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Niños africanos un campamentos de acogidaBENOIT MATSHA-CARPENTIER / IFRC

La situación educativa mundial

Hay lugares en donde millones de niños y niñas, ajenos a guerras, no están escolarizados

Señalar que vivimos en un planeta de profundos contrastes es una obviedad. Por un lado, las naciones más desarrolladas están gastando una enorme cantidad de recursos económicos para suministrar armas a Ucrania con el fin de que haga frente a la invasión rusa. Son programas cuyo coste económico es ingente. Por otro, hay lugares en donde millones de niños y niñas, ajenos a dicho drama bélico, no están escolarizados y jamás pisarán un aula por toda una serie de factores, todos ellos reversibles, pero que necesitan de políticas y ayudas efectivas. Tantos medios para una realidad dramática e inútil, tan pocos para otra tan necesaria, vital y útil.

La ONU creó, hace ocho años, la agenda Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para impulsar a lo largo de este nuevo milenio (entre los que se hallaba acabar con la pobreza, el hambre, apostar por la salud hasta, 17 ítems). Concretamente, en cuarto lugar, se ponía el acento en el compromiso por impulsar una “educación inclusiva, equitativa y de calidad”, pero que lejos de haber dado un salto cualitativo en los últimos años ha retrocedido. Podría hasta decirse que hoy estamos aún peor que ayer. La pandemia ha sido un factor determinante a este respecto, no cabe la menor duda, pero la enorme brecha entre los países ricos y los desfavorecidos era previa a la covid-19. Ésta solo ha dejado en evidencia el abismo existente.

Las cifras son muy ilustrativas. En abril de 2020, en el punto más álgido de la afección de la pandemia, 1.600 millones de niños y de niños vieron como sus escuelas se cerraban. En consecuencia, 369 millones de escolares no podían acceder a los comedores escolares y a una comida básica. Angustioso. Un informe de la consultora McKinsey, para la Unesco, calculaba los efectos pandémicos en una estimación de pérdida de meses de aprendizaje. Los más afectados Asia del Sur y América Latina y el Caribe, con nada menos que 12 meses de retraso; Asia del Este, Oriente Próximo y África, algo más de la mitad (unos seis meses); siendo los menos afectados los europeos, con poco más de tres meses.

Sin ir más lejos, las graves sequías en Somalia compromete el devenir educativo de 2,4 millones de niños y niñas, induciendo al cierre de centenares de escuelas

A todo esto hay que añadir que, antes de este drama, ya eran 300 millones de niños y de niños los que se hallaban fuera del sistema escolar. Y un año antes de que se cerrasen los centros, la Unesco ya señalaba que la brecha educativa era considerable. Desde luego, son muchos los factores que influyen en el desarrollo educativo de los países, pero se deben destacar tres: unas infraestructuras dignas, una adecuada formación docente y, por supuesto, la asistencia escolar. Así, la falta de asistencia se halla sujeta tristemente a elementos tan esenciales como la malnutrición, la brecha de género, la falta de protección frente a los conflictos y la explotación laboral, viendo como la situación de inestabilidad política y social o ya la nula vigilancia por los derechos de los niños, se convierten en lastres insalvables en algunos lugares. Otro grupo significativo que hay que tener en cuenta y derivado de los conflictos es el drama de los refugiados (los mismos que Europa se resiste a permitir entrar y que injustamente criminaliza). Se estiman en más de 100 millones los desplazados, de los cuales, prácticamente, la mitad son infantes. Probablemente, un tercio de ellos jamás asistirá a un aula y el resto obtendrá una formación mediocre. Hay que pensar que el status de refugiado no es una carta de garantías sino, al contrario, un estigma social. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), cerca del 70% vive en países que les niegan o limitan los derechos laborales (y acaban siendo utilizados, por necesidad, como mano de obra barata y eso perjudica el mercado laboral interno, lo que genera hostilidad en su contra). Además, de los conflictos, otro elemento a tener en cuenta, son las crisis climáticas, cuyo efecto es devastador para las poblaciones afectadas.

Sin ir más lejos, las graves sequías en Somalia compromete el devenir educativo de 2,4 millones de niños y niñas, induciendo al cierre de centenares de escuelas. Aunque invertir en educación, suele decirse, es hacerlo en futuro, esto sólo se aplica en los niveles superiores, generalmente (investigación y el apoyo a nuevos talentos). Pues, incluso, los países desarrollados suelen escatimar medios a la educación pública. Y si esto es así, es difícil no imaginar qué sucede en aquellos en donde estos programas de desarrollo social están al final de una larga lista de prioridades. Reflejo de ello es que el sector educativo es el peor financiado en las intervenciones humanitarias. De nuevo, los datos son elocuentes.

En 2021, solo se cubrieron con ayudas y donaciones el 22% de sus necesidades. La Agenda de 2030 pretende romper esta inercia poniendo su acento en la escolarización de todos los niños y niñas, manteniéndolos en la escuela el mayor tiempo posible (con incentivos, pues las tasas de abandono escolar son muy altas, alcanzan el 17% ) y apostando por la mejora de la formación del profesorado. Aunque todo eso pasa por aumentar la financiación, y ese es su talón de Aquiles, es cierto que, en general, los resultados obtenidos en algunos programas son muy positivos; como el Midday Meals, en la India, que ha reducido la desnutrición y eso se ha traducido en menores tasas de abandono escolar y, para las niñas, matrimonios más tardíos. De hecho, según la Unesco, para atender la fuerte demanda escolar, sería necesario incorporar también a 69 millones de formadores adicionales.

No obstante, tras estos buenos propósitos se encuentra la cuestión de quién financiará estas costosas (pero no prohibitivas, como la contienda en Ucrania) iniciativas, que más allá de la buena voluntad, deben sortear, paralelamente, una áspera y gris realidad, en donde la violencia y los egoísmos nacionales son tan marcados. También, hay que contar con la aquiescencia y compromiso de los gobiernos poco o nada democráticos, en donde los índices de corrupción e inestabilidad boicotean estos esfuerzos. Pero el futuro de la Humanidad está en nuestras manos, solo si se apuesta por la extinción de las guerras y una educación universal.

(*) Doctor en Historia Contemporánea

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