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Comienzan las vacaciones de verano.MANUEL BRUQUE

Estío

Después de tantos sustos vitales, las ganas se han disfrazado de necesidad

Llega el calor y con él el verano, aunque parece que ya no tenga por qué ser consecuencia el primero del segundo. Con las camisetas ombligueras y los hombros descubiertos se iluminan las calles y se encienden los pensamientos. Cada cual establece sus límites, dependiendo de sus posibilidades, y planifica escapadas y reposos que nos darán la gasolina necesaria para soportar los días grises y veloces.

Dicen las voces expertas que, pese a la subida de los precios, este año las reservas de vuelos y hoteles superarán las expectativas. Después de tantos sustos vitales, las ganas se han disfrazado de necesidad. No vemos el momento de aplacar nuestra cara de hipo, y pareciera que desafiáramos la realidad con ilusiones, con gastos, que superan nuestras posibilidades. Una vez más, un proyecto que acabará, quizás, por superarnos. Sin embargo, viendo que casi todo nos supera, por qué no hacerlo en aquello que, por lo menos, nos hace recuperar parcelas de nosotros mismos que tenemos aparcadas a lo largo del año. A lo largo del curso. Aún más en los últimos vividos. Recuerdo que, para mí, el año natural no es el que marca mis tiempos. Me apego más a las estaciones y al curso. Quizás por mi trabajo. Quizás porque me niego a crecer.

No vemos el momento de aplacar nuestra cara de hipo, y pareciera que desafiáramos la realidad con ilusiones, con gastos, que superan nuestras posibilidades. Una vez más, un proyecto que acabará, quizás, por superarnos

Con las vacaciones asoman también debates manidos sobre qué hacer con el tiempo deshabitado de los hijos una vez terminado el curso escolar. Más allá de polémicas casposas sobre el exceso de vacaciones de los profesionales de la educación, a nadie se le esconde que las vacaciones estudiantiles no concuerdan con las laborales y que, con ello, los ajustes de cada hogar se vienen abajo. Cierto es que, pese a la solidaridad familiar y la habilidad de la que todos damos muestra para que lo imposible acabe saliendo, no todos tienen las mismas oportunidades.

Hace unos días leía en un foro de discusión opiniones diversas al respecto, que iban desde la propuesta de que hubiera clases más tiempo a esas otras que recordaban que, en otros tiempos, nos quejábamos menos, viviendo en las mismas, o peores, condiciones. A nadie se le esconde que nuestro país no es un ejemplo de conciliación entre la vida personal laboral y personal, pero que la respuesta de algunos sea que los niños tengan un horario laboral similar al de un becario en una consultoría no me parece muy ajustado a derecho. Al menos al derecho de los niños a seguir siéndolo. Así, les enseñamos a estar continuamente ocupados, a ir del colegio a clases de kárate para luego aprender alemán, y en el ratito de entre medias, recibir sesiones de jazz-dance. Los chavales ya no tienen tiempo ni de hacer los deberes, de jugar o, lo que es peor, no tienen tiempo de aburrirse.

Aburrirse es un arte que se aprende en la infancia. En mi opinión, no tener la oportunidad de practicarlo te merma en tu vida adulta, porque te quita la oportunidad de valorar en su justa medida los momentos excepcionales

Aburrirse es un arte que se aprende en la infancia. En mi opinión, no tener la oportunidad de practicarlo te merma en tu vida adulta, porque te quita la oportunidad de valorar en su justa medida los momentos excepcionales y, sobre todo, crear esos momentos en las situaciones más baratas y habituales. Nos estamos acostumbrando a estimular continuamente a nuestros niños con el objetivo, imposible, de luchar contra dispositivos y consolas que siempre nos van a superar en medios e imaginación. Les sometemos a una vorágine de actividades, de las que ellos se escapan a universos paralelos que no conocemos ni controlamos. En otro contexto podría parecer que hablo de las drogas. No lo son, pero funcionan de forma similar.

Muy a menudo, padres de adolescentes me expresan su inquietud porque sus hijos rechazan la lectura. Personalmente, no puede más que apenarme que esos niños pequeños que devoran libros se conviertan en adolescentes que los miran con asco. Más allá de entornos familiares poco proclives a la lectura, creo que lo que menos incita a la lectura es nuestro ritmo de vida. Los niños viven con demasiada prisa y pocas horas de sueño para regalar su tiempo a un montón de hojas escritas que, si tienen dibujos, ni siquiera se mueven. La vida, su tiempo, corre veloz.

Descubrí grandes viajes, otros mundos, sin moverme de la hamaca de la casa donde pasaba el verano. Esos veranos en los que había muchas horas y no tantas actividades

Adoro leer y, paradójicamente, relaciono la pasión por la lectura con el aburrimiento, quizás porque para leer hace falta pausa. Fue en los tiempos de parón e inactividad de mi infancia cuando encontré la razón de la lectura. Del mismo modo, vivir esos tiempos, me dieron la paciencia de enfrentarme a libros que eran necesarios, pero no tan accesibles, al menos no desde las primeras páginas. Y así descubrí grandes lecturas. Descubrí grandes viajes, otros mundos, sin moverme de la hamaca de la casa donde pasaba el verano. Esos veranos en los que había muchas horas y no tantas actividades. Cosas tan básicas como nadar en el río y montar en bici, sin ordenador ni wifi, sin gente de mi edad. Las sobremesas se amueblaban con conversaciones o con lectura y el reloj corría despacio. Tenía tiempo hasta de pensar. De pensar en nada. Hace unos años, en unas charlas que, supuestamente, estaban enfocadas a luchar contra el estrés laboral me hablaron del mindfullness (otro palabro más a añadir a nuestra realidad actual) y mencionaban que era prácticamente imposible no pensar en nada. No lo entendí. Me creo capaz de ello. Aprendí entre las paredes de mi habitación de una casa en Gredos a la hora de la siesta. Así cultivé mi superpoder que ahora se ha convertido en mi objetivo para el verano. Encontrar tiempos para poder hacerlo sin causar daños colaterales, como que la comida se queme en el fuego o se moje la colada tendida. Como que no entregue un trabajo a tiempo o llegar tarde a una cita. Ese poder se puede practicar solo en los tiempos muertos, esos que solo aparecen ahora. Somos muchos los que necesitamos descansar de forma intensiva. Olvidarnos. Reposar el cuerpo y la mente hasta el aburrimiento. Bendito hastío.

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