Los operadores de Turismo y los encargados de este sector en las distintas administraciones (nacional, autonómica, provincial, comarcal, local) tenían que haber lanzado ya una Ruta Turístico-folclórica de las granjas. Están tardando. No se puede desaprovechar así por las buenas una oportunidad de tal calibre. Me imagino a miles de japoneses, con sus caras dulces, sus sonrisas, sus máquinas de fotos y sus gorritos, recorriendo itinerarios donde los guías, expertos ellos y no como otros, les dirían: “por aquí pasó Casado besando vacas o bien estos cerditos de macrogranjas son los responsables de una polémica que ha llegado hasta la sonda esa que está acercándose al sol. Una pasada. Rutas así traerían gente a porrillo, llenarían los pueblos (en las capitales no hay granjas ni intensivas ni extensivas; son hábitats para otro tipo de bichos), fomentarían la gastronomía y se podrían vender millones de recuerdos. ¿Quién tras visitar una explotación modélica no compraría para su nieto un ternero que cantara “Tengo una vaca lechera” o un corderito entonando “Tengo yo una ovejita lucera” o un pollito cacareando “La gallina turuleta”? (Lo de “la cabra, la cabra…) lo dejamos para más adelante). Nadie en su sano juicio se resistiría a adquirir suvenires tan exclusivos y, además, tan nuestros, tan patriotas.

Por eso digo que operadores y administraciones están perdiendo el tiempo. Y si no reaccionan pronto se les escapará un chollo que está gritando “cogedme, sacadme partido, que no están las cosas para despilfarros”. Porque, claro, las visitas de políticos y otros personajes a granjas, macroganjas, dehesas, establos (nadie usa palabras tan castellanas como cuadra o pocilga, se ve que es menos fino y no suenan bien en inglés) se van a hacer más abundantes y pesadas que las noticias sobre Djokovic. Al menos hasta que pase el 13 de febrero y el asunto deje de interesar; se habrá agotado como argumento electoral. O sea, le darán tanta importancia como hasta que alguien sacó a colación, cambiando, cortando, pegando, exagerando, las desafortunadas y confusas palabras del ministro de Consumo en un periódico inglés. Y como aquí casi nadie domina el idioma de Shakespeare, pues cada cual las ha traducido a su manera, es decir arrimando el ascua a su sardina, es decir ordeñando la oveja en su cañadón.

El asunto ha llegado a tal extremo que ahora el PP ha lanzado una campaña con el eslogan “Más ganadería, menos comunismo”. ¿Lo ven? Otro hito más en esa añorada y ubérrima Ruta Turístico-folclórica. Ante un rebaño de cabras, una piara de cerdos, una nave de pollos o una manada de erales, los guías, adiestrados ellos, preguntarían al grupo de visitantes: “A ver, señores y señoras, ¿ganadería o comunismo?”. Y les explicarían, según su ideología, las ventajas e inconvenientes de cada parte de la disyuntiva. Un guía de derechas diría: “La ganadería nos ofrece buenos alimentos, jamón, solomillo, entrecot, quesos, huevos de corral, mientras que el comunismo solo nos traería hambre bolivariana, como en Venezuela”. Y uno de izquierdas afirmaría: “La ganadería, mal entendida y con maltrato animal, nos lleva a un capitalismo salvaje y a la desigualdad, en tanto que el comunismo nos acerca a la solidaridad y a un mejor reparto de la riqueza”. Y los japoneses se inclinarían por la ganadería después de aburrir a los chotos con sus cámaras y los chinos se decidirían por el comunismo, aunque a su manera, o sea montando tiendas hasta en medio de los cercados y las fincas. En cualquier caso, un mojón más en la Ruta Turístico-folclórica. Los que vengan detrás ya conocerán qué votaron los anteriores y sacarán sus propias conclusiones.

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Y en esas estamos. A estas alturas de la película, no sabemos exactamente qué dijo en realidad Alberto Garzón, pero ya tenemos escandalera por doquier y un programa de visitas a granjas que ya quisieran para sí muchos museos, exposiciones y recorridos culturales. Y ya que el asunto va a ir a más en las próximas semanas, el mundo rural tendría que ofrecerse, abrirse en canal, a los políticos para pedirles que se den una vuelta por las granjas de sus términos municipales. Así se difundirían sus valores, se hablaría de la localidad y nuestros próceres se enterarían de qué va la vaina, qué problemas tienen nuestros pueblos y aldeas. Tras el 13-F, y gane quien gane, ya será tarde. Volveremos a la “normalidad”, que es tanto como decir que pueblos, agricultura y ganadería volverán a ser ignorados o a pasar a Segunda o Tercera División.

Así que si ven a algún gerifalte visitando granjas, pídanle un autógrafo. Será un recuerdo imperecedero y difícil de repetir.