En esto, como en todo o que se refiere a la salud, es el interesado el que se toma como indicador para emitir juicios. Por tanto, cada cual señala su propio estado como señal de lo ocurrido y lo extiende de modo general. Sin embargo, en esta ocasión todos hemos sabido ponernos en contacto con muchas personas y hemos podido constatar la generalidad de la situación hasta el punto de llegar a la convicción que el propio estado puede trasladarse al estado de la generalidad de las personas, al menos de las que pertenecen a la propia nacionalidad.

Es también notable la dificultad que se experimenta en la conversación: sin querer, hallamos un entorpecimiento para encontrar las palabras que venían solas a la mente en la vida anterior a esta circunstancia del confinamiento

Son desastrosos los efectos del “coronavirus”, o tal vez el confinamiento que se ha impuesto a las personas adultas, sobre el estado de salud de los que han sido sometidos, por obligación, a dicho confinamiento. Esta merma ocurre en todos los miembros del cuerpo humano, como ocurre con todas las limitaciones que se nos imponen durante una temporada. Las piernas o los brazos, por ejemplo, son objeto de una inmovilidad, cuando se les impone una inmovilidad durante una temporada más o menos larga. Y digo “las piernas o los brazos”, porque son las partes del cuerpo que acusan con mayor evidencia la aparición de variación en su comportamiento.

Después del confinamiento, todos los miembros de nuestro cuerpo acusan los efectos de la inmovilidad producida por el cese de funcionamiento a la que se los ha obligado; pero, en tal situación hay que comparar la importancia que tienen los diversos estados para la propia vida. Y, en mi propio estado, puesto en igualdad -como he dicho antes- con el de cuantas personas han mantenido conversación conmigo al respecto, el miembro que más ha sufrido por el confinamiento ha sido, sin lugar a duda, el encéfalo con su principal contenido: el cerebro.

En efecto, la merma en las operaciones cerebrales ha sido muy cuantiosa. La “pérdida de memoria” ha sido notable. En personas de mi edad, es muy fácil atribuirla a la edad misma, ya que ha sido un año y medio el que llevamos confinados. Y no ha sido sólo la “pérdida de memoria” lo que se ha experimentado; se le unen, también, otras operaciones asociadas a la actividad intelectual, sea en la propia vida, sea en las relaciones con las otras personas, como, por ejemplo, la comunicación. Es también notable la dificultad que se experimenta en la conversación: sin querer, hallamos un entorpecimiento para encontrar las palabras que venían solas a la mente en la vida anterior a esta circunstancia del confinamiento.

Y, si en la vida de las personas consideramos como más importante lo que se refiere a la vida intelectual, del mismo modo hay que considerar como lo más importante, lo peor, en los efectos perjudiciales del confinamiento, la pérdida experimentada en todas las operaciones de esa importantísima vida intelectual. No creo que la lógica nos pueda llevar a admitir otra conclusión.