1973. Granovetter comprobó cómo dependemos mucho más de lo que pensamos de los vínculos débiles establecidos con actores sociales con los que se tiene poco o ningún contacto, carencia de vínculos emocionales y escasos lazos relacionales y no tanto como creemos por lazos más fuertes como la familia o los amigos. Por tanto, aunque pueda parecer una insolencia, ya lo sabe: toca hablar con extraños, incluso en vacaciones.

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