En tanto se habla mucho de la despoblación rural, los pueblos agotan sus últimos suspiros y van quedando desiertos ante los ojos tristes de sus escasos vecinos que sienten un pellizco en el alma por tanta muerte sin reposición y por la soledad que se va adueñando de ellos, y entonces evocan con nostalgia y añoranza aquellos años, no tan lejanos, de las calles llenas de vida y esperanza en que la población crecía porque había nacimientos y escuelas llenas.

Pepe

Cada muerte es un golpe gélido que se produce con demasiada frecuencia pues la mayoría de los escasos habitantes son mayores y una generación entera desaparece sin piedad en poco tiempo. Cada uno de ellos fue importante para los demás y su marcha se lleva una parte de la historia y de la vida y deja mucha tristeza. Pero ante el adiós de algunas personas se siente el hachazo cruel que recibe el cada vez más limitado vecindario, porque se pierde una columna que sustentaba el pueblo o una piedra angular de la vida que se desarrolló en él.

Hace unos días nos dejó prematuramente José Otero Fernández, Pepe para los amigos, una de estas personas que trabajan y luchan por levantar de la nada un medio de vida, no solo para él sino también para su pueblo, en este caso Ribadelago, ante la nueva oportunidad que se abría a partir de los años setenta. Niño superviviente de aquella tragedia que destrozó el Ribadelago anterior y nos dejó a los que quedamos en esa situación rara y dolorosa que es mantenerse con vida, existir a pesar de un acontecimiento traumático que te condena a quedar colgado en otro tiempo anterior y a vivir sobre una herida. Su familia se salvó por un milagro. Su casa resistió en el límite de la destrucción, y la situación de pobreza en que quedamos hizo que todos tuvieran que trabajar duro para sobrevivir.

Inteligente y positivo, miró siempre hacia delante y cuando llegó su momento emigró a otras ciudades, pero enseguida volvió al pueblo y se instaló en él para no abandonarlo nunca más. Comprendió en seguida que el futuro de Ribadelago ya no se basaría en la pequeña agricultura y ganadería de subsistencia, sino en el turismo atraído repentinamente por la tragedia y por la belleza del lugar. Comenzó en el mundo de la hostelería con un pequeño establecimiento que gracias al tesón y sacrificio le permitió volar. Su emprendimiento ya no dejaría de crecer. Asumió los riesgos de dinero y sobre todo el arduo trabajo que requiere. No quiso conformarse con sobrevivir, sino prosperar y que su pueblo también prosperara. A su lado su mujer, Asunción, tan luchadora y cómplice fiel. Muy felices de poder desarrollar toda esta actividad en su querido territorio. Su labor es encomiable.

En sus establecimientos tuvieron su primer trabajo muchos jóvenes vecinos que a su lado aprendieron el oficio y formaban con él un equipo de colaboración bien conducido por un jefe que les enseñó el valor del trabajo bien hecho y el servicio a los demás con entrega, dedicación y rigor. Más tarde cuando estos jóvenes decidieron emprender su camino fuera, agradecieron la exigencia y seriedad que él les había transmitido. Luego, a lo largo de los años ha sido el creador de muchos puestos de trabajo, de temporada, claro, en invierno no se lo permitían las inclemencias del tiempo, pero él permanecía siempre en pie de lucha por crecer. Su ocio era el trabajo y uno de sus placeres contemplar el lago y La Piñeda desde su hotel, “Estas vistas son lo más valioso”, nos decía.

Pepe era una persona poco dada a la charla como pasatiempo, pero un gran conversador; de verbo claro y conciso, nunca se regodeaba con la crítica, no juzgaba a nadie, pero denunciaba las situaciones injustas con la convicción de que el silencio es cómplice de las mismas. En el periodo en que fue alcalde, trabajó por el pueblo con la misma seriedad y sentido del deber y consiguió importantes mejoras; desempeñó su misión con la honestidad y el respeto que le caracterizaba, sin caer en el buenismo absurdo que responde a halagos, ni en la tentación de tratos de favor, siempre el bien común por encima de todo, aunque esto a veces le acarreaba críticas. De su forma de actuar emanaba la autoridad para impulsar el cumplimiento de las normas de convivencia establecidas y mantener los concejos como foro de debate y trabajo en común, algo que hoy se echa mucho de menos. Estos últimos años le dolía la deriva que iban tomando algunas costumbres en el pueblo pero nunca hacía leña del árbol caído.

Con su recuerdo queremos rendir consideración y gratitud a todas esas personas que en los pueblos moribundos han sabido apostar por la vida; a los que luchan, de la manera que pueden, por hacer del suyo un lugar de concordia y paz

A veces hablaba de su infancia e iluminaba con una sonrisa las anécdotas que evocaban momentos durísimos, incluso acababa provocándonos la risa; pensaba que era algo pasado y no valía la pena lamentar nada. Siempre miraba hacia delante, siempre brillaba la esperanza.

Pepe nos deja la continuidad en sus hijos que seguirán con el hotel, con las casas rurales, con el patrimonio de vida que dejó en el pueblo, un legado importante para que también el pueblo continúe.

Con su recuerdo queremos rendir consideración y gratitud a todas esas personas que en los pueblos moribundos han sabido apostar por la vida; a los que luchan, de la manera que pueden, por hacer del suyo un lugar de concordia y paz, a los que unen y no separan, a los que mantienen el legado recibido y lo mejoran, sobre todo los valores de respeto, solidaridad y amor a su tierra, a los que se esfuerzan por que la destrucción no consiga borrar las huellas de identidad, a los que apoyados en lo que tenemos adaptan a los nuevos tiempos las posibilidades de hacer que el pueblo siga vivo, pero sobre todo que sea un lugar de felicidad, a los que prestan generosamente parte de su tiempo para hacer algo por los demás y por lo de todos, a veces pequeños gestos que aportan todavía un resquicio a la esperanza. A todas esas personas anónimas que sostienen los pueblos contra el olvido y la desidia, contra el abandono y la demolición, que los aman de verdad, nuestro pequeño homenaje de afecto y admiración.

Creo que además de denunciar a las instituciones y gobernantes que no hacen mucho por la pervivencia de los pueblos, sería muy saludable preguntarse con la mano en el corazón ¿Qué puedo hacer, o qué hago yo por mi pueblo? Pues ellos, las instituciones y los gobernantes, tienen su responsabilidad pero cada uno de nosotros también tenemos la nuestra.