La Opinión de Zamora

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ZAMORA. PRESENTACION DEL LIBRO DE MARIO CRESPO

Los pájaros

Un símbolo del abandono y la despoblación, y también una metáfora de lo que ocurre en Zamora

Pájaros

Desde el verano hasta el reciente otoño, he percibido con intensidad progresiva —y con tres de mis sentidos— un aumento de la población avícola en los parques y espacios verdes de nuestra ciudad; bandadas enormes que levantan el vuelo al atardecer; ruidos de un piar coral y multitudinario convertido en banda sonora y manchas de heces en las aceras, demuestran lo que digo y delatan a nuestros amigos con alas.

El descenso poblacional, el espacio libre, el vacío que dejan los locales cerrados y los pisos sin vender, los huecos que abrieron las personas que emigraron a zonas más prósperas, parece haber sido tomado por las aves

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Durante mi última estancia en Zamora el sonido que producían los pájaros al atardecer en la zona del parque de La Marina, más que ensordecedor, era escalofriante; causaba miedo, pánico, terror, pues recordaba indefectiblemente a la famosa película de Alfred Hitchcock ‘Los pájaros’, en la que los personajes de Tippi Hedren y Rod Hudson, que se conocen en una pajarería de una localidad costera de los Estados Unidos, son atacados por bandadas de aves enfurecidas. La película nos lleva a reflexionar sobre el entorno en el que vivimos y su armonía natural; en otras palabras, nos lleva a preguntarnos ¿qué pasaría si los amables pajaritos que conviven con nosotros en las ciudades comenzaran a atacarnos de repente? Pues bien, eso es lo que pensé yo hace unos días cuando, paseando por la zona de la Marina, escuché un sonido cuyos decibelios superaban el umbral de lo soportable. Provenían de la copa de un árbol, junto al miliar de Coomonte, en cuyo interior revoloteaban centenares de pájaros (creo que eran estorninos), moviendo las hojas y las ramas, generando, con su movimiento y su sonido, una sensación de angustia que convertía la armonía natural en desastre natural; el tipo de emoción que te aborda cuando el mar deja de estar en calma y su oleaje se convierte en un enemigo mortal. Pero no fue este árbol el único que albergaba y cobijaba estas bandadas de especies superpobladas, pues anoté más amenazas aéreas escondidas entre las copas. Y digo amenazas porque problema de esta superpoblación no solo implica la molestia que provoca un ruido tan agudo y potente, sino también la suciedad y el mal olor que generan los excrementos, ese aroma a palomar, a humedad de edificio abandonado, esa fragancia que poseen los lugares en estado de ruina, las construcciones colonizadas por los pájaros para anidar y protegerse.

Un símbolo del abandono y la despoblación, y también una metáfora de lo que ocurre en Zamora, donde el descenso poblacional, el espacio libre, el vacío que dejan los locales cerrados y los pisos sin vender, los huecos que abrieron las personas que emigraron a zonas más prósperas, parece haber sido tomado por las aves. Un efecto en extremo contrario a lo que ocurre en Madrid, donde especies invasoras extranjeras, como las cotorras argentinas, han conquistado los parques y jardines expulsando a los gorriones y los mirlos, que abandonan la ciudad del mismo modo que la abandonaríamos muchos otros si la cuestión laboral y económica estuviera redistribuida, si alguien o algo —algún plan a largo plazo, algún incentivo— generase trabajo en las provincias de la España vacía, cuyos habitantes, si esta situación no se revierte, terminarán siendo los pájaros.

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