La Opinión de Zamora

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Manuel Antón.

La supresión del delito de sedición debe ser la “gota que colme el vaso”

Es patético comprobar como un gobernante puede especializarse en la demagogia más indecente

Cuixart, Rull, Sànchez y Junqueras en una salida puntual de prisión.

Cuando una persona ha vivido suficientes años, ha pasado por diferentes situaciones que le han permitido acumular experiencias, y éstas han servido para adquirir cierta sabiduría que bien empleada puede que le ayude a reflexionar, si no tiene miedo ni reservas a expresarse libremente, tal vez se plantee defender la “ideología de izquierdas” y abogar por un reparto más equitativo de la riqueza, siempre que haya de dónde tirar sin tener que esquilmar a quienes se están ganando el pan no solo con el sudor de su frente, sino apostando por una economía de mercado sin privilegios y sorteando los vaivenes de la economía y de la política, lo cual tiene mucho mérito. La defensa de la “ideología de izquierdas” puede estar muy bien si tiene como objetivo no solo un mejor reparto de la riqueza, sino un exhaustivo control del gasto de lo recaudado por impuestos, para que estos sirvan básicamente para hacer cada vez más universales y mejores los servicios públicos que el Estado debe ofrecer a la ciudadanía.

Las experiencias acumuladas pueden servir también para que uno se decante por defender la “ideología de derechas”, propugnando la cultura del esfuerzo como principio fundamental, pero teniendo en cuenta, y sobre todo, que muchos son los que pueden carecer de oportunidades, para dárselas, y no pocos los que jamás podrán optar a un buen puesto de trabajo, porque sus circunstancias y/o capacidades puede que nunca se lo permitan, para no dejarlos atrás. La defensa de la cultura del esfuerzo no es cuestión baladí si se entiende como una manera de incentivar no solo al emprendedor, sino también al trabajador que a base de empeño y dedicación es capaz de llegar a donde se proponga; y siempre, teniendo muy presente que los baremos para valorar a los que se esfuerzan tienen que ir en consonancia con las capacidades de cada uno y no solo con el nivel de los propósitos y/o los éxitos alcanzados.

A un servidor le parece que la mejor ideología es la resultante de saber mezclar y aprovechar lo bueno de cada una de las dos mencionadas; teniendo en consideración que el individuo debe ser el primer beneficiario de la aplicación de las ideas, y que cada cual debe recibir lo que le corresponda, no solo en función de sus méritos sino también de sus circunstancias.

Todo lo enunciado tiene que ver con la desesperación que a buena parte de la población le está produciendo la observación de la realidad, que es patética. Es patético comprobar como un gobernante puede especializarse en la demagogia más indecente, que es aquella que utiliza la estrategia para jugar con las emociones, los sentimientos, las debilidades, los miedos y las esperanzas del pueblo, con el único fin de ganarse “su confianza”, a base de retórica y desinformación, para perpetuarse en el poder; más o menos lo que lleva haciendo Pedro Sánchez desde que, aprovechando los errores del adversario más directo y el hambre de protagonismo de los más desaprensivos, encontró la fórmula para colarse en La Moncloa.

A nadie que esté gobernando se le debe permitir que, por un ansia de poder rallante en lo enfermizo, esté dispuesto a hipotecar cualquier actuación futura, a dejarse chantajear por los más independentistas y a echar a perder los principios de una democracia que nació con vocación reconciliadora y hoy está a punto de sucumbir ante las exigencias de los rencorosos.

Echo de menos el tiempo en que la mayoría de los partidos políticos y quienes los dirigían pensaban con gran sentido de Estado en la España que acababa de salir de la dictadura y se encaminaba hacia una democracia tan ilusionante como esperanzadora

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España, que ya vio cómo competencias tan fundamentales para posibilitar la igualdad de oportunidades de todos los españoles en materia de justicia, sanidad o educación, fueron transferidas a las comunidades autónomas (lo que solo ha servido para aumentar la distancia que ya había entre unas y otras, y, lo que es peor, para crear fronteras donde nunca debieron existir) ahora, dada la proximidad de la nueva cita electoral, tiene que ver como el más trilero de cuantos presidentes ha tenido está dispuesto a seguir intercambiando cromos de cualquier colección y a cualquier precio con los más radicales y los antiespañoles, con el único objetivo de arañar cuantos votos pueda precisar para ir sacando adelante leyes que no vienen a cuento, como la que servirá para suprimir el delito de sedición, lo cual es un golpe bajo absolutamente intolerable, o para dar vuelta a las encuestas e inclinar la balanza a su favor.

No es la primera vez que lo digo, y seguramente no será la última, porque tengo la impresión que muchos españoles, hastiados del espectáculo al que estamos asistiendo, han decidido no seguir esperando nada de quienes gobiernan, por la prepotencia e indiferencia con que ejercen su poder -a quien así proceda no le faltará razón- . Por ello, entiendo, ha llegado la hora de que les “enseñamos los dientes” y les digamos alto y claro: “basta ya, hasta aquí hemos llegado”.

Puede que si no lo hacemos pronto, cuando nos queramos dar cuenta, esta tierra esté tan dividida y desmembrada como confundida, y sin posibilidad alguna de recuperación.

Echo de menos el tiempo en que la mayoría de los partidos políticos y quienes los dirigían pensaban con gran sentido de Estado en la España que acababa de salir de la dictadura y se encaminaba hacia una democracia tan ilusionante como esperanzadora. Hoy, desgraciadamente, cada cual va a lo suyo y no hay atisbos de entendimiento entre los considerados “partidos constitucionalistas”, lo cual, y no es poca cosa, es algo que pone en riesgo hasta la identidad y el territorio, que fue lo primero por lo que lucharon quienes protagonizaron la Transición. Si continuamos instalados en la desidia perderemos toda opción de recuperar su espíritu, y eso es algo que nunca nos debemos permitir.

En consecuencia, dejémonos de señalar con el dedo a nadie y dediquemos nuestros mayores esfuerzos a defender lo que quienes nos precedieron supieron conquistar: la paz, la esperanza y la reconciliación entre todos los españoles; ni más ni menos, el patrimonio de la Transición.

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