La Opinión de Zamora

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Bárbara Palmero

Elvis vive, la lucha sigue

Diferentes estudios demuestran que aquellos que escuchan rock son más inteligentes y gestionan mejor las emociones

Silueta de Elvis

Lo primero es prevenir a modo de Parental Advisory, aquella advertencia a los padres en forma de ostentosa pegatina que ideó Nancy Reagan en los ochenta para censurar los discos cuyas letras no le gustaban, que este artículo puede provocar urticaria en ciertas mentes carentes de gusto musical.

Por fin se acabó Halloween, pero sólo en los telediarios y en casa de los vecinos. Porque en la mía, las telas de araña y el polvo acumulado en las estanterías son uno más de la familia. Si hasta viajamos todos juntos en la C15 a recoger ovejas paridas en el campo y carneros heridos en combate.

Y por eso el día que logre ganar el Campeonato Mundial de cargar ovejas en una C15 que, por supuesto se celebraría en Las Vegas con la actuación estelar de Leño, pienso dedicarle mi cinturón dorado de campeonísima a las telas de araña y al permanente polvo, de nombre científico permadust. De bien nacidos es ser agradecidos.

Se acabó Halloween, repito. Y lo hizo con la pírrica victoria de Lula y el Partido de los Trabajadores sobre Bolsonaro y los neoconservadores. Esos apologetas del asesinato de líderes indígenas, periodistas molestos, misioneros y defensores de la naturaleza. Quienes, en nombre de su único dios verdadero, el becerro de oro, no le hacen ascos a emplear a contratistas militares privados para que actúen como lo que son: escuadrones de la muerte en versión 2.0.

No hace falta ser africano para que las compañías del Ibex35 nos roben las materias primas y los recursos, gracias a la complicidad de insignificantes jefecillos locales deseosos de cambiar el frío mesetario por la piscina climatizada del Senado

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Pienso en Brasil y en la cruel tiranía de las corporaciones agroalimentarias, hidroeléctricas y extractivistas, y me viene a la mente la canción War for Territory, guerra por el territorio en su traducción del inglés, de la mejor banda de rock brasileña de todos los tiempos: Sepultura.

Pienso en guerra por el territorio y no puedo evitar acordarme de Ucrania y de Palestina, Somalia, El Kurdistán, Siria y del resto de repugnantes conflictos armados que desgarran el planeta en este momento. Más de veinticinco según el portal de noticias del Vaticano, Zenit. Mucho me temo que hay alguno más.

Pienso en guerra por el territorio y recuerdo que aún no he terminado de leer “Guerras Sucias, El mundo es un campo de batalla”, el libro del escritor superventas Jeremy Scahill. Y sigo sin entender cómo tiene tanto éxito la novela negra llena de psicópatas y crímenes horrendos, cuando conocer los entresijos y los tejemanejes de la Realpolitik da mucho más miedo.

Pienso en guerra por territorio y es imposible no traer a colación el programa electoral de Vox y su falaz propuesta de atajar la llegada de población inmigrante a la península, que se resume en ayudarlos en sus países de origen para que así no arriben a nuestras costas.

Lo que olvida, de manera muy oportuna, el partido del señorito Abascal es explicar cómo van a compaginar esa ayuda en origen, con la defensa a ultranza que hacen de las empresas de capital español que operan en el continente africano, saqueando los recursos de esas mismas poblaciones a las que pretenden impedirles escapar de su tierra esquilmada.

No hace falta ser negro y africano para que las compañías del Ibex35 nos roben en modo legal las materias primas y los recursos, gracias a la complicidad de unos irrelevantes jefecillos locales deseosos de cambiar el frío mesetario por la piscina climatizada del Senado. Como afrozamoranos que somos, sabemos bien de qué se habla cuando hablamos de saquear los recursos naturales.

Pienso en guerra por el territorio y me acuerdo del embalse de Ricobayo vaciado por Iberdrola. Guerra por el territorio son también los cientos de pueblos zamoranos sin acceso a agua potable, porque la contaminación por nitratos precedentes de la agricultura y la ganadería intensivas va en aumento.

Guerra por territorio es la última talibanada de la Junta, que ha excluido el aprovechamiento de las tierras comunales para pastoreo de una subvención. De este modo, como los ayuntamientos se quedan sin cobrar el dinero de los pastores por su uso, no les va a quedar otra salida que arrendarlos a las energéticas.

Guerra por el territorio es planificar un AVE que no se parece en nada al añorado Ruta de La Plata. Este pajarraco inútil no para en los pueblos, y por lo tanto no facilita que se puedan crear alrededor de la estación negocios locales como cafeterías, colmados, casas rurales, tiendas de souvenirs o taxis.

Guerra por el territorio es lo que hacen nuestros políticos. Da igual que se trate de esos neoliberales adictos al postureo buenrollista para disimular su carencia absoluta de conciencia política o de unos repugnantes neocons que no se molestan en disimular su falta de humanidad.

Unos y otros unidos por un servil sometimiento a los poderes económicos. Ni reforma agraria, ni intervención de precios, ni nacionalización de la producción de alimentos. Al contrario, más de lo mismo: política de la zanahoria, subvenciones y ayudas a la industria intensiva y política del palo para la ganadería de pastoreo.

Todo vale con tal de seguir haciéndonos la vida más difícil todavía a los pastores. Normativa absurda tras normativa injusta hasta que uno tras otro, acabemos tirando la toalla todos. Con lo que no cuentan nuestros insignificantes jefecillos locales, es que el desánimo no es una opción válida. Y antes de cerrar la granja y enviar nuestros rebaños al matadero, aguantaremos como sea este brutal asedio administrativo.

Además, ya lo dice el refrán, las penas con rock and roll son menos penas.

(*) Ganadera y escritora

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